«Tenemos una cabeza de playa» -dijo el mariscal Aggur Bilalid. «Pues que alguien la quite, que a mi las playas me gusta que estén limpias»- respondió el Duque Turbomencey, para desconsuelo del mariscal. La guerra había terminado con una sorprendente victoria del Imperio Mhulargo, pero los chanchulleos y malmetimiento de M’Rabo en el sultanato Idrisid intentando matar al sultán habían provocado que el sultán estuviera más paranóico y más encabronado que nunca con un Duque Turbomencey que hasta entonces había pasado totalmente desapercibido para él; ahora mismo lo único que les separaba de una invasión era que el idrisida estaba enredado en una guerra contra su vecino del sur, pero esa distracción no iba a durar para siempre.
«Yo creo que si lo matamos otra vez, seguro que se muere, porque si no fijo que es un vampiro o un mutante» solía decir M’Rabo, para desconsuelo de su mariscal y su nuevo jefe de espías, que se preguntaban cómo podían estar al servicio de semejante incompetente. Y lo mismo debían de estar pensando sus subordinados de su nuevo territorio, que se apresuraron a pedir prebendas pese a que M’Rabo tenía a medio reino acojonado. Por supuesto, en cuanto el Duque Turbomencey descubrió las ambiciones de sus nuevos subordinados, Rais Yugerten de Mazaghan y Rais Stembanos de Fadala, procedió a intentar echarlos de su puesto y a poner a gente de su confianza, los mismos hijos que había cuidado con tantísimo cuidado y cariño desde la cuna. Pero justo cuando iba a hacerlo, descubrió que su autoridad tribal no era lo suficientemente alta como para hacerlo y, pese a haber ganado una guerra, su prestigio social era negativo, con lo que tenía que cargar con esos dos pesados: «Ya los mataré otro día, ahora estoy ocupado con el sultán pesado ese». Y sí, en un empeño suicida seguía malmetiendo contra el sultán Idrisid de todas las formas posibles, hasta el punto en que acabó destapando esto:
Puede, solo puede que, al decirle al sultán de un estado diez veces más grande que el tuyo que su hijito del alma, su principito querido y heredero de todo lo que tiene es y será es un bastardo que para colmo de males es hijo tuyo y no suyo, algunos podáis considerar que eso es jugar con fuego. Pero no ya con fuego, con una explosión nuclear en tu jeta y sin ni siquiera esconderte en una nevera. A pesar de todo y aunque M’Rabo no recordaba haberse acostado con la madre del muchacho ese cuyo nombre ni siquiera era capaz de aprenderse, el demente Turbomencey empezó a creerse a pies juntillas su propia mentira y proclamó a los cuatro vientos que el principe como se llame era su hijito, su hijito querido del alma, y que quería aceptarlo como su sucesor. El principe Abraam Ali, bastante más apuesto y espabilado que M’Rabo, rechazó de plano la idea, pero M’Rabo insistió de tal forma que todo el mundo empezó a creerselo… Y la pobre Emira D’r’ifa, que había sido una abnegada esposa leal durante toda su vida, empezó a recibir todos los palos porque la sociedad patriarcal es lo que tiene y cuando no hay ni tuiter para defenderte no hay «me too» que valga.
