Si estás leyendo esto, el Gigamencey M’Rabo I de todos los canarios ha muerto. No lloréis por él, era un pelín basura sin madre y el mundo estará mejor sin su presencia, vaya que sí. La historia de su muerte empieza unos diez años después de la guerra de Fez, con M’Rabo contando ya con 69 otoños y una salud que le permitía moverse sin usar ningún bastón, porque disponía de ocho esclavos que cargaban con su obscena barriga hasta allí donde quisiera desplazarse, incluido el cuarto de baño. «Es bueno ser Gigamencey» decía, y alguno de sus vasallos debía de estar de acuerdo porque el crepúsculo de su existencia se acercaba…
«Pues yo espero llegar hasta el año mil. Por lo menos al año mil, que seguramente se acabe el mundo» decía, mientras trataba de sujetarse el pene para mear porque su inmensa barriga le impedía ver su escaso atributo: «Igual tendría que ponerme a dieta, ¿en la edad media la gente se pone a dieta?» preguntó a su doctora, Zubayda, que le contestó aterrada que su enormidad debe comer lo que le venga en gana, que por algo es el señor del cielo y la tierra y todo lo que ve lo puede devorar. Y claro, a M’Rabo esa respuesta le gustó tanto que, pese a que Zubayda tenía ya 50 años y no podía darle hijos -que esto es la Edad Media, no lo olvidemos- se casó con ella, con el resultado de que tras tres meses de celebraciones de boda, M’Rabo se cebó tanto que hasta la propia Zubayda tuvo que ponerle los puntos sobre las íes y obligarlo a hacer dieta: «Tú antes molabas» le decía M’Rabo, que esto de perder peso lo veía como una obscenidad de modernos.
Pronto M’Rabo descubrió que la miel engordaba. Que los cubos de grasa de cabra engordaban. Que comerse tres pollos enteros para desayunar engordaba. Que dos venados no podían considerarse «un aperitivo» y que, en general, todo lo que fuera dulce o estuviera rico engordaba, y que lo único que podía comer eran cosas verdes o que directamente no tenían sabor: «La vida no merece ser vivida» dijo M’Rabo, contemplando el suicidio. Sin embargo, su nueva esposa Zubayda era más lista que el hambre, y se dió cuenta de que la única forma de que su nuevo esposo no contemplara el suicidio tras varios años de dieta era declarar una nueva guerra, una guerra que lo encabronara lo suficiente como para que comiera sin degustar la comida, hirviendo de ese odio que le hacía tan mal cristiano -o drogon, que es la religión que le mete este juego a los canarios sin tener ni la menor idea-. Tanto se encabronó M’Rabo con la guerra, que pronto se vio habiendo perdido setecientos kilos y siendo capaz de levantarse de la cama sin demasiadas ayudas. Pero no os creáis que se dió cuenta del cambio, porque estaba demasiado ocupado con sus guerras…
Ya fuera porque se estaba flipando con las victorias militares de los que luchaban en su lugar, porque veía cada vez más cerca la muerte a sus 75 años -todo un Matusalén medieval, no lo vayamos a negar- o porque M’Rabo es así de naturaleza flipada, decidió que su legado iba a ser encargar la redacción de la epopeya familiar de los Mhulargo, epopeya que, visto su escasísimo árbol genealógico -más de uno, con razón, creía que M’Rabo había sido engendrado por una cabra o algo parecido, porque no se sabía ni de dónde había salido ni quienes eran sus padres o hermanos- contaría la vida y milagros de M’Rabo Mhulargo, el soñador que llegó a las Canarias con un cubo lleno de grasa e ilusiones y acabó conquistando Marruecos para acabar poniendo su capital en el Castillo de Grayskull, sito en la antigua Tánger en lo que constituyó toda una traición a los pastores canarios. Pero a ellos les daba igual, porque con la tontería se habían librado de él…
La redacción de la epopeya correría a cargo de un tal Menzu, un escritor de comedias románticas que había tenido algunos problemas por contar historias de mocitos prepúberes enamorados, por lo que tuvo que huir de su tierra natal y acabar refugiado en las mazmorras de M’Rabo. El cronista se lanzó rápidamente a glosar a M’Rabo, a hablar de lo bien que vestía, lo bien que comía y todas las guerras que había ganado en su soberbio uso del palo canario: «Y no te olvides de la gente que he ejecutado, que no se olvide nadie» añadía él, y el escriba se rascaba la cabeza preguntándose si estaban escribiendo una epopeya que glosara las virtudes de su Gigamencey o la biografía del Conde Drácula, al que le faltaban quinientos años para nacer pero en fin, que estas cosas son como son.
Pues sí, M’Rabo iba a hacer apropiación culturar y adueñarse de una canción típica de Canarias para divulgar a los cuatro vientos su mamarrachada de epopeya. La canción en cuestión era una melodía típica de las islas que, adaptada a la epopeya de M’Rabo, decía algo así como «Yo quiero cabra — toda la noche, grasa grasa de cabra va cabra cabra en su grasa hey!». Y creo que es mejor ahorraros el resto porque el resto de canciones que adaptaba la epopeya eran en su mayoría éxitos ochenteros como «It’s the Final Cabra», «Livin’ on a Cabra» o «Take on Cabra».
