Aunque a veces no lo parezca, yo sigo leyendo toda la ciencia ficción que cae en mis manos, o más bien la que cae de la gigantesca pila de lecturas pendientes que amenaza con sepultarme. Y de ella no negaré que sigo sintiendo predilección por la clásica, la que iba al grano y trataba de predecir un siglo 21 que en aquel entonces parecía muy lejano. Y de entre ella, estos días me he leído “El Arma Definitiva” de Robert Sheckley, un autor del que confieso que he leído muy poco pero de quien me estoy convirtiendo en todo un admirador. Especialmente por historias como “La Trampa Humana”, que cierra este recopilatorio de relatos cortos, y en la que Sheckley nos muestra uno de esos futuros que se acercan demasiado a nuestro presente aunque por otro camino. Así que nada mejor que hablar un poco de ella para recordar la memoria de este gran autor.

Curiosamente, “La Trampa Humana”/”The People Trap” es el título que recibe este recopilatorio en inglés, aunque con un largo subtítulo en algunas ediciones, “The People Trap and other Pitfalls, Snares, Devices and Delusions, as Well as Two Sniggles and a Contrivance”, pero supongo que alguien decidió aquí que “El Arma Definitiva” sonaba mejor, aunque no sea precisamente el título más descriptivo. Pero volviendo a la historia en sí, en ella nos encontramos en un futuro no demasiado lejano en el que la población del planeta se ha disparado hasta tal extremo que el mundo se ha convertido en algo claustrofóbico, donde el espacio personal es poco menos que una fantasía y el problema de la vivienda es toda una tragedia.

Un escenario que nos recuerda mucho al presentado en ¡Hagan sitio!, ¡Hagan sitio!/Make Room! Make Room! de Harry Harrison, libro que la mayoría conocemos más por su adaptación al cine bajo el título de Soylent Green, y que se publicó dos años antes (1966) que el relato de Sheckley (1968). Pero, teniendo en cuenta que Sheckley y Harrison eran amigos y colegas, y que llegaron a coescribir un libro juntos, esto más que un robo debió ser un “préstamo” amistoso para contar algo derivado de esa premisa. Porque, mientras que ambas historias nos muestran un futuro en el que tener una vivienda es una utopía, en La Trampa Humana Robert Sheckley planteaba una solución de lo más siniestra para ese problema: La Carrera del Acre.

Se trata de una prueba organizada por el gobierno en la que cincuenta “afortunados”, seleccionados por sorteo entre las docenas de millones de inscritos, participarán en una carrera en la que los diez primeros en llegar a la meta situada en el Registro de la Propiedad de Times Square, a nueve kilómetros de la línea de salida, obtendrán un acre de tierra para ellos solos (unos cuatro mil y pico metros cuadrados), con casa incluida, que será de su propiedad y de sus descendientes hasta la tercera generación. Un objetivo que no parece especialmente complicado hasta que el relato va dejando caer que la tasa de mortalidad en esas pruebas supera el 68%, o se nos muestran las dificultades del protagonista para llegar al lugar de inicio de la carrera, donde el cruzar entre la multitud que se agolpa allí es descrito como una proeza faraónica.

En ese aspecto, este relato nos muestra otra de esas competiciones diabólicas que parece que nunca pasan de moda en la ficción: Perseguido o La larga marcha de Stephen King, Los Juegos del Hambre, El Juego del Calamar, Battle Royale, Alice in Borderland y tantas otras, en las que sus protagonistas (no siempre de forma voluntaria) participan en una competición en la que tienen bastantes posibilidades de morir y donde el premio es algo que puede cambiarles la vida. Una premisa que nos hemos encontrado en incontables ocasiones pero que sigue dando pie a propuestas muy interesantes.

