Cuando la semana pasada hablaba de lo muy satisfecho que me había dejado el primer número de la etapa de Matt Fraction y Jorge Jiménez en Batman, especialmente por cómo recuperaban la faceta más humana del personaje, no pude evitar recordar cuando eso era prácticamente la norma y no la excepción y me vinieron a la memoria unas cuantas historias muy concretas. En particular no dejaba de pensar en una en la que todo el protagonismo recae en un villano y la presencia de Batman es casi anecdótica pero tremendamente poderosa. Así que por eso hoy quiero recordar cuando Alan Moore y George Freeman nos mostraron la faceta más trágica y humana de Clayface III.

Pero antes de entrar en materia quiero reivindicar a este villano tan inmerecidamente olvidado que murió de forma lamentable en aquella espantosa miniserie de Cry for Justice hace ya unos quince años y que si no me falla la memoria nadie lo ha recuperado pese a los reseteos que ha sufrido el universo DC desde entonces. Y eso es una auténtica lástima porque Preston Payne, el tercero de los Clayfaces al que Len Wein y Marshall Rogers crearon a finales de los setenta, era el más interesante de todos ellos y también el más trágico. Aunando elementos de distintos personajes literarios como el Doctor Jekyll, el Fantasma de la Ópera o el Jorobado de Notre Dame, Payne se convirtió en uno de esos villanos que no dejan indiferente al lector y que tuvo la suerte de protagonizar unas cuantas historias memorables antes de desvanecerse en el limbo editorial.

Y una de esas historias la encontramos en el annual número 11 de Batman en 1987, en donde Alan Moore y George Freeman recuperaron al villano tras una larga ausencia convirtiéndole en el auténtico protagonista de la historia. Aquí nos contaron cómo este, tras su último enfrentamiento con Batman, se había pasado un tiempo impreciso vagando por las calles de Gotham buscando a su amada Helena, un maniquí de quien se había enamorado profundamente por culpa del estado mental al que había quedado reducido tras el experimento al que se sometió a sí mismo para cambiar su apariencia.

Una búsqueda que llegó a su fin cuando la “reencontró” en el escaparate de unos grandes almacenes en los que estableció su nuevo hogar. Durante buena parte del cómic Moore y Freeman nos muestran esta delirante historia de amor que desde el punto de vista de Payne es tremendamente tierna. Durante meses Payne pasa los días escondido en alguna parte de los enormes grandes almacenes mientras espera a que llegue la noche para poder estar junto a “Helena”, celebrando fiestas con los amigos de ella (los demás maniquíes) o cenando en el lujoso restaurante del establecimiento.

Y en ningún momento encontramos aquí a un villano, Payne no busca venganza contra nadie, ni riquezas o conquistar el mundo, incluso esa necesidad de transmitir su “toque mortal”, que disuelve a sus víctimas como si las bañase en ácido y que es lo único que alivia el intenso dolor físico que siente, ha desaparecido. En esa cotidianidad, esa vida que él, nublado por sus delirios, considera normal junto a su amada, le ha convertido en alguien casi inofensivo. Y de esta manera el cómic provoca que uno acabe sintiendo lástima por él, ya que no resulta un personaje patético, sino alguien muy enfermo que necesita ayuda.

Pero Preston no está bien, nada bien, y su amor se acaba convirtiendo en algo tremendamente posesivo, sospecha que algo no va bien en su relación, y la noche en la que “Helena” no se encuentra en su lugar habitual y este acaba encontrándola en la sección de lencería casi desnuda, algo se rompe dentro de él. Algo que despierta de nuevo el lado más violento de Payne y también el dolor provocado por su estado, lo que le lleva a asesinar a un guardia de seguridad de la tienda tras ver cómo este le quita a “Helena” un pañuelo del cuello para regalárselo a su esposa, convencido Payne en su delirio de que es una señal de que son amantes.

Y aunque este se ha deshecho de los restos del guardia a varias manzanas de distancia, estos han aparecido y tanto la policía como Batman han reconocido inmediatamente los efectos del poder de Clayface y el uniforme del guardia, por lo que ya saben que este sobrevivió a su último encuentro y dónde se esconde. Y habiendo convertido Moore y Freeman a Preston Payne en el protagonista de la historia, podrían haber recurrido a lo fácil y mostrarnos un Batman inflexible y aterrador, ese justiciero violento que para muchos es el único Batman que existe. Pero en su lugar nos encontramos a un héroe compasivo que cuando se encuentra con su viejo enemigo trata de tranquilizarle y asegurarle que todo saldrá bien, porque pese a que ha matado a varias personas, Batman es consciente de que está ante una persona enferma que ni siquiera es realmente consciente de sus actos.

