Black Mirror regresa en plena forma y nos hace sufrir

La semana pasada regresó Black Mirror con su séptima temporada. Una serie que, en su década y pico de existencia, pasó de revolucionar la televisión por sus arriesgadas propuestas y su aterradoramente certero análisis de la sociedad a diluirse un poco, a medida que la realidad la adelantaba en muchos aspectos y su creador, Charlie Brooker, parecía querer ir en una dirección algo más amable. Pero en esta séptima temporada la serie ha vuelto a sus raíces, ofreciéndonos un primer episodio durísimo, amargo y terrorífico que, de nuevo, nos muestra un vistazo a un futuro que parece estar más cerca de lo que nos gustaría.

Ha vuelto para hacernos daño

Desde que en 2011 Charlie Brooker presentó al mundo su Black Mirror con el genial episodio «The National Anthem», me convertí en un rendido admirador de la serie y la seguí fielmente temporada a temporada, maravillándome y asustándome de todo lo que salía de su retorcida mente, especialmente de su habilidad por retratar la infinidad de formas en las que gobiernos y empresas podían convertir nuestras vidas en un infierno a través de los avances tecnológicos. Pero con el tiempo la serie perdió su garra, aquella mala leche que tanto la caracterizaba, y acabó convirtiéndose en un pálido reflejo de sí misma que me llevó incluso a ignorar por completo su sexta temporada hace un par de años. Pero con su regreso hace unos días quise probar suerte de nuevo, sobre todo por la cantidad de comentarios que me encontré alabando a Brooker por haber vuelto a lo que hizo grande esta serie, y tras ver el primer episodio he podido comprobar que se quedaban cortos esos comentarios.

Las ganas que debe tener de estar equivocado

Y de momento solo voy a hablar de ese primer episodio de la séptima temporada de Black Mirror, Common People, más que nada porque esta es una de esas series de las que no conviene abusar. Que no me quiero imaginar los efectos que puede provocar ver dos o tres episodios seguidos si siguen la tónica de este, ya que es uno de los episodios de Black Mirror más dolorosos que he visto en mucho tiempo. Aquí nos encontramos con el matrimonio formado por Amanda (Rashida Jones), una maestra de primaria, y Mike (Chris O’Dowd), soldador en una empresa de la construcción, una pareja de lo más corriente, que viven modestamente bien y cuyo mayor lujo es viajar una vez al año al hotel donde pasaron su luna de miel para celebrar su aniversario de bodas. Pero esa idílica normalidad se rompe cuando Amanda se desmaya en su trabajo y en el hospital descubren que tiene un tumor en el cerebro que se ha extendido demasiado y que probablemente jamás saldrá del coma en el que ha caído.

Una situación en la que nadie querría estar

Y aquí es donde lo que podría ser un dramón de sobremesa se convierte en Black Mirror, cuando en el hospital le mencionan a Mike que hay una posibilidad que no se atreven a recomendar mucho, pero que, tratándose de una situación tan desesperada, puede que quiera probar. Una posibilidad en la forma de Rivermind, una nueva compañía que posee una tecnología revolucionaria que podría salvar a Amanda. Para ello, realizarán una copia digital de la parte de ella que reside en las áreas dañadas de su cerebro, eliminarán estas con cirugía y las reemplazarán por unos implantes cibernéticos que recibirán la señal de Amanda alojada en sus servidores, devolviéndole la posibilidad de recuperar su vida… por una módica cuota mensual.

