Daniel Warren Johnson es para mí uno de esos autores de lectura obligada, de los que nunca me defraudan y sé que, como poco, me van a ofrecer un espectáculo increíble. Y la miniserie de la que quiero hablar hoy, Beta Ray Bill: Argent Star, no es una excepción a ello, ya que, aunque es cierto que no se trata de una obra tan redonda como otras suyas, la habilidad de Johnson para transmitir sentido de la épica está aquí intacta. Y si a eso le añadimos el estar protagonizada por un personaje al que adoro y que en Marvel llevan décadas infrautilizando, esta miniserie, pese a sus pequeños problemas, sigue siendo una lectura de lo más recomendable.

Stormbreaker, el martillo místico que Odín le regaló a Bill Rayos Beta para honrarle como guerrero digno de Asgard, ha sido destruido, y lo ha sido a manos de quien es para este un hermano: el mismísimo Thor. Y con su martillo destruido, Bill no solo ha perdido la capacidad de regresar a su forma original, sino que se siente incapaz de estar a la altura de aquellos a los que llegó a considerar camaradas, y los fantasmas de viejos traumas y fracasos han regresado con más fuerza que nunca. Por ello, Bill, acompañado de un insólito grupo de aliados, se embarca en una peligrosísima misión para obtener el poder que le permita volver a caminar como un igual entre los asgardianos y dejar atrás un pasado cuya sombra es demasiado alargada…

A Daniel Warren Johnson creo que le descubrí en una historia corta aparecida en el Prophet de Brandon Graham, y desde entonces se ha convertido en uno de esos autores a quienes sigo con atención tanto por ser un dibujante increíble con un estilo personalísimo como por ser un guionista muy imaginativo, con un regusto muy clásico. Por ello, cuando en su día (2021) se publicó esta miniserie, la leí con muchísimas ganas, la disfruté muchísimo (aunque no tanto como me hubiese gustado, pero ya entraré en eso luego), pero por motivos que ya ni recuerdo acabé posponiendo hablar de este cómic. Así que, aprovechando mi reciente relectura, donde he apreciado aún más los puntos fuertes de esta historia y he comprendido mejor dónde me había fallado, ya tocaba hacer una reseña en condiciones.

Bill Rayos Beta es también “alguien” a quien he seguido muy de cerca desde que lo descubrí en las páginas de algún viejo número de Thor en los tiempos de Forum, e inmediatamente me impactó cómo Walter Simonson había aunado un diseño tan alienígena y monstruoso con un aire de nobleza y dignidad tan grandes (aunque en aquella época no era capaz de describirlo así, solo sabía que molaba). Por desgracia, después de Simonson, y durante cuatro largas décadas, el personaje ha sido bastante ninguneado e infrautilizado, pasando a un segundísimo plano (o tercero o cuarto), como si nadie supiese qué hacer con él o no fuesen capaces de ver más allá de “Es Thor pero feo”. Por lo que proyectos como este son para mí un soplo de aire fresco, porque, aunque sé que tras esto volverá a desaparecer una temporada, al menos podré reencontrarme de nuevo con este.

Y el mayor acierto de Warren Johnson aquí es precisamente en dejar de lado las semejanzas con Thor para ahondar en lo que les diferencia. Bill no se crio como un príncipe al que le esperaba un futuro brillante y glorioso, sino en un mundo sentenciado por la amenaza de Surtur, sometido a un tortuoso proceso que le transformó en una criatura tan poderosa como monstruosa para convertirse en el protector de su pueblo… Una misión en la que fracasó no una vez, sino varias, siendo incapaz de proteger su mundo natal de Surtur, ni su segundo hogar de Galactus, pereciendo allí la mayor parte de sus congéneres. Momentos trágicos y muy traumáticos a los que debemos añadir el punto de partida de esta serie (que continúa de la etapa de Donny Cates al frente de Thor), con un Bill que ha perdido su martillo místico y, con ello, buena parte de su poder, y su incapacidad para defender su hogar adoptivo de Asgard, salvándose solo por la oportuna llegada de Thor.

Así, nos encontramos aquí a un Bill Rayos Beta que se siente incapaz, inferior, siempre un segundón frente a un Thor a cuya altura cree que jamás podrá estar. Y la gota que colma el vaso llega cuando es rechazado por su apariencia, al no ser capaz de cambiar a su forma original, lo que le lleva a abandonarlo todo para recuperar lo que él cree que le devolverá su lugar en el universo. Algo que Johnson nos recuerda a menudo en este cómic con los guiños a la película Hook, de Spielberg, que siempre se está emitiendo en las pantallas de la nave, con los paralelismos entre Bill y Rufio, quien allí también se sentía inseguro ante el regreso de Peter Pan.

Un aspecto que acaba siendo lo más interesante del cómic: ese retrato psicológico que Johnson hace de Bill, mostrándonos cómo esa inseguridad siempre está acechando en su mente, cómo está dispuesto a arriesgarlo todo, incluida su vida y las de sus camaradas, para obtener ese poder que, en el fondo, no deja de ser una especie de muleta. Algo que Johnson lleva hasta el extremo con ese agridulce final que nos recuerda que ni siquiera en la ficción hay soluciones mágicas para problemas tan terrenales.