Algo que Payne demuestra cuando se convence de que Batman está ahí para robarle a “Helena”, que ambos han sido siempre amantes y que han estado riéndose a sus espaldas. Esto provoca un enfrentamiento entre ambos en el que Preston parece tener ventaja gracias a su íntimo conocimiento del interior de la tienda y a la superior fuerza física que le proporciona su exoesqueleto. Pero al final él mismo es quien se derrumba cuando el enfrentamiento les lleva a los pies de su amada y Preston se convence de que ella está disfrutando del espectáculo, viniéndose abajo entre lagrimas.

Esto desemboca en mi momento favorito de la historia, el que se me ha quedado grabado a fuego en la memoria, cuando Moore y Freeman demostraron sin lugar a dudas lo bien que entendían a Batman, lo que le motiva y le hace funcionar. Un momento en el que Batman, tras ver cómo su enemigo se ha hecho pedazos emocionalmente, le ofrece su mano y le pide que le deje ayudarle. Esta escena, junto con muchas otras de aquellos años, son las que han formado la imagen del personaje que tengo, una que por desgracia no todos los equipos creativos y editores comparten, pero que me alegra ver que en tiempos recientes está volviendo a imponerse.

Preston por su parte acabó internado en el Asilo Arkham, donde por petición de Batman le permitieron tener una habitación normal y compartir su vida con “Helena”. Pero las experiencias sufridas (y las alucinadas) convirtieron su amor en algo agrio, en una “relación” fría y tensa en la que el único consuelo que encontraba Preston era el pensar que él viviría más que “Helena” y que solo tenía que esperar para deshacerse de ella. Su historia continuó en “Mud Pack”, que Zinco publicó en una miniserie titulada “El Enigma Clayface” en la que Alan Grant y Norm Breyfogle continuaron su historia, y la del resto de Clayfaces, y en la que este acabó consiguiendo dejar atrás sus delirios.

Pero no quiero terminar el artículo sin hablar del increíble trabajo de George Freeman y el colorista Lovern Kindzierski. Juntos proporcionaron a esta historia una atmósfera casi de cine negro o de terror clásico que no hace más que aumentar la tensión del comportamiento cada vez más errático de Payne. A su vez consiguieron que una historia que en su mayor parte consiste en el día a día de este escondido en los grandes almacenes viviendo su historia de amor resulte de lo más interesante visualmente, especialmente por cómo Payne, pese a lo deforme que es y a la distorsión que provoca en su cara el casco de su exoesqueleto, resulta un personaje tremendamente expresivo.

Pero sin duda mi aspecto favorito del apartado visual de este cómic es este coloreado de la vieja escuela, el que buscaba a través del color transmitir emociones y que anteponía el estilismo ante el mal llamado “realismo”, recurriendo a fondos casi monocromáticos para enfatizar las figuras o transmitirnos el estado emocional de los personajes. Un estilo de coloreado que tristemente ha caído en desuso pero con el que siempre es un placer reencontrarse.

Por historias como esta me encanta bucear en el pasado de los personajes que me gustan, porque siempre encontramos pequeñas joyas, a veces medio olvidadas, que vale mucho la pena recuperar o hacérselas descubrir a las nuevas generaciones de lectores. Pero este cómic en concreto es también un triste recordatorio de que por culpa del mal trato que recibió Alan Moore por parte de DC, nos perdimos la oportunidad de contar con más historias como esta en la que nos mostrase su visión de los personajes más emblemáticos de la compañía, porque ejemplos como este demuestran que podría haber sido algo muy grande. Pero aunque sepa a poco siempre nos quedan las relecturas, y además la esperanza de que alguien algún día recupere a este tercer Clayface y sea capaz de darnos otra historia memorable.

