Canarias invade Tasmania: Vacaciones en Canarias (IV)

Para M’Rabo la guerra consiste en tres cosas: la primera, aplastar enemigos, la segunda verlos destrozados a sus pies y la tercera oir el llanto de sus mujeres (o de sus hombres, que no es cuestión de discriminar). Los tamasnios -que no tasmanios- no le habían hecho nada al Imperio Mhulargo, simplemente a M’Rabo le confundía mucho que se llamaran así porque el diablo de Tasmania se supone que está en Australia y no en el norte de África, por lo que iban a pagarlo caro. Por eso y porque no vamos a negarlo, tener tanto hijo a M’Rabo le había acabado estresando y así es como la muerte de Basura, aunque jamás vaya a reconocerlo, le había afectado un poco y necesitaba evadirse.

Aquí M’Rabo y su familia, con su señora tuerta y un hijo que sería la mar de apuesto si no tuviera los genes de su padre.

«Pues estamos en guerra» le dijo M’Rabo a su mariscal Aggur Bilalid.»No jodas» respondió el mariscal «¡No me habías dicho nada!». «No quería molestarte» se excusó el Duque Turbomencey, mientras metía la mano en otro cubo de grasa de cabra «así que tienes tarea, junta las tropas y mata al enemigo». Aggur Bilalid no quiso mostrarlo en aquel momento, pero estaba un pelín preocupado. Llevaba cosa de veinte años en el puesto y lo único que había hecho hasta ese momento es repartir palos a cuatro pastores y hacerles demostraciones de como reventar piñas a estacazos, que ellos contemplaban un tanto aburridos pero de las que acababan muy agradecidos porque al final del espectáculo se ponían morados a piña; ¿cómo iba a decirles ahora que tenían que cruzar el mar para invadir un país extranjero del que nunca habían oído hablar? Que no nos engañemos, ellos no sabían de ningún país que no fuera las propias Islas Canarias y prácticamente la totalidad de ellos no habían salido de su propia isla. Algo se le tenía que ocurrir, porque si no invadían ellos daba por hecho que la guerra acabaría viniéndoles a sus propias costas.

Yo esta guerra sigo sin verla, ¿eh?

Mientras tanto, M’Rabo estaba haciendo lo más peligroso que puede hacer: pensar. Y pensaba que igual le pillaba un poco lejos el enemigo, así que lo mejor iba a ser llamar a sus aliados a ver si ellos se encargaban de la guerra, que hacer balsas para transportar a sus pastores -perdón, guerreros- iba a retrasar un poco la guerra y no era cuestión de hacer esperar a los demás para empezar a matarse. Que ya que los matas, por lo menos tener una formalidad, digo yo. Así que ni corto ni perezoso, encargó a un gomero que hiciera un silbo a sus aliados, con lo que pronto -cuatro días después o así, ¡hay que ver lo que ha avanzado esto del silbo!- le llegó la respuesta de sus aliados; ninguno de los dos aceptó ayudarle, básicamente porque les caía mal. M’Rabo lanzó furioso el cubo de grasa contra unas rocas, ¿qué culpa tendría él de caerle mal a la gente? Y lo que es peor, ¿ahora cómo puñetas iba a ganar la guerra?

Algo tendrá que ver que cuando ellos entraron en guerra M’Rabo ni se molestó en ayudarles. Algo, digo yo.

Así que M’Rabo fue donde su querido mariscal Bilalid y le preguntó que tal estaban sus ejércitos. El Mariscal se cruzó de brazos, giró la cabeza hacia un lado y dijo. «Los ejércitos… Pues están.» A lo que M’Rabo respondió con un «Estupendo, que estén. Pero que estén pisando los cadáveres de mis enemigos, ¿ESTAMOS?». Y se fué, no dando un portazo porque en Canarias en el 888 no había puertas, pero ganas no le faltaron. El pobre mariscal, consciente de que no iba a haber forma de que los pastores se subieran a una balsa para matarse con gente que no conocían de nada, decidió que lo mejor era pedirle ayuda a alguien que supiera tomarle el pelo a la gente; Nyanpue, la jefa de espías, todavía era nueva en su cargo, pero antes de dedicarse a esto se había dedicado a ir isla por isla vendiendo un ungüento de algas que lo curaba todo compuesto en realidad de una mezcla de lodo, estiercol, aguacate podrido y cáscara de huevo. Nunca curaba nada, pero era tan convincente vendiendo el mejunje que absolutamente nadie le había reclamado nada jamás.