Aunque lo realmente interesante para mí de este relato es esa sociedad claustrofóbica que se nos muestra, en la que el crecimiento desbocado de la población mundial ha provocado que vivir sea otra prueba de supervivencia. A lo largo del relato se nos deja caer que el protagonista vive en una pequeña habitación con su esposa, sus dos hijos y dos tíos mayores, y que pronto tendrán que aceptar a una tía viuda y sus tres primos, ya que su residencia en un sótano ha sido derribada para construir un túnel que conecte con Canadá. Una situación asfixiante, y común en ese siglo 21 de ficción, en la que sus habitantes llegan a consumir drogas para poder soportar esa opresiva falta de espacio y que hace que resulte bastante comprensible el jugarse la vida en un juego mortal como este.

Pero, a medida que avanza este corto relato, nos encontramos con que el mundo es muchísimo peor de lo que parece, y que compartir habitación con otras nueve personas es relativamente apacible comparado con lo que existe fuera. Se habla de las multitudes que bloquean las calles como si se tratase de fuerzas de la naturaleza, de Ciudades Selva, de atascos de tráfico que duran días y donde el aire es irrespirable por culpa de los tubos de escape, de un Central Park en el que no queda un centímetro cuadrado que no esté ocupado por alguna chabola o tienda de campaña, donde las alcantarillas se encuentran tan densamente pobladas como la superficie, tumbarse en el suelo a descansar un momento puede provocar morir aplastado por la multitud y la policía dispara a matar ante cualquier delito porque ya no queda espacio libre en las cárceles. Pero eso sí, para construir viviendas para las clases pudientes siempre hay espacio, aunque para ello haya que arrasar con todo lo que haga falta, sin importar cómo empeore las circunstancias para el resto. Un futuro que hace que vivir en la Mega City de Dredd parezca acogedor.

Pero, aunque en nuestra realidad aún no hemos llegado a esos extremos, no he podido evitar encontrar ciertos paralelismos, solo que en lugar de ser el crecimiento de la población el que ha provocado que el conseguir un lugar en el que vivir sea toda una odisea, son el capitalismo desbocado, la especulación y la codicia lo que nos está llevando a la situación de que para mucha gente la única posibilidad de dormir bajo techo sea la misma que la del protagonista de este relato. Aunque espero que no lleguemos al extremo de que los gobiernos del mundo nos acaben organizando concursos similares.

Y todo termina con una nota agridulce, en la que el protagonista, tras esa larguísima carrera de días en las que sufrió toda clase de penurias y estuvo a punto de perder la vida más de una vez, se encuentra con que ese premio que tanto ansiaba no era tan ideal como lo pintaban y que quizás solo haya cambiado una situación dura por otra. Con este recopilatorio, Robert Sheckley definitivamente se ha ganado un hueco en mi lista de autores cuya bibliografía quiero leer entera, pese a que, como en el caso que hoy nos ocupa, se haya acercado a la realidad más de la cuenta. Pero esa es, en cierto modo, la maldición de los escritores que se dedican a la ficción especulativa, que más que inventarse lo que cuentan, se limitan a ver hacia qué dirección nos encaminamos y tratan de advertirnos de ello.
Gran película Soylent Green (aquí : Cuando el destino nos alcance). Por la historia y por los intérpretes: Charlon Heston, Edward G. Robinson, Chuck Connors, Joseph Cotten,…. casi nada!
Mire esa pelicula cuando la emitio cine club en la2 en version original subtitulada gran pelicula una de mis preferidas.
Una pena que la2 haya dejado de emitir ese tipo de peliculas donde podias ver de todo y la mayoria bueno o muy bueno aunque se emitiera a horas intespetivas(la de horas de sueño que perdi por ver el ciclo dedicado a Harold Lloyd)
Una novela a tener en consideración. Con un mensaje más fresco que nunca.
Los clásicos del terror y de la SciFi siguen guardando tesoros (y muchos de ellos imperecederos, otros todavía tremendamente modernos, para bien o para mal) para el que haya llegado tarde a la fiesta, incluso aún para el conocedor dispuesto a seguir profundizando (con tantas y tantas obras relativamente poco conocidas …y sin el relativamente …y no necesariamente de menor calidad o impacto).