Quizás motivado por el calor que está comenzando a aumentar cada vez más, saqué de la cada vez mayor pila de lecturas pendientes esta Nave de los Hielos de Michael Moorcock. Y además de envidiar a ratos las temperaturas que en este libro se describen, me he encontrado con una novela de aventuras y fantasía que parece beber de algunas fuentes muy clásicas pero con la mirada enfocada hacia el futuro. Y aunque esta novela tiene algunos problemas que otros, la historia que nos cuenta es tan intrigante y fascinante que, pese a esa sensación algo anticlimática que queda al terminarla, vale mucho la pena descubrirla.

Konrad Arflane ha consagrado toda su vida a su trabajo a bordo de un barco, y a la Madre de los Hielos, la diosa que, según las leyendas, está envolviendo el mundo en su manto hasta que no quede nada con vida. Pero tras perder el mando de su barco, siente que su vida carece de sentido y vaga por los hielos buscando un nuevo rumbo para su vida o el final de esta. Es entonces cuando el destino, en la forma de un anciano moribundo, le pone enfrente una misión: capitanear el buque más impresionante del mundo conocido para partir a la búsqueda de un lugar mítico conocido como Nueva York…

La Nave de los Hielos (The Ice Schooner, 1966) es una novela curiosa que combina elementos muy dispares, pero cuyo resultado es una obra de las que enganchan, aunque al final sepa a poco. Nos encontramos con un mundo que lleva siglos sufriendo una nueva era glacial, cuyos escasos habitantes han conseguido adaptarse a esa vida sobre un hielo eterno y que se rigen mayoritariamente por una serie de supersticiones. Pero poco a poco Moorcock nos deja claro que, aunque el conocimiento del pasado se haya perdido para estos supervivientes, nos encontramos en un futuro muy lejano en el que aún persisten retazos del pasado. En algunos hogares funcionan aún viejas lámparas eléctricas, otros conservan pequeños calefactores que funcionan con baterías recargables con energía solar, y balleneros y comerciantes navegan sobre buques de fibra de vidrio montados sobre patines del marfil de las ballenas de Tierra que son su principal sustento. Pero se trata de unas tecnologías que fallan cada vez más, que ya nadie comprende, que no pueden reparar y donde los viejos textos del remoto pasado que aún se conservan son considerados heréticos o simples cuentos sin fundamento por la mayoría de la población.

Y para Arflane, cuyo mundo hasta ahora se componía solamente de las ocho ciudades que existen sobre lo que en el pasado fue la Meseta del Mato Grosso, y algunas tribus bárbaras nómadas a las afueras, y que siempre había creído fielmente en la doctrina de la Madre de los Hielos, que ellos están ahí de forma temporal hasta que su diosa lo engulla todo, se abre un nuevo camino que cambiará su vida para siempre. Para él, Nueva York es un lugar de leyenda, el hogar de esa Madre de los Hielos a quienes la mayoría adoran, pero un anciano, líder de una de las ciudades, afirma haber estado cerca de visitarla y ser el único superviviente de tan peligrosa travesía, por lo que, incapaz de retomar su viaje, le encarga a Arflane que viaje hasta allí y regrese con el conocimiento que él cree que se esconde en sus torres.

En este punto nos encontramos con el contraste de que, para el anciano, Nueva York es un lugar real, la ciudad de la que hablan algunos de los libros que han sobrevivido al paso de los siglos, y que allí se deben encontrar los conocimientos del pasado que la humanidad ha olvidado y que necesitan para sobrevivir en ese mundo cambiante y en decadencia en el que viven. Pero para Arflane ese viaje es casi una peregrinación religiosa, un viaje místico para reunirse con quien considera la creadora del mundo. E impulsado por un lado por sus creencias, y atenazado por otro por las semillas de la duda que el anciano y su familia han plantado en él (como que esa edad de hielo está terminando, que el planeta se está calentando y surgirán elementos míticos como la tierra y el mar), Arflane se embarca en su misión de una forma obsesiva, decidido a demostrar a toda costa que las creencias que le han guiado toda su vida no están equivocadas, pese a albergar cada vez más dudas. Y en esa obsesión, que le lleva a considerar prácticamente todo lo que no suponga el éxito de su misión como algo superfluo, no es difícil encontrar la influencia nada disimulada del Moby Dick de Herman Melville, ya que, después de todo, Arflane, como Ahab, también es un ballenero.