Al principio todo es siempre muy bonito

A partir de esta premisa Brooker ataca con una más que merecida saña no solo a la industria de la sanidad privada, sino también a esa tendencia cada vez más extendida, y compartida por un mayor número de compañías, de no vender sus productos, sino cobrarte por una licencia de uso que tendrás que seguir pagando eternamente mientras quieras disfrutar de sus servicios, que en este caso concreto se trata de la vida de Amanda. Porque, pese a que la comercial de la compañía (una genial Tracee Ellis Ross a la que es difícil no odiar) le presenta a Mike un panorama muy bonito e incluso le ofrecen, como oferta de lanzamiento, la gratuidad de la operación, la realidad es que, a partir de ese momento y durante el resto de la vida de Amanda, tendrán que seguir pagando mes a mes para evitar que ella recaiga en el coma.

en estos casos hay que tener presente que cualquier cosa que te recomiende gente así es porque beneficia a su empresa

En principio esa cantidad solo supone un pequeño bache económico que Mike supera haciendo horas extra, Brooker retuerce el cuchillo en la herida para hablar de otro fenómeno bastante habitual, la Enshittification. Este término, acuñado por el escritor Cory Doctorow, describe una práctica que todos hemos sufrido alguna vez, especialmente en lo que se refiere a servicios online. Empresas que ofrecen un gran servicio por un módico precio o incluso gratis y que, en cuanto tienen un público cautivo, comienzan a cargárselo impulsadas por la codicia y el afán de exprimir lo máximo posible a sus clientes. Se instauran nuevos niveles de acceso, y de pago, a los que se desplazan funcionalidades que antes eran gratis o muy baratas, convirtiendo la experiencia de los usuarios de los niveles básicos (esa gente corriente a la que alude el título del episodio) en algo cada vez más incómodo.

Y poco a poco todo es mas caro

Y mientras que en el mundo real eso se traduce, por ahora, en las prohibiciones de compartir cuentas en plataformas de streaming (ironico si tenemos en cuenta que Netflix es donde se emite esta serie), el no poder ver cosas en HD sin pagar más o que elementos cosméticos en videojuegos solo estén al alcance de quienes pagan más, en Black Mirror toma un cariz completamente diferente y mucho más trágico. La codicia de Rivermind tiene tantos límites como la sanidad privada del mundo real, pocos o ninguno, y Amanda y Mike se encuentran a cada rato, y por sorpresa, con que las funcionalidades de su plan de pagos son cada vez menores, y que, si quieren volver a disfrutar de lo que tenían unos días antes, tienen que pagar más y más solo para que Amanda pueda llevar una vida normal. Algo que no resulta para nada exagerado si recordamos todas las historias de horror sobre la sanidad privada que nos llegan de países como Estados Unidos, como aquella compañía de seguros sanitarios que había anunciado el año pasado que limitarían la cobertura de la anestesia en las operaciones, obligando a los pacientes a pagarla de su bolsillo (aunque recularon pronto cuando pasaron cosas…)

Mucho se contienen estos dos

De esa forma, la vida de Amanda y Mike entra en una espiral de miseria cada vez mayor, viendo cómo todas sus ilusiones y sueños se hacen añicos y sus vidas se reducen a hacer todo lo posible para no retrasarse en pagar unas facturas cada vez mayores. Un aspecto con el que Brooker, a través de los desesperados esfuerzos de Mike para reunir dinero con el que mantener viva a su esposa, aprovecha para atacar también con mucha saña a otro aspecto de la sociedad tristemente también muy extendido en las redes y que cada día me preocupa más. Pero se ve que Brooker ha vuelto con ganas y tiene mala leche de sobras para repartir.

Este pobre hará lo que sea por su esposa

El episodio es dolorosísimo, ya que Brooker no hace ninguna concesión hacia la esperanza, y nos muestra aquí con toda su crudeza una realidad que demasiados ejecutivos matarían (en mas de un sentido) por poder hacer realidad. Una rabia más que comprensible que cualquiera con un mínimo de decencia y humanidad comparte, viendo no solo los abusos que cometen este tipo de compañías en los países en los que dominan el mercado, sino cómo en muchos otros en los que existe una sanidad pública, por imperfecta que sea esta, no paran de realizarse intentos de cargársela como sea (a menudo empeorando el servicio, como nos muestran en este episodio) solo para poder forrarse. Y es que, como le comentaba a Diógenes el otro día tras ver el episodio, si uno no lo acaba con ganas de pegarle fuego a todas estas empresas es que algo falla en su cabeza.