Cry for Justice, si es lo que creo, merece ser olvidada. Las crisis cósmicas de DC tienen todo el sentido del mundo si sirven para borrar esas mierdas de la historia.
Este cómic es muy grande en muchos sentidos: prácticamente cada viñeta se puede analizar y encontrarle un detalle. Desde las caras de la gente que va apartando Clayface, hasta los dos currantes que bromean sobre que iban de niños a ver como cambiaban de ropas los maniquíes en los escaparates («fue mi única educación»), hasta que el romance de Clayface con el maniquí acabe con un matrimonio aburrido en el que se detestan, pero no lo mencionan… Es memorable.
No olvidemos también cuando Clayface reflexiona que las mujeres tienen razón en despreciar loshombres por patéticos y mentirosos… Y vemos a Vicki Vale dirigirle una mirada ambigua a Batman (su novio Bruce Wayne). Memorable.
Siempre me sorprendió que Clayface, con dos historias tan memorables como ésta y Enigma no haya tenido nunca más tiempo de pantalla. Tendrá que ver con que es más complicado de usar que un simple criminal homicida de toda la vida.
A ver si algún día repasáis el Enigma Clayface!
Y todo contado en un anual. Hoy en dia se necesitarian 6 numeros durante otros tantos meses con varios superheroes invitados que pasaban de casualidad por ahi para contar lo mismo pero con menos gracia
En medio anual, que el otro medio era la historia del Pinguino, y en ningún momento se hace corta la historia.
Es curioso ver que Batman tiene dos conductas diametralmente opuestas en cada parte del anual. En la primera es comprensivo con Clayface, aunque literalmente ha derritido un guardia inocente; en la segunda el Pinguino quiere redimirse sinceramente, y no hace nada malo realmente, pero Batman lo encierra por un tecnicismo (da trabajo a exconvictos que no encuentran empleo, pero al juntarse con «conocidos criminales» incumple su propia condicional), algo que él mismo reconoce como injusto.
Una historia todavía chula taaaaaantos años después. Y se suponía que era una historia menor de Bats.😈
El rencor hacia las empresas tiene poco sentido, es mucho más inteligente entender que quien maltrató a Moore no fue DC sino ciertas personas de DC, la cúpula directiva, los editores… ¿No sería fantástico que Moore y Dc se estrecharan la mano y gozáramos de nuevas historias del maestro con nuestros personajes favoritos?
Viendo lo que ha contado Greg Rucka estos días sobre el espantoso trato que recibió en DC en tiempos de Didio y Johns, cuando ya no debía quedar nadie o casi nadie de los tiempos de Moore, no ayuda mucho a pensar así. Que es cierto que el mismo dice que ahora las cosas no son así y que funcionan bien, pero en cualquier momento pueden dar un volantazo y volver a lo de antes, así que prefiero seguir no fiándome de las empresas.
¿Le han retornado los derechos de Watchmen y V de Vendetta? No, ¿verdad? Pues ya está.
Las personas jurídicas tienen responsabilidad para bien o para mal igual que la gente que forma parte de su entramado.
Me vais a moler a palos, pero mi opinión es que nadie le ha apuntado un arma a la cabeza para que firmara.
Y bien que sigue recibiendo dinero por Watchmen. Vale, dona todo lo que recibe, pero no es ni de lejos un caso Siegel/Schuster.
Le tomaron el pelo y le robaron hasta lo que estuvieron a punto de robarle en Inglaterra. ¿Tú te imaginas la cara que se te tiene que poner cuando te dicen que te devuelven los derechos en cuanto dejen de reeditar el cómic… Y se convierte en el primer cómic que se reedita todos los años? Éso sí que es una canallada y una sinvergonzonería, es normal que Moore esté cabreado. A DC le pudo la codicia y el cortoplacismo, si se hubieran portado bien con Moore habrían perdido la exclusiva de Watchmen, pero habrían tenido décadas de Superman de Alan Moore y Vertigo habría estado repleta de sus trabajos. No tiene ni pies ni cabeza la mentalidad cortoplacista que tuvieron, pero lamentablemente ésa es la que se suele tener en los ambientes corporativos y así les luce el pelo.
«nadie le ha apuntado un arma a la cabeza para que firmara»
Ni que violencia fuera el único vicio del consentimiento que existe.
Otro ejemplo de los malos procederes de DC es lo de Bill Willingham. Y este es bien reciente.
https://www.tomosygrapas.com/bill-willingham-libera-los-derechos-de-fabulas/
DC usa tácticas para esquilmar a sus autores y denigrarlos a sabiendas.
Sin ir más lejos hay delitos y condenas contra personas jurídicas.
Solo hay que ver como Google y Facebook pelean por conseguir sacar los datos de los usuarios europeos fuera de Europa para poder hacer con ellos lo que les parezca. Sin la protección al consumidor de las leyes europeas.
Y como les dan igual las multas constantes de la UE. Es su modelo de negocio y eso es independiente de quien esté al mando.
Las empresas tienen moral. Por mucho que haya quien afirma que «son solo negocios».
Esa es la frase del mafioso que rompe la luna del frutero para que pague la «protección»
O las empresas, que prefieren ahorrar en medidas de seguridad porque calcularon que les sale más barato pagar indemnizaciones aun con muertos por el medio, que mejorar servicios.
Vamos a ver, las empresas NO EXISTEN. Son ficciones jurídicas. Existen legalmente, pero no FISICAMENTE. Por tanto, la moral de sus acciones la deciden los actos de sus representantes, en especial cuando están condonados por los órganos decisores de cada empresa.
Por tanto si un administrador empleado hace algo ilegal, y esta lo permite/avala/o incluso recompensa, es culpa de esa persona Y TAMBIÉN DE LA EMPRESA.Es por lo tanto tan moral o inmoral como decidan sus actos.
Ya sé que las empresas tienen protocolos, códigos de buenas prácticas, declaraciones de buenas intenciones y demás mierdas. Pero si no los usan nunca, solo demuestran la hipocresía de quienes las aprobaron.
Claro que sí.
Claro que es una ficción jurídica.
Pero no. A las empresas hay que exigirles moral.
Y hay modelos de negocio intrínsecamente malignos.