Hoy quiero hablar de una serie que, en cierto modo, me ha devuelto a la infancia de una forma inesperada, House of Ninjas / La Última Familia Ninja. Una serie japonesa de Netflix, aunque desarrollada por un estadounidense, que ha resultado ser un curioso y divertido acercamiento a lo que fue la edad de oro de este tipo de historias en Occidente, realizado con mucho cariño y respeto. Así que quienes sientan nostalgia por este tipo de historias harían bien en echarle un ojo a esta serie.
Los Tawara, en la superficie, son una familia de lo más corriente, pero guardan un gran secreto: en realidad, son los descendientes de Hattori Hanzō y llevan generaciones encargados de proteger desde las sombras a Japón de toda clase de amenazas. Pero, tras sufrir una tragedia personal, los Tawara han dejado atrás sus vidas como shinobis y tratan de llevar una existencia mundana alejada de la violencia. Una existencia que se ve amenazada cuando sus enemigos ancestrales resurgen de sus cenizas, amenazando con sembrar el país de muerte y caos, lo que les obligará a seguir lo que les dicta su deber para volver a empuñar de nuevo las armas y vestir sus máscaras para acabar con sus enemigos de una vez por todas.
Sé que no debo ser el único que en los ochenta se dejó atrapar por la fiebre de los ninjas, cuando los videoclubs estaban inundados de producciones de poco presupuesto y menos vergüenza en las que ejércitos de gente vestida de negro de los pies a la cabeza derramaban litros de sangre falsa con sus armas por las causas más peregrinas, y películas como El Guerrero Americano me parecían lo más alto a lo que podía llegar el cine de acción. Un tipo de cine que sin duda debió ver el showrunner de esta serie, el estadounidense Dave Boyle, quien, a juzgar por su filmografía, está muy fascinado e influenciado por la cultura japonesa. Aunque en este caso concreto, el proyecto nace de la imaginación del actor y guionista Kento Kaku, quien protagoniza la serie en el papel de Haru, y que tras desarrollarla durante el confinamiento con un par de colaboradores habituales y presentar la propuesta a Netflix, la compañía les puso en contacto con Boyle para que, con su experiencia como director, guiase el proyecto, coescribiendo la serie y dirigiendo buena parte de sus episodios.
De esta combinación de talentos de ambos lados del mundo ha surgido una serie que es al mismo tiempo una “dramedia” familiar, una historia de acción y una revitalización del género de ninjas que no teme hacer el ridículo. Una mezcla curiosa de elementos e influencias que a menudo da la impresión de que no debería funcionar, pero de alguna forma lo hace siempre que uno esté dispuesto a dejarse llevar. Porque la premisa básica de la serie casi suena a mamarrachada, palabra que cada vez me gusta más, con gente que posee habilidades casi sobrehumanas obtenidas a base de puro entrenamiento, un clan de ninjas malvados que funcionan literalmente como una secta religiosa, cuyas aspiraciones ultranacionalistas consisten en dominar Japón con la ayuda de una droga y convertir el país en la primera potencia mundial por la fuerza, unos planes que solo puede impedir una familia de ninjas retirados.
Pero lo grande de esta serie es que no cae en el recurso facilón de convertir su ridícula premisa en una parodia del género. House of Ninjas está desarrollada con una honestidad muy entrañable, tomándose en serio a sí misma incluso en los momentos de humor. Y esta falta de complejos, más propia de otras épocas, se agradece muchísimo, porque hace ya tiempo que he acabado muy cansado de gente que parece avergonzarse de las historias que está contando o los géneros de ficción que tocan, por lo que encontrarse con un equipo creativo como este que parece estar lleno de cariño y orgullo por este tipo de historias resulta refrescante.
No menos importante resulta la faceta familiar de la historia, algo que era muy importante tanto para Kaku como para Boyle y que han cuidado mucho. Cuando comienza la serie, nos encontramos con los Tawara aún lidiando con las secuelas traumáticas que les ha dejado la muerte del hijo mayor durante una misión, lo que les llevó a retirarse. Esto ha provocado que la familia se distancie un tanto, pese a que viven juntos en la misma casa, llevados por la culpa, la impotencia e incluso la frustración de llevar unas vidas normales.