Trata de matar al sultán de Marruecos, SPOILER: Sale mal.

Nyanpue aceptó el desafío, a pesar de que siempre estaba ocupada con algo porque M’Rabo otra cosa no, pero malmeter era algo que hacía constantemente; precisamente en aquel momento estaba organizando otra conjura para matar al Sultán de Marruecos (o más bien de Idrisid, que se llamaba entonces), que tenía toda la pinta de que tarde o temprano iba a poner las zarpas sobre los tasmanos y eso M’Rabo no lo podía tolerar, así que a Nyanpue le cayó todo el marrón a la vez que se encargó de que todos los pastores de Canarias cogieran sus respectivos palos, se subieran a unas balsas tremendamente precarias y desembarcaran, por fin, en Tasmania. Parecía que estaba todo listo para empezar la invasión, para que M’Rabo consiguiera la gloria cuando… Su esposa, Tekhaye, murió a la tiernísima edad de 42 años.

«¡Bah, tengo tres más! La putada es que la que palmara no fuera Ndoye, mira que me cae mal esa y no le pasa nada, tendría que hablar con Nyanpue…»

«Pues que le vamos a hacer, a buscarme otra esposa» -dijo M’Rabo, que ni se molestó en ir al funeral- «¡Traedme cincuenta o doscientas y ya iré probándolas!» La elegida acabaría siendo una pastora llamada Gban, que ni era de noble cuna y que aceptó porque no había más remedio, y es que para aquellas alturas el Turbomencey ya estaba viejo y más feo todavía (si es que eso es posible) y era cualquier cosa menos un buen partido. «Ya veréis cuando gane la guerra» -decía M’Rabo- «¡Las voy a tener a paladas!».

Yo es que sigo pensando que esta guerra no la veo, ¿eh?

Mientras tanto, la guerra iba bastante mal. Los pastores habían desembarcado en Tasmania con la promesa de tener unas vacaciones maravillosas, pero no habían encontrado más que desierto y más desierto, tenían calor y sed y todos creían que habría sido mucho mejor pasar las vacaciones en sus propias islas y no en aquel sitio horrible en el que no había manera de encontrar el hotel. El Mariscal Bilalid, consciente de que la tropa se le ponía levantisca, no tardó en seguir al pie de la letra las instrucciones que le dió Nyanpue y pasó a relatarles cómo los malvados Tamasnos -que no tasmanios, que M’Rabo es un cateto y lo había leído mal- les habían engañado con lo de las vacaciones con la única intención de moverles la linde mientras estaban alejados de sus tierras. Los pastores, con un arranque de ira digno del Duque Turbomencey, estaban dispuestos a dar media vuelta y volver a sus queridas islas cuando el ejército enemigo apareció y aquella mañana del 7 de julio del año 888 Bilalid les dió un discurso digno de Braveheart que pasará a la historia por la frase «Podrán movernos la linde, ¡PERO LA HOSTIA SE LA VAN A LLEVAR!»

¿¿PERO CÓMO HA PODIDO SALIR MAL??

Los que se llevaron la hostia fueron los pastores, sí. Pero también es normal, quiero decir, era gente con palos contra arqueros y soldados con cimitarra y cosas. Sin embargo y a pesar de la derrota, el ejército enemigo había quedado bastante mal parado dentro de lo que cabe, con lo que M’Rabo se estaba planteando seriamente volver a atacar al momento mientras el enemigo le diera la espalda o algo cuando la noticia de que su amigo Mula, su amiguito del alma Mula, había sido capturado y el malvado jeque tasmano empezó a pedirle dinero por su rescate. Aquí podríamos hablar de las tórridas noches de verano junto a su amigo Mula, pero como esto no es un post de esos de M’Rabo saliendo del armario, me limitaré a decir que la respuesta de M’Rabo ante la captura de su amiguito del alma fue, como no, que el tal Mula tan amiguito suyo no debía ser si se había dejado capturar de semejante manera, así que se lo podían comer si les daba la gana. Que puñetas, los famosos cocodrilos canarios de los que en su día le advirtió Mula nunca aparecieron, ¡le estaba bien empleado por liante!

