Hoy toca rectificar otra de esas vergonzosas deudas pendientes que tengo con mis lecturas, que para más sonrojo se trata de una obra de un autor que me encanta, Las Pesadillas de Katsuhiro Otomo. Un manga cuya lectura llevaba posponiendo más de la cuenta y al que finalmente le he echado mano este pasado fin de semana, encontrándome en él todo lo que esperaba y mucho más. Una historia densa y aterradora que nos agarra desde el principio y en donde podemos encontrar más de un precedente de su obra más famosa y en la que Otomo dejaba claro que iba a ser alguien muy grande.

En un complejo de apartamentos se ha suicidado uno de sus vecinos, sin ningún motivo aparente, siendo tan solo el último de una larga serie de muertes y accidentes extraños acaecidos allí. Esto acaba despertando la curiosidad de un inspector de policía que pone a su equipo a trabajar en lo que está sucediendo allí, sin tener ni idea de que van a adentrarse en un mundo extraño y terrorífico y que la responsabilidad de todas esas muertes recae en algo que se escapa a lo natural…

Pesadillas (Domu) fue una de las primeras obras largas de Katsuhiro Otomo, publicada entre 1980 y 1981 en la revista Futabasha’s Action Deluxe y en la que ya nos encontramos a un autor con un estilo perfectamente definido tanto en su faceta como escritor como en la de artista. Un manga en el que además el foco se centra en algunos de los temas favoritos de este, como son la ciencia-ficción/fantasía o las habilidades paranormales. Pero por encima de todo se trata de una obra que lentamente va entremezclando esos temas con el terror, dando como resultado una de esas historias difíciles de soltar hasta el final.

Aquí Otomo nos va sumergiendo poco a poco en la historia, con un comienzo más propio de un thriller policíaco, en el que los detectives buscan causas terrenales para lo que está sucediendo, sospechando de venganzas contra los constructores del bloque de edificios o rencillas entre vecinos. Durante las primeras páginas todo parece ir en esa dirección, los residentes del edificio lanzan acusaciones, se sospecha de los vecinos problemáticos y casi parece que nos vamos a encontrar con algún tipo de asesino en serie. Pero casi sin darnos cuenta la historia va tomando un cariz más siniestro y sobrenatural hasta que ya no queda duda de que lo que está sucediendo allí no es para nada convencional.

Otomo nos guía a través de este proceso con maestría, dejándonos claro de paso que podría ser un gran autor de relatos policíacos, pero sus intereses van en otra dirección y la transición entre esa falsa percepción de la historia hacia la auténtica naturaleza de la misma se produce con tanta naturalidad que no provoca ningún bache en su lectura. Y a partir de ese punto la historia no deja de ir a más, la sorprendente revelación de lo que está sucediendo realmente allí, que en manos de otros autores menos capaces podría haber resultado algo tosco, Otomo lo convierte en algo muy atrayente y terrorífico, donde, sin querer entrar en demasiados spoilers, nos encontramos con temas que desarrollaría un par de años más tarde con mayor profundidad en Akira.

Y aunque Otomo podría haberse limitado a convertir todo esto en un simple espectáculo violento sin más, consigue mantener la tensión de la historia en todo momento incluso cuando no hay acción alguna. Tanto en sus aspectos más fantásticos de la historia como en los numerosísimos momentos en los que la cotidianidad va de la mano del horror, la ansiedad va en aumento, porque sabemos que en cualquier momento todo va a explotar, y una simple conversación entre dos personajes sobre lo que creen que está sucediendo allí, o incluso un duelo de miradas que esconde mucho más de lo que parece, resultan tan emocionantes como todos los despliegues casi pirotécnicos que se guarda Otomo bajo la manga.

