No puedo decir que los cómics de Star Trek me hayan atraído nunca tanto como los de otras franquicias del ramo como los de Star Wars, pese a que me encantan las series y películas de ese universo de ficción. Pero la premisa de Star Trek: The Last Starship era tan delirante, disparatada y única que tenía que leerlo. Y tras su primer arco argumental de tres números (cosa rara en estos tiempos) debo reconocer que lo que están haciendo aquí el dúo de guionistas Colin Kelly y Jackson Lanzing, junto con el dibujante Adrián Bonilla, todo envuelto en unos portadones de Francesco Francavilla, me está gustando muchísimo. Así que tras el consabido aviso de SPOILERS, vamos a viajar una vez más a donde nadie antes ha llegado jamás…

Fecha Estelar 749047.7, una ola de energía de origen desconocido ha atravesado el universo volviendo inerte el Dilithium de los núcleos de curvatura utilizados por la inmensa mayoría de naves espaciales, haciéndolas explotar en el acto. Todo el universo conocido ha caído en el caos, la Federación de Planetas ha quedado diezmada y su Flota Estelar reducida a una sola nave. En ese estado de desorden y confusión, con viejas rencillas reavivándose e incontables mundos necesitados de una ayuda que jamás llegará, el Capitán Sato propone a lo que queda de la antaño orgullosa Flota Estelar el pedir ayuda a unos viejos enemigos con quienes existe ahora una tensa tregua, los Borg, y pedirles que compartan su tecnología de salto, que no depende del Dilithium, para poder seguir acudiendo a donde se les necesite. Pero lo que estos piden a cambio es algo inesperado, el tener acceso al material genético de un héroe de leyenda para, gracias a su tecnología, devolverle a la vida en su plenitud ya que esos tiempos convulsos requieren a un tipo de Capitán muy diferente, alguien como James Tiberius Kirk.

Lo sé, la premisa difícilmente podría ser más descabellada, ya que de entrada es una especie de precuela de la Tercera Temporada de Discovery, y secuela de la Segunda de Picard y de la película Star Trek: Generaciones. Una mezcla de elementos muy dispares que nos planta al comienzo mismo de “The Burn”, el evento que desmanteló el orden establecido en el Universo de Star Trek y creó el futuro en el que se ambientó el tramo final de Discovery y la próxima nueva serie de la Academia de la Flota Estelar. En ese futuro los Borg éticos liderados por Agnes Jurati, que solo asimilaban a quienes voluntariamente querían unirse al colectivo y conservan su individualidad, han permanecido al margen de todo desde que ayudaron a Picard a salvar la galaxia, y aunque lo que queda de la Flota Estelar no acaba de confiar en ellos aceptan su ayuda.

Y Agnes, convencida de que van a necesitar a un líder acostumbrado a tiempos más bélicos, por lo que a partir de los restos de Kirk, recuperados tras su muerte en el planeta Veridian IV, y conservados en el Instituto Daystrom como parte del Proyecto Fénix (como vimos en la tercera Temporada de Picard) con la esperanza de resucitarle. Algo que gracias a la tecnología de los Borg ha sucedido ahora, con un Kirk que conserva todos sus recuerdos hasta el momento de su muerte pero que físicamente se encuentra como en los tiempos del comienzo de su misión de cinco años.