Y aun así, después de tanta estupidez, la epopeya de M’Rabo Mhulargo se convirtió en una de las épicas más famosas de su tiempo, básicamente porque M’Rabo obligó a que todos los niños se la aprendieran de memoria y que toda representación teatral empezara con un pobre rapsoda recitando la epopeya entera. Todo el mundo se la aprendió de memoria porque en cualquier momento los guardias de M’Rabo podían ejecutarte en el acto si no te la sabías de memoria, y el legado de M’Rabo Mhulargo quedó salvaguardado de la misma forma en que había vivido, abusando de la paciencia de los demás hasta quebrar su cordura. Con todos sus asuntos ya en regla, todo parecía listo para que M’Rabo dejara al fin este mundo, pero entonces…
A ver, que gritó como un gorrino en la matanza, pero tampoco mucho porque a su edad la voz apenas le salía ya, sobre todo con ese pedazo de barrigón que hacía que le pesaran hasta las cuerdas vocales. Su propia esposa, Ina, había intentado matarlo… ¡Y por supuesto que lo iba a pagar, lo iba a pagar de la misma forma en la que lo había pagado Ndoye! M’Rabo procedió a activar el protocolo «nulificador supremo» y ejecutar a Ina y a toda su descendencia y familiares próximos (que no fueran él, claro), proclamándolo de una forma tan sonora que la tal Ina salió corriendo de la corte como alma que huele a M’Rabo. Por supuesto, esto encabronó más todavía al mezquino ser, que procedió a reventar enérgicamente todos los utensilios de cocina de la cocina del castillo gritando que joder, para una ilusión que le queda a un pobre viejo, que ya podían no sé, cumplírsela. Que la pobre Ina no pudo correr mucho porque sus asesinos la acabaron rematando en los bosques, pero aquello no era suficiente para desahogar el cabreo de M’Rabo y bueno, que daba rabia morirse fastidiao, pero es que para entonces ya era solo un pobre viejo y…
Y esto es lo que pasa con M’Rabo, que no sabe estarse quieto. «¡Se van a enterar esos godos!» dijo M’Rabo, pese a que godos quedaban ya pocos con tal nombre en Al Andalus. «¡Esto es en venganza de todo lo que el pueblo canario ha tenido que sufrir a lo largo de siglos de subyugación goda! -subyugación que no creo que haya que recordar que aún no había ocurrido en el año 923- ¡Por las gavetas, por los fechillos, por las guaguas y por las papas chineguas, aunque Diógenes sea tan marisabidlillo como para recordar todo el rato que todavía no existen! ¡EL IMPERIO CANARIO SUBYUGARÁ AL GODO!» Y se lanzó a la batalla, sin tener en cuenta que contaba casi con ochenta años, que no le quedaba mucho en este mundo, que sus asuntos dinásticos estaban sin arreglar, sin… En fin, que la obesidad es muy mala:
Corría el año 927 de nuestra era cuando el cuerpo obsceno de M’Rabo Mhulargo por fin dijo basta y reventó. Las esposas de M’Rabo Mhulargo, su consejo y sus cortesanos respiraron por fin aliviados, conscientes de que si hubiera sobrevivido después de haberlo dejado agonizar durante una semana en su cama sin ni siquiera llamar al médico, la venganza del Gigamencey habría sido terrible, pero la naturaleza por fin consiguió imponerse y aquella mole forjada en grasa de cabra y carbohidratos por fin dijo basta. El Reino de Canarias quedaba en manos de su hijo Daniel Rand Mhulargo, un emir de 51 años que tampoco había hecho gran cosa a lo largo de su vida, adicto a los porros y con una sola esposa, que de la noche a la mañana tenía que hacerse cargo de una guerra contra un Califato Omeya desgastado por las guerras civiles y el oportunismo asturiano. Si en vida de M’Rabo el futuro de Canarias era completamente incierto, a su muerte parecía que absolutamente todo podía -e iba- a salir mal. Pero mira oye, por lo menos se habían librado de M’Rabo, que ya es más de lo que puedo decir yo.
Con sus ultimas palabras, en su lecho de muerte el Gigamencey susurra «Brainstomping», y deja caer de sus manos una bola de nieve (que contiene una miniatura de un puente con dos indigentes debajo) que se hace añicos en el piso.
O eso o algún delirio sobre caballeros espaciales en los ’80.
Pensaba que había material para novelas antes, pero ahora con todo el potencial meta de Menzu definitivamente hay muchísimo más que se puede contar sobre el Gigamencey y aquí solo se ha rascado la superficie.
Algún día algún arqueólogo desenterrará la gran épica de M’Rabo Mhulargo, una en la que cuente que el rey no murió, que está durmiendo bajo la montaña esperando el momento de mayor necesidad de Canarias, pero… Creo que el final que le dió el propio juego es bastante más apropiado y pedagógico, pasarse el día comiendo cubos de grasa de cabra con miel (o pringles con chocolate y/o mantequilla) acaba pasándote factura.
Osea que la moraleja de todo esto al final no llama a «ser honesto con uno mismo» o a «ser consciente de las necesidades emocionales (porque negligirlas tiene efectos devastadores)» o siquiera «ser buena persona/monarca», sino que es «mantén una dieta balanceada o te vas a morir a los 80 años».
O a los 40, que anda que no tuvo potra de aguantar tanto! Pero ya sabes lo que se dice, todos los tontos tienen suerte!
Tendremos historias subsecuentes con sus descendientes, llenas de BL como en JoJo’s, algo como M’M’rabos?
Algo habrá, sí, un epílogo contándonos que hicieron los descendientes de M’Rabo con la herencia recibida.
Todo terrible, por supuesto.
Ojalá y llegue hasta la actualidad xD