En este aspecto destacan por encima del resto, aunque en general el casting está muy bien, los cabezas de familia, Yôsuke Eguchi como Souichi (a quienes algunos conocerán por interpretar a Saito en las películas de imagen real de Rurouni Kenshin) y Elyse Dinh como Yoko, quienes lidian con el trauma de la muerte de su hijo de formas muy diferentes hasta el punto de que su matrimonio parece peligrar. Y el tomarse su tiempo en desarrollar esta parte de la serie, pese a que provoca que al principio le cueste arrancar un poco, consigue que todo lo que les sucede nos acabe importando, algo muy obvio, pero que no siempre está bien cuidado.
Ese cuidado, a veces más bien mimo, es algo que se aprecia en todos los aspectos de la serie. Con una historia de este tipo, la acción es muy importante, y aquí hemos podido disfrutar de un buen puñado de escenas de acción tan irreales como espectaculares, donde la coreografía y la cinematografía han ido de la mano y nos han dado secuencias impresionantes en las que la acción nunca es confusa y en todo momento tenemos claro lo que está sucediendo.
Algo que se extiende al uso de la iluminación en general, algo que a veces parece una técnica perdida en el cine y la televisión, con infinidad de producciones en las que no hay forma de saber lo que está sucediendo, mientras que aquí, con un reparto de personajes que van vestidos casi por completo de negro y luchan en la oscuridad, se aprecia todo. Una cinematografía que, además de hacer visible lo que en otros casos sería casi invisible, nos ha regalado también a lo largo de toda la serie multitud de escenas visualmente espectaculares, narrando con el uso del color (sorpresa, se pueden usar colores saturados y que queden bien en pantalla), las sombras o el humo de una forma envidiable.
Y un último aspecto que quiero destacar es la curiosa banda sonora que posee la serie y que, pese a contrastar enormemente con el tipo de historia que cuenta, acaba funcionando. Y es que, además de contar con la banda sonora instrumental compuesta para la ocasión por Jonathan Snipes, buena parte de la música de esta serie consiste en versiones y temas de bandas de rock y ska de los sesenta y setenta como The Zombies (alguien en esta serie es muy fan de este grupo) o The Specials, además del tema principal de la misma, que es una versión del Our House de Crosby, Stills, Nash & Young cantada para la ocasión por Tomo Nakayama y cuya letra representaba para el equipo de la serie el espíritu familiar de la misma, que pese a los ninjas y planes de dominación mundial, esto era ante todo una serie sobre una familia.
Al principio choca un poco la elección musical, pero acaba funcionando mejor de lo que esperaba
De momento, parece que House of Ninjas ha contado con una muy buena acogida a nivel de crítica y público, por lo que espero que Netflix la renueve, especialmente porque pese a cerrar buena parte de las tramas principales, esta ha terminado con un final muy abierto que necesito saber cómo continuará. Pero aunque no fuese así, me he quedado con ganas de disfrutar de más aventuras de esta peculiar familia y del equipo creativo detrás de ella que tanto cariño le ha puesto a este proyecto.
No llegué a vivir la fiebre de los ninja así que aquí no hay reclamo nostálgico.
No he visto esa serie porque el sólo título me ha parecido ridículo. Deliberadamente ridículo. Como cuando en algunos cómics intentan reproducir el tono grandilocuente de la Silver Age pero fuerzan tanto la nota que sólo consiguen un resultado patético.Si decís que es buena le daré una oportunidad, supongo.
Una serie que sí recomiendo, aunque no tienen nada en común, es THE SYMPATHIZER de Netflix, sobre las desventuras de un espía vietnamita en Estados Unidos.
Me iba a ver el primero por curiosidad, esperando una comedia familiar tontorrona. Al final me la pegué entera, por lo entretenido de su trama de sectas ninjas enfrentadas. Una propuesta modesta, pero honesta.
Acabo de ver el primer episodio, y le he encontrado un tono muy a «Los Increíbles», solo que con ninjas en vez de superheroes.