Y así es como a largo plazo la única consecuencia que tuvo todo aquello es que la pobre señora se ganó la fama de adultera, enfadándose con su pobre marido y siendo maltratada de mala manera. Ajeno a todo esto -porque eso de la empatía o la conciencia no va con el- M’Rabo decidió que, si no iba a poder invadir al sultán de marras ni hacer ninguna cosa divertida, lo mejor que podía hacer era tomarse unas merecidísimas vacaciones, por lo que proclamó lo que todos los ricachones de la edad media proclamaban cuando querían tomarse unas vacaciones: inició un peregrinaje. Probablemente a la puerta de su casa, porque al final la religión de los canarios solo existía en Canarias por lo que seguramente el lugar más sagrado que tenían era el Padre Teide que ya visitaba todas las semanas, pero M’Rabo se puso las sandalias y salió a peregrinar:
La peregrinación transcurrió sin muchos incidentes, y es que al final M’Rabo no iba muy lejos y no le dió tiempo a malmeter. Así que para cuando volvió a su trono un par de semanas después, sus más que competentes subordinados habían saneado la economía del reino, dejado en positivo su prestigio y hasta, sin las interrupciones constantes de M’Rabo, conseguieron llevar a cabo una conjura de asesinato como es debido y sin que el nombre de M’Rabo Mhulargo quedara escrito por todas partes; lo que es más, la importancia estratégica del asesinato había sido enorme, porque el liquidado era el Emir Ali, uno de los principales vasallos del sultanato Idrisid, dejando en el puesto al propio «bastardo» que se habían inventado los malmetimientos de M’Rabo un tiempo antes:
Llamadlo karma o llamadlo lo que sea, pero es que en cuanto M’Rabo volvió al trono fue cuando todo empezó a venirse abajo; de entrada el príncipe heredero de los Mhulargo, Katar Hol, se pilló una viruela de las gordas… Y se murió, porque M’Rabo insistió en tratarlo de la forma más arriesgada. Y eso, en la medicina del siglo IX, lo menos conlleva desangrarte, beberte tu propia orina, vomitarla y volvértela a beber. Pero así era la edad media, que uno se puede morir de cualquier cosa y supongo que por eso luego se inventaron las vacunas y todo eso. Tras recibir la sepultura adecuada -siendo envuelto en un trapo viejo y tirado al mar- el nuevo heredero del imperio Mhulargo acabó siendo Princesa Projectra Mhulargo, el hijo transgénero de M’Rabo proclamó querer y tolerar mucho porque ahora lee mangas BL y ha aprendido lo que es la tolerancia, por lo que animó a su hijo Princesa ser quién sentía ser. Eso o que M’Rabo es tan inútil que no supo diferenciar si aquel bebé era chica o chico y se lió al bautizarlo, que es lo más seguro. El caso es que el nuevo heredero Princesa Projectra era otro intrigante de tantos, un poco más feo bajito que Katar pero más guapo y alto que su padre -no es difícil- pero aún así cabezón como el solo.
Pero lo importante no está en el exterior si no en el interior, y el interior del nuevo heredero no era precisamente brillante porque era un perfecto imbécil; Había estudiado con un ermitaño loco en medio del desierto que practicaba una doctrina llamada deshidratamiento espiritual que te secaba el cerebro cosa mala, y para colmo de males Princesa Projectra nunca se sintió muy querido porque M’Rabo solo lo había saludado dos veces en su vida. Aun así, el chaval era demasiado buena gente y quería tanto a su padre que nunca se cambió de nombre, por lo que M’Rabo le tenía algo parecido al afecto que siente un niño por su grillo mascota que pronto desapareció por completo cuando M’Rabo tuvo un pasatiempo más entretenido que su hijo: Después de una guerra en la que habían perdido casi todo su ejército, la espalda de los Idrísidas por fin se ponían a tiro para que M’Rabo pudiera pegarles un empujón y pisarles el cuello. Y así es como, dejando plantado al pobre Princesa un día en el que habían quedado para comer grasa de cabra con mantequilla en la playa, M’Rabo fue donde su mariscal y le ordenó que lanzara sus ejército contra las posaderas enemigas mientras sus agentes chanchulleros viajaban tras las líneas enemigas para secuestrar al sultán y ganar la guerra de la forma más canallesca posible. A la hora H del día D las costas de Tasmania -que ahora sí que se llamaba así, manías de M’Rabo- se llenaron de soldados con el joven Princesa Projectra al frente, que lanzó un ataque valiente, osado y estúpido contra el ejército enemigo en vez de esperarse a que llegara el ejército de sus aliados mandingos, que aún así estaba por ver si harían acto de aparición. Sin embargo y como todos los tontos tienen suerte, el Sultán se dejó cegar tanto por su odio a M’Rabo como para atacarlo directamente con un ejército mucho menor, con lo que el ejército del imprudente Princesa le pasó la mano por la cara sin el menor problema, y así es como el enemigo cayó y el sultanato idrisida sufrió su derrota más humillante de la historia, teniendo que claudicar Tánger a manos canarias.