Con todos estos elementos, Moorcock construyó una novela que en su mayor parte es un relato de aventuras marítimas con todos los tópicos que uno pueda esperar al respecto: incidentes durante la travesía que ponen en peligro la nave, amenazas inesperadas o el descontento de la tripulación al darse cuenta de que a su Capitán le importa más el llegar a su objetivo que el bienestar de quienes viajan con él. Todo girando en torno a un Capitán a quien cada vez más envuelven las dudas y lo único que le importa es demostrar que no se equivoca. Y eso en parte es tanto uno de los puntos fuertes del libro como uno de los débiles.

Konrad Arflane es el único personaje realmente desarrollado en este libro, tratándose de un hombre roto que ha perdido las ganas de vivir y a quien embarcarse en esta misión no le sirve, como él confiaba, en devolverle su fe, ni en el mundo ni en él mismo. Pero el resto de personajes están ahí haciendo un poco de bulto. Tanto sus aliados como sus adversarios son personajes bastante planos, de los que nunca llegamos a saber demasiado y que en más de un caso sufren unos bruscos cambios de actitud que pillan por sorpresa, porque simplemente no tenemos ni idea de quiénes son realmente, que están ahí solo para crear conflictos o para reconfortar y dar ánimos a Arflane. Y este es un aspecto del que esperaba mucho más de Moorcock.

El otro problema del libro es que el final resulta demasiado precipitado, siendo uno de esos casos en los que me gusta cómo acaba la historia pero no cómo se llega allí. Porque tras esa larga travesía de meses llenos de penurias y tragedias, cuando llegamos a los últimos capítulos nos encontramos con páginas y páginas de exposición pura y dura, en la que se aclaran todas las incógnitas del pasado y presente de esa Tierra postapocalíptica y se dan algunos apuntes de cuál será su futuro, y una vez sin misterios, los protagonistas supervivientes parten para seguir sus nuevos caminos. Un final que resulta un tanto anticlimático y que rompe por completo el ritmo de la novela, sin permitir que ese ultimo tramo del libro se desarrolle con el espacio necesario, ventilandolo todo en un par de conversaciones.

Pero, pese a esos problemas, no puedo decir que estemos ante una mala novela, solo ante una imperfecta que desaprovecha mucho ese fascinante futuro en el que se desarrolla. Pero, pese a sus carencias, La Nave de los Hielos sigue siendo una apasionante historia de aventuras con un tono muy clásico que vale bastante la pena leer.
Moorcock.. Es una asignatura pendiente para mí. Porque aunque me gusta mucho el rollo de fantasía oscura que ha creado, y es un genial universo para juegos de rol, la realidad es que el estilo en el que escribe no me gusta nada. Opino que sus ideas y conceptos son geniales, pero la forma de plasmarlos no.
Un Multiverso! (Y mucho más variado de lo que muchos creen, que algunos todavía piensan que es solo Elric, Corum, Hawkmoon, Erekose y las otras «identidades» del Campeón Eterno con espadas)
Bueno, eso son los cuatro más famosos, pero hay muchos más. Como Eric Beck en nuestro mundo o se de la Guerra de los 30 años.
Personalmente aunque Elric es mejor personaje, prefiero a Hawkmoon, porque es menos cenizo y tiene un final mucho más feliz, con esposa, hijos y gato telépata.
Lo que me ha quedado claro de todo el artículo, es que el barco estaba plagado de Lujuria y hacía calor.
Es lo que tiene, que vayan en él Boris Vallejo y sus chavalas caldeando el ambiente.
Yo me hubiese leído también fijo esa «versión alternativa» (que tiene que existir en algún punto del Multiverso) de adolescente.😂😂😂😅
Como lectora de toda la vida de Moorcock y de sus sagas del campeón eterno, nunca he leído esta novela, Moorcock tiene el don de crear mundos y escenarios muy interesantes pero profundizar poco en los personajes salvo los dos o tres que sean protagonistas (como mucho). En ese sentido es un poco como Hickman, aunque Moorcock tiene la facultad de haberse imbuido de todas las teorías físicas de su época, de la literayura de aventuras y pulp y haberlas sabido aunar en relatos maravillosos de los que aún beben muchísimos guionistas, escritores, diseñadores de videojuegos, creadores de anime (Arcane sin ir más lejos)…
Y a veces ni en el protagonista. La caracterización le interesaba lo justo.