Pero por el camino, lo que nos encontramos es una aventura tan épica como espectacular en la que Bill viaja desde los más remotos confines de la galaxia hasta un reino infernal, agarrándose a la idea de que al final de esa búsqueda se encuentra el remedio a lo que le atormenta. Y ese es un tipo de espectáculo que Daniel Warren Johnson domina a la perfección con ese estilo tan personal suyo, que bebe de fuentes de lo más diversas, como el cómic americano, el europeo y el manga. Combates de los que parecen hacer saltar chispas fuera de las páginas, una forma de narrar la violencia que quita el sentido y un dinamismo increíble, se alternan con momentos de reposo tiernos y melancolicos que se intercalan en la historia con una naturalidad envidiable. Aspectos todos ellos que hacen de Daniel Warren Johnson uno de los autores más interesantes y completos del momento.

Y es admirable cómo consigue transmitir todo eso con un estilo artístico que a ratos roza lo caricaturesco, con personajes que se deforman ante la violencia y anatomías imposibles. Pero Johnson tiene tan dominado su estilo y sus múltiples influencias, que incluso quienes sientan rechazo por su estilo visual tendrán que reconocer que sabe lo que se hace. Un trabajo espectacular en el que aquí está acompañado de nuevo por el colorista Mike Spicer, con quien empezó su colaboración en la más que recomendable Extremity, y han continuado en Wonder Woman: Dead Earth, esta miniserie y Do a Powerbomb. Ambos forman una pareja artística perfecta, complementándose sin fisuras, con el coloreado de Spicer realzando el trabajo de Johnson en lugar de taparlo, o incluso estropearlo, como sucede en ocasiones. Algo que se debe sobre todo a cierta “sutileza” en el trabajo de Spicer, quien recurre a colores planos y degradados suaves que permiten que la historia fluya visualmente.

Pero como decía al comienzo, esta miniserie no es todo lo perfecta que me hubiese gustado, y adolece de algunos problemas de caracterización y de ritmo que no me han permitido disfrutar de este cómic al cien por cien. En esta odisea en la que se ha embarcado Bill, además de viajar a bordo de su fiel e inseparable nave viviente Skuttlebutt, está acompañado también por Pip el Troll y Skurge el Ejecutor, quien ha pedido permiso en Valhalla para poder ayudar a Bill en su misión. Este último es utilizado aquí por Johnson como secundario cómico, convertido en una caricatura de sí mismo, un juerguista fanático de las armas de fuego que parece salido de algún documental de Michael Moore y que se parece solo en nombre y apariencia a aquel villano de la Marvel clásica o al héroe sobrio y trágico de la etapa de Simonson en Thor. Un papel que no le pega nada al personaje (Volstagg hubiese encajado algo mejor) y al que me cuesta tomar en serio. Siendo esto tanto una decisión narrativa de Johnson que no acabo de entender, y el único elemento que realmente me ha chirriado del cómic.

De Pip poco se puede decir, está ahí pero es como si no estuviese, ya que decir que su papel es anecdótico sería quedarme muy corto, pero creo que es algo que enlaza con el otro gran problema del cómic. Y es que esta miniserie sabe a poco, pero no en el sentido de que me hubiese gustado que durase más, sino porque realmente da la sensación de que debía durar más. El final de la misma me ha resultado algo precipitado y apresurado, como si Johnson hubiese tenido que terminar la historia a toda prisa y antes de tiempo, por lo que me he quedado con la sensación de que o bien esta miniserie debía durar uno o dos números más y al final Marvel redujo su extensión, que Johnson no pudo utilizar a todos los personajes que quería y tuvo que hacer cambios de última hora, que este quería continuar la historia en alguna forma y no pudo, o simplemente que las circunstancias le llevaron a “perder” el ritmo de la serie. Y aunque el resultado no es un mal cómic, es una lectura muy recomendable, da pena encontrarse con que podía haber sido algo más grande.

Ahora solo espero que no tengamos que esperar demasiado tiempo para reencontrarnos de nuevo con Bill Rayos Beta en un papel protagonista, porque esta miniserie, problemas aparte, ha demostrado que se trata de un personaje con un potencial enorme aún inexplorado al que vale la pena poner bajo los focos más a menudo. Pero esta miniserie también es un buen recordatorio de que Daniel Warren Johnson es un autor al que vale mucho la pena seguir, porque sigue demostrando cómic a cómic que tiene mucho que contar y la habilidad para hacerlo de formas muy interesantes.
Siempre me parecio algo irónico Beta Ray Bill se ve a si mismo como feo por sus modificaciones, cuando su aspecto original de korbinita no es mucho mejor, si hasta se parece al Mad Cap.
Ya, pero para su propia estética los korbinitas molan.😂
Aunque eso no le impedía encontrar atractiva a la señora de Thor: Lady Sif.😂
Pip sin Starlin casi siempre ha sido anecdótico (y en los últimos tiempos de Starlin como que casi también).