Pero además de ser un grandísimo escritor que sabe capturar la atención de su público, Otomo es también un grandísimo dibujante, que en el momento de realizar este manga se encontraba en plenitud de sus facultades artísticas y nos ofreció aquí todo un espectáculo para la vista. Ese estilo suyo tan característico, en el que se combinan influencias tanto de famosos mangakas como de autores europeos como Moebius, y que se encontraba deliberadamente a medio camino entre el realismo y la caricatura, dota a su trazo de una naturalidad en la que nos encontramos con personajes que se sienten vivos, que son tremendamente expresivos en todos los aspectos, y que al mismo tiempo no desentonan en absoluto cuando la historia gira hacia lo fantástico.

Otro aspecto muy destacable de este apartado lo encontramos en el propio mundo en el que se desarrolla la historia, principalmente ese bloque de edificios tan peculiar, y que despertó el interés de Otomo por la arquitectura. En todo momento tenemos la sensación de estar ante un escenario muy auténtico, un lugar en el que viven infinidad de personas y en el que tanto estas como el paso del tiempo han dejado su huella. La minuciosidad de Otomo en este aspecto es digna de admiración, cómo cuida cada minúsculo detalle para resaltar esa autenticidad, y cómo con la misma facilidad puede convertir un escenario tan cotidiano como un bloque de viviendas en un escenario de pesadilla (nunca mejor dicho) a base de seleccionar muy inteligentemente los ángulos y perspectivas de lo que nos muestra.

Pesadillas se convierte gracias a todo esto no solo en una lectura imprescindible para los aficionados al manga, ya que además de ser una lectura apasionante, es todo un testimonio de los cambios que estaba sufriendo el manga en aquellos años. También es uno de esos mangas que me atrevería a recomendar a quienes no suelen ser aficionados al mismo, ya que se aleja de esa imagen estereotipada que existe del mismo (ya que después de todo es una denominación de origen, no un género) y puede enganchar a un público que como poco esté interesado en el terror. Pero sobre todo es un buen recordatorio de que Katsuhiro Otomo es muchísimo más que Akira, que se trata de uno de los creadores más interesantes de Japón de las últimas décadas (lástima que no sea más prolífico), tanto en su faceta de mangaka como en la de cineasta, y que vale muchísimo la pena descubrir todo de lo que ha sido capaz.
Un manga un tanto olvidado (de vergüenza, dado su autor y el nivel, pero este al menos todavía llegó a publicarse aquí) que iría tocando reeditar. También el de La leyenda de la madre Sarah. Y algún otro (y no solo de Otomo, que hay unos cuantos que igual).
El bloque de edificios se podría ver como imponente y majestuoso, pero parece como si aplastara a los vecinos.
Ese autor dominaba muy bien la arquitectura y la narrativa. Pero a veces como guionista (en Akira) me parecía algo flojo… Es decir, no flojo. Es que le faltaba algo de explicación a sus historias.
Todos los personajes tienen un aire muy naturalista, sin superfeos ni superguapos.
Para lo caracterizados que están los personajes y lo «compleja» que es la trama, Akira está tremendamente sobrevalorada (los mangas de catástrofes de Takao Saito, que no es que sean la ostia de sofisticados, en España le dan más de una vuelta), lo que no quita que sea un manga muy poderoso narrativamente (y tremendamente impactante visualmente).
Los momentos son muy intensos en Akira, pero la motivación de los personajes es muy floja. Como esos chavales tan obsesionados con vengarse de Tetsuo, esos fanáticos que adoran al niño Akira pese a que no dice nada casi nunca, esos rebeldes que no se sabe qué quieren… Acaba siendo un poco un conjunto de explosiones y destrucciones cada vez mayores. Al final ni siquiera entiendo qué quieren los supervivientes negándose a recibir ayuda humanitaria.
Japón reclamando su derecho a volver al aislacionismo previo a la «política de cañoneras» que les hizo entrar a la fuerza en la modernidad? …O a saber. Tampoco sería el único manga de los ochenta y primeros noventa con mensaje (tenue o no tan tenue) nacionalista aislacionista.