A lo mejor estas cosas de la sanidad hay que dejárselas a alguien así

Un episodio del que no quiero terminar de hablar sin elogiar el enorme trabajo de sus protagonistas, Rashida Jones (una actriz que me encanta en todo lo que hace) y Chris O’Dowd (tengo que verme The IT Crowd de una vez). Su retrato de esta pareja tan corriente, tan cercana, auténtica, es lo que consigue elevar a otro nivel el dolor que provoca esta historia. Y es que el título del episodio no podría describirles mejor, son gente corriente como la que todos conocemos o en quienes nos vemos reflejados, con trabajos mundanos, sueños corrientes y pequeños caprichos ocasionales. Y esa cercanía, y la habilidad de ambos para transmitirla, consigue que nos metamos muchísimo más en la historia de lo que suele ser habitual en esta serie, algo que a nadie le puede caber duda que ha sido plenamente intencionado por parte de Brooker, que con este inicio de temporada ha realizado toda una declaración de intenciones para poner el foco en un problema que más nos vale atajar ya si no queremos que Black Mirror se vuelva una realidad.

Hacia tiempo que no encontraba una historia de amor tan tragica

Yo aún no me he atrevido a ponerme con el resto de episodios porque todavía no me he repuesto de lo visto aquí, pero si esto es una muestra del nivel al que va a estar el resto de la temporada, solo nos queda felicitar a Charlie Brooker por recuperar lo que hizo grande a Black Mirror y resistir el impulso de encogernos en un rincón aterrorizados ante lo que se nos avecina y hacer todo lo posible para que esta serie siga siendo solo eso, una serie, que el día menos pensado nosotros podríamos acabar siendo esa gente corriente a quienes la codicia hace añicos.

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Roger
Roger
2 días han pasado desde que se escribió esto

Todo el mundo me deja Black Mirror por las nubes, pero la única vez que la vi salían dos gamers que se enrrollaban con sus personajes en una especie de Tekken virtual. Era previsible y no tenía gracia, así que ni siquiera lo terminé de ver.
Por lo que he leído, tiene también bastante mala leche. Así que no se si ahorrármelo. Bastante deprimente era ya The Boys.

Diógenes Pantarújez
Admin
2 días han pasado desde que se escribió esto
Responde a  Roger

Busca «USS Callister» en Netflix.

Alejandro
Alejandro
2 días han pasado desde que se escribió esto

Yo ya no consigo ver cosas deprimentes, me dejan nervioso. De Black Mirror ahora solo consigo ver San Junipero… Y eso que la temporada 1 me encantó en su día. Creo que ya estoy muy mayor para esas cosas…

Diógenes Pantarújez
Admin
2 días han pasado desde que se escribió esto
Responde a  Alejandro

De esta temporada episodios realmente chungos diría que el que más es el primero, luego los hay que son más el origen de un supervillano que otra cosa. No sé, Black Mirror ahora es menos cruel con sus personajes, el único que guarda el espíritu original de la serie es el primero de lejos, el tercero, cuarto y sexto son bastante menos tensos.
Y el de Giamatti es de esos que te da en la patata, porque quieras que no todos tuvimos una relación que no funcionó y buf…

Antonio Jota Comu
2 días han pasado desde que se escribió esto

Justo anteayer vi este episodio, y ayer mi señora madre me convenció para ver el de Paul Giamatti. No he visto más porque ahora mismo no estoy con el ‘corasonsito’ para ello, además que las ‘opos’ me tienen la cabeza frita. Pero me parecieron ambos magistrales, y estoy deseando ponerme al día con la serie

Diógenes Pantarújez
Admin
2 días han pasado desde que se escribió esto
Responde a  Antonio Jota Comu

El de Giamatti se las trae, eh? Porque es remordimiento puro!