Tánger, una ciudad civilizada y moderna, pasaba a ser propiedad de aquella tribu de pastores andrajosos, y M’Rabo de repente se encontró con que tenía un castillo. No solo ahora tenía un castillo, si no que un par de ciudades, y un templo de una religión que no conocía en la que había que rezar de rodillas mirando a no se donde pero que era muy lejos. Y bueno, Canarias estaba muy bien para ir a la playa y comer grasa de cabra todo el día, pero eso de tener habitaciones, puertas y ventanas mejora la calidad de vida de uno cosa mala. Así que ni corto ni perezoso, M’Rabo dejó las islas por las que supuestamente hacía todo esto y movió toda su corte a su castillo de Tánger, el cual rebautizó -como no- como Castillo de Grayskull, y a la propia Tánger como Eternia. Y hasta dijo aquello de que «que así se haga» y así se hizo.
Corría el año 897 y M’Rabo contaba ya con 50 inviernos, la economía volvía a estar hecha unos zorros y se había instalado en un castillo lleno de cortesanos que ni lo querían ni apreciaban, y que por supuesto no querían saber nada de él. La suerte tenía que acabársele en algún momento, ¿verdad?
De nuevo, la historia pierde tejido conectivo cortando las escenas de Mula; para empezar el Turbomencey malentiende ver a Mula riendo y abrazando a otra persona (o que acaricie a un perro), y pensando que dos pueden jugar a ese juego sale a gritar a los cuatro vientos que tiene hijos bastardos por todas partes (incluyendo Idrisid) para darle celos a Mula. Por supuesto, considerando lo turbulenta que ha sido su relación, M’Rabo piensa que no pasará nada mientras que Mula tras ser prisionero del enemigo en la entrega anterior tiene otra visión sobre la vida y decide que no se la puede perder en juegos de celos y decide que es mejor «ver a otras personas».
M’Rabo totalmente despechado va a hacer el peregrinaje y mientras aprende donde se equivocó con Mula, la situación de su reinado mejora. Cuando vuelve intenta recuperar a Mula argumentando que ha aprendido y ahora es mejor persona, pero Mula prefiere que sean solo amigos (amigos sin comillas). En un principio taciturno, tras ser informado de que Katar Hol ha caído enfermo, M’Rabo comienza gradualmente a frustrase con todo (mientras que gradualmente la situación de Katar Hol empeora); hasta que la muerte de su heredero le hace rechazar todo lo que aprendió en su peregrinaje pensando que el cambio solo hizo que las cosas empeorasen (como cuando Tony Soprano mandaba a la Dra. Melfi a la mierda porque algo iba mal). Y vuelve a su actuar errático que nunca realmente abandonó.
Así podemos contrastar que mientras Mula ha crecido como persona, M’Rabo parece retroceder en ese sentido. Y cuando gana Tanger y consigue el Castillo Grayskull, reconocemos que se está reforzando el comportamiento equivocado, y la tragedia está a la vuelta de la esquina.
La historia del nuevo heredero merece su propio spin-off, la verdad, con historias sobre su educación con el ermitaño loco en medio del desierto, la explicación detrás de la confusión en el origen de su nombre, y sus logros en el campo de batalla.
Crusader Kings no puede ser planteado como una serie de Netflix porque es como la vida misma, en cualquier momento te puede llegar la tragedia y tu caballo acaba siendo tu heredero. Éso no te dejan hacerlo ni en Juego de Tronos, pero aquí todo vale! Y por eso cuando lleguemos al episodio de la semana que viene vas a fliparlo, porque la cosa se va a poner tremendamente turbia y M’Rabo va a hacer su Breaking Bad!
Un día llamare a tu puerta!
Ojalá tuviera una puerta…
Anda que no sería una buena serie de Netflix (o mejor aún Apple TV+). Danny DeVito de Turbomencey y Tom Hiddleston (completamente perdido y a punto de despedir a su agente) de Mula. «The gang» haciendo todos los otros papeles.
¿Cómo que la Corte se traslada a Tánger (perdón, a Eternia)? ¡Al final los canarios vamos a terminar siendo colonia de nuestro propio imperio! Menudo Turbomencey, esto con Coalición Canaria no pasaba.
Yo ya avisé que no debíais haceros ilusiones con el desgraciado este, que en cuanto vió que podía cambiar su chocita en la playa por un castillo con forma de calavera pues… Ya ves!