¡Y encima cachondeo!

La guerra no iba mal, iba de puta pena. M’Rabo tenía prestigio negativo, las arcas del imperio estaban prácticamente vacias, sus pastores se habían reducido a la mitad -a ver ahora como pastoreamos lo que hay que pastorear- y para colmo su hija Misty Knight había empezado a darle la paliza con que quería casarse. M’Rabo le dijo a su nueva esposa favorita, Gban, que se encargara de buscarle novio o algo, y la plebeya aquella que había encontrado enterrando estiercol de cabra en medio del monte resultó ser útil, porque consiguió endosarle la niña a un emir llamado Farbas Bamari que no solo tenía tierras, tenía soldados y era tan primo de ir a la guerra por él. Y así es como el ducado de Mandinga, de 2225 soldados -el doble que el Turbomencey o los falsos tasmanios- se metió de lleno en la guerra de Tasmania mientras los soldados canarios se iban a su casa.

Yo te regalo una hija y tu ganas una guerra por mí, ¡es un trato justo!

La cosa no funcionó mal, porque mientras los pastores estaban escondidos en mitad del desierto del Sáhara pasando la sífilis -yo no sé a santo de que la pillaron, a mi que me cuentas- y cosas peores, de repente apareció el ejército mandingo con 2000 soldados bien pertrechados y más bonitos que una película de Green Lantern en la que no salga Ryan Reynolds. «Gracias por venir, amigo Farbas.» -dijo M’Rabo, mientras se preguntaba a cuánta gente tendría que matar para que su hija heredara la patria mandinga- «Íbamos a empezar sin vos, pero habría sido una grosería.» Y bueno, que empezaron las tortas, 3000 guerreros contra mil quinientos, con un ejército que ahora tenía hasta caballos, una cosa alucinante. Y claro, así abusando, pues gana cualquiera.

Yo no sé para que se complican tanto, ¡si casas a tu hija con alguien con un ejército más grande ya tienes la guerra ganada!

Y así es como empezó el primer asedio de una guerra que supuestamente iba a durar solo hasta el verano, en un lamentable intento por conquistar un terreno minúsculo que probablemente era de gran interés para un enemigo que multiplicaba por diez los efectivos del turbomencey. «Primero conquistamos esto y luego ya veremos que hacemos con lo otro» decía siempre M’Rabo cuando el mariscal Bilalid le hacía notar el pequeño detalle «Total, tarde o temprano se morirá el pesado ese» pero el sultán ese no había manera de que se muriera, siempre que iban a envenenarlo el cocinero tiraba el plato por error, el sultán se cambiaba de caballo en el peor momento… Todo salía mal, y seguramente la única razón por la que el propio sultán no se había metido de por medio, era porque estaba envuelto en su propia guerra con otro desgraciado maloliente que, curiosamente, tenía su costa mucho más cerca de Canarias que los territorios tasmanos que no valían para nada. «Lo siguiente será conquistar Ceuta y Melilla» -decía siempre M’Rabo, que como siempre no tenía ni la más mínima idea de geopolítica, estrategia, teología ni geometría.

Si tu mujer y tu hija influyen en una guerra, ¿se considera inclusividad forzada?

Y mientras seguía el asedio y de vez en cuando el ejército enemigo intentaba infructuosamente romperlo, la conjura para matar al Sultán Yahya Il ibn Yahya de Idrisid fracasó estrepitosamente, con lo que quedó completamente al descubierto y M’Rabo se tuvo que deshacer en geniales disculpas como «a ver, matar matar solo te hemos intentado matar cinco veces, pero como ninguna ha funcionado digo yo que esta tampoco vale, ¿no?» que no dejaron nada convencido al sultán, por lo que procedió a declararlo «persona non grata que como aparezca por aquí lo empalo y lo aso vivo como un gorrino», recordando a la concurrencia que aunque él no coma cerdo, sus perros no tienen ese problema. «Tampoco es para tanto, pero supongo que cuando acabemos con la escoria tasmana tendré que encargarme del tío ese». Y siguió amargándoles la existencia a los pobres tamasnos, que terminaron por rendir la ciudad el 4 de Octubre de 890. Y así, sin merecerlo y de la forma más zarrapastrosa posible, M’Rabo Mhulargo procedió a renombrar Tamasna como Tasmania, sin ser consciente de que solo la estupidez de sus rivales y su propia insignificancia le había permitido sobrevivir hasta ése momento…