Nunca pensé encontrarme una premisa tan complicada y que surge de tantas fuentes diferentes, pero ahí es a donde han querido ir Colin Kelly, Jackson Lanzing y Adrián Bonilla, y hay que reconocer que el planteamiento es cuanto menos interesante. Al ambientar la historia en una época completamente inexplorada del Universo de Star Trek, unos 120 años antes de que la Discovery reaparezca en el futuro e investigue qué sucedió realmente en ese evento cataclísmico, y en un futuro que solo existe como parte de dos series concretas de televisión, este equipo creativo cuenta con muchísima mayor libertad creativa de lo habitual, ya que apenas existe un canon de lo sucedido en esos años y mientras se limiten a no destruir ningún planeta que apareciese o vaya a aparecer en dichas series (Discovery y Starfleet Academy) deberían poder hacer un poco lo que quieran, incluso resucitar a Kirk.
Y en este escenario tan abierto y prometedor nos encontramos con una historia que juega muchísimo con los contrastes, con una Flota Estelar demasiado acostumbrada a tiempos de paz, que ha sufrido su mayor tragedia, con la Federación cayendo a pedazos poco a poco, donde muchos de estos supervivientes han perdido el acceso a sus hogares y facciones fanáticas de viejos aliados buscan sangre como respuesta a la catástrofe que ha afectado todos los mundos habitados y de la que buscan un culpable. Y ahí es donde entra en escena alguien como este Kirk, con décadas de experiencia a sus espaldas y una concepción del Universo algo diferente de la que tienen quienes ahora le rodean, especialmente el Capitán Sato de la USS Omega, la única nave en activo que le queda a la Flota Estelar y cuya relación con Kirk parece que va a ser uno de los ejes de la serie. Una relación que se pone a prueba en este primer arco, cuando tienen que enfrentarse a una flota Klingon rebelde y mientras que para Sato son aliados de la Federación, Kirk solo ve a quienes asesinaron a su hijo, lidiando con ellos de la única forma que conoce y arrastrando con él a sus nuevos camaradas.

Y aunque no creo que la intención de Kelly, Lanzing y Bonilla sea simplemente el retratar a Kirk como un Bárbaro de tiempos menos civilizados (recordemos que Kirk murió más o menos unos setecientos años antes de lo que nos cuentan en esta serie), ese contraste entre dos formas tan diferentes de entender la Flota Estelar resulta de lo más prometedor. Probablemente estos lleven la historia por los derroteros más lógicos (aunque Spock no esté presente) y todos los personajes lleguen a cierto compromiso entre ambos puntos de vista, plantando las semillas de la Federación y la Flota Estelar que conocimos en el último tramo de Discovery. Unos temas que a juzgar por lo que hicieron Kelly y Lanzing en su etapa del Capitán América, donde los dilemas morales en cuanto a la forma de solucionar problemas graves y hacer frente a enemigos imposibles estaban a la orden del día, van a jugar un papel muy importante en esta serie.

Pero sin duda uno de los mayores puntos fuertes de esta serie es el dibujo de Adrián Bonilla. Este posee un estilo muy “clásico” que se amolda como un guante a un cómic como este que pese a tocar muchos temas modernos de Star Trek está fuertemente enraizado en sus orígenes. Muy detallista y minucioso, con unos personajes tremendamente figurativos y expresivos y unas composiciones de página que alternan la retícula más clásica posible para los momentos de mayor intimidad o tensión y que se vuelven de lo más imaginativas cuando llega la hora de la acción. Pero lo que más me está gustando hasta ahora de su estilo es el uso que hace del claroscuro, la forma en la que en los momentos de mayor dramatismo las sombras se apoderan de la escena para reforzar el pesar de los personajes o la situación. Unas cualidades que le convertirían en un dibujante perfecto para cualquier historia de serie negra, pero que sin embargo destaca aquí como quiere en un género tan radicalmente alejado como el de la Ciencia-Ficción, demostrando que un gran dibujante, y Bonilla lo es, se puede desenvolver con lo que sea necesario.

Así que tras este primer arco argumental de presentación, me muero de ganas por ver hasta dónde piensan llevar Kelly, Lanzing y Bonilla al Capitán Kirk en este nuevo escenario tan diferente, y en muchos aspectos tan similar, al universo que él recuerda y donde esa frontera final a la que aludía la intro de la serie clásica se ha alejado muchísimo en estos siglos. Pero con lo visto hasta ahora mi confianza en esta serie y su equipo creativo es muy alta y espero grandes cosas de este cómic.