Y sí, por increíble que parezca, M’Rabo ha ganado una guerra. O más bien la ganaron su mujer y su hija.
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Stravinkay Modelarus
Stravinkay Modelarus
3 años han pasado desde que se escribió esto

Yo entiendo que el objetivo es llevarnos de vacaciones por Canarias pero estás dejando pasar la oportunidad de darle un verdadero peso emocional y estructura a la historia no contándonos la escena en la que en honor a su amistad Mula decide revelar que los cocodrilos eran mentira y esa es la razón por la que un traicionado M’Rabo lo envía a la guerra donde acaba de prisionero.
Y luego la escena en la que el Turbomencey se harta de escuchar a Gban decir y repetir que ella «no es de noble cuna, y que un turbomencey no debería ni pensar en alguien así», y en un ataque de rabia que no tiene nada que ver con Gban en realidad, sino con Mula, destroza todo lo que encuentra hasta acabar en lágrimas en el suelo, impotente con sus tropas vencidas, su amigo (guiño, guiño) prisionero y un mar dividiéndolos. Escena en la que Gban se ve fuertemente movida por la demostración emocional y decide encontrar la forma de que se solucione el conflicto ya sea porque cree que esa es la razón de su desdicha o porque entiende lo que Mula significa para el.
Esas dos escenas junto con el claro subtexto que tiene de por sí la historia como mínimo reducirían esa sensación que da el Emir Farbas Bamari de Mandinga de ser un «deus-ex-Machina» y con suerte darían un claro arco al protagonista (lo que haría mucho más fácil una adaptación a la gran pantalla).

Sé que esto es para joder a M’Rabo, pero está saliendo una historia bastante buena.

Kitty Pryde
Kitty Pryde
3 años han pasado desde que se escribió esto

Completamente de acuerdo

Stravinkay Modelarus
Stravinkay Modelarus
3 años han pasado desde que se escribió esto
Responde a  Kitty Pryde

Es lo poco que agregaría porque la guerra igual ya sirve de perfecto trasfondo/reflejo al conflicto interno del hombre; un conflicto empujado por la confusión de Tamasnia/Tasmania (cuando el mismo está confuso sobre sus sentimientos), mientras llevando a cabo conjuras (secretismo, la necesidad de ocultar, que hasta sale mal).
Pero sobre todo como la relación con Misty Knight y Gban lleva a la resolución del conflicto y demuestran que ha avanzado redimiendo algo de la culpa por las muertes de Basura y Tekhaye (por la primera se siente culpable y por eso dejando que Misty Knight cumpla su deseo de casarse ya es mejor padre, y a la segunda sabe que jamás le fue realmente sincero).
Y hasta podrías decir que es esa evolución lo que permite tener los aliados que no tenía al comienzo de la guerra.

M'Rabo Mhulargo
Admin
3 años han pasado desde que se escribió esto

Eh! Que me importan mas cosas! mis comics, mis libros…

Stravinkay Modelarus
Stravinkay Modelarus
3 años han pasado desde que se escribió esto

Ohh, bueno, pero yo no estoy cambiando nada de lo que está escrito, las dos escenas que agregué no tocarían esa referencia a Stalin (a lo mejor le agregan un mínimo de Aquiles y Patroclo, o algo así, pero no lo suficiente como para confundir).

Stravinkay Modelarus
Stravinkay Modelarus
3 años han pasado desde que se escribió esto

Pues sí. No es como que lo esté ocultando; acabo de decir que le daría peso emocional a la historia.

Kitty Pryde
Kitty Pryde
3 años han pasado desde que se escribió esto

Bueno, y para animar un poco la caja de comentarios, aprovecho para felicitar a M’ Rabo ,pues la primera parte de su blog sobre el (tercer) Juicio de Magneto llego a los cien comentarios ??

M'Rabo Mhulargo
Admin
3 años han pasado desde que se escribió esto

Porque la Bruja Escarlata mola mas que la Patrulla X!

Kitty Pryde
Kitty Pryde
3 años han pasado desde que se escribió esto

Lastima que los posts sobre Australia aun no los puedo leer,para evitarme spoilers tontos…
Pero los demas previos estan genial. Y yo también reivindico a Dazzler como mujer X.??