Estos días se ha hablado mucho, no solo por aquí, del famoso Anual de Absolute Batman y de cómo Daniel Warren Johnson se ha quedado a gusto despachando neonazis. Un cómic que ha levantado ampollas entre los que de forma poco disimulada han dejado claro que se han sentido reflejados en el cómic, y quienes han tratado de camuflarse un poco más quejándose de que los cómics no deberían meterse en política y que estos ahora son ilegibles por su uso de “propaganda”. Así que, como recordatorio de que nada de esto es nuevo, que estos temas se han tocado desde hace casi un siglo en el cómic y que el supremacismo blanco ha sido un enemigo recurrente en multitud de historias, hoy quiero hablar de uno de mis cómics favoritos, que hace ya veintiséis años nos mostró una visión algo diferente pero no menos auténtica de cómo son esas alimañas y cómo habría que tratarles: El Predicador de Garth Ennis y Steve Dillon.

Para ser más concreto, se trata del número 46 de la serie, durante el arco argumental de Salvación, en el cual Jesse Custer se estaba tomando un descanso (más o menos) en el pueblo del mismo nombre, recuperándose de ciertos acontecimientos que le habían sucedido en los números anteriores. Un pueblo que se encontraba dominado por Odin Quincannon, un empresario sin escrúpulos y muy desagradable que había actuado con total impunidad hasta que Jesse se convirtió en el nuevo sheriff y decidió plantarle cara. Algo a lo que Quincannon quiso responder reclutando la ayuda de sus camaradas del Ku Klux Klan…

Pero mientras que en el anual de Batman nos encontrábamos con una cara de los neonazis/supremacistas blancos, la de los matones violentos, aquí Ennis y Dillon nos mostraron otra cara de estos movimientos de odio, no menos auténtica y que probablemente sea la que la mayoría de nosotros nos hemos encontrado a lo largo de nuestras vidas: la de los patanes lamentables. Porque cualquiera que conozca la obra de Ennis, especialmente su faceta más gamberra, sabe de sobra de su gran habilidad para ridiculizar a esta clase de seres y mostrarnos su aspecto más patético, pero sin perder la más mínima autenticidad. Y eso es algo que aquí logra a la perfección, quitándoles las máscaras al Klan, las metafóricas y las reales, para que les veamos como lo que son realmente, no esos míticos guerreros por la pureza de su país que creen ser, sino como los gañanes, ignorantes y cobardes que realmente son.

Y aquí Ennis y Dillon se recrean a gusto destapándolos, desde esos diálogos de Ennis en los que, a través de Jesse, brutaliza al Klan dialecticamente, al dibujo de Dillon mostrándonos una panda de lo peorcito de la humanidad, quienes como el propio cómic nos recuerda no suelen ser los mejores representantes de ese ideal ario que dicen defender, sino todo lo contrario. Vamos, que parecen la clase de gente que nos encontramos detrás de esos perfiles sin información real en redes sociales o de algunos de los comentarios que hemos tenido aquí en el blog a lo largo de los años.

Un retrato que nos muestra también cómo, cuando a estos personajillos se les hace frente y no cuentan con la ventaja de las armas o la superioridad numérica, ni pueden esconderse detrás de un teclado, ya no son tan valientes. Un buen recordatorio de cómo no hay que dejarse achantar ante esta escoria y toca plantarles cara, dejarles claro que, mientras mantengan ese odio contra quienes son diferentes a ellos, no tienen lugar en una sociedad decente.

Pero claro, esto a veces no funciona, y siempre hay alguno de estos que, aunque se les plante cara, no agachan la cabeza y actúan como si fuesen a desocupar a alguien de su hogar. Y en este caso Ennis y Dillon también nos muestran un buen método para tratar con estas situaciones, que sin llegar a los extremos a los que llegó el Absolute Batman, también prueban ser tremendamente efectivos.

Y así este cómic, que sigue siendo una lectura increíble a pesar de los años transcurridos, nos deja claro un mensaje: que no hay que quedarse callado ante estas cosas, que en la medida de nuestras posibilidades hay que plantarle cara a toda esta ralea de neonazis, supremacistas blancos o fachas en general que se creen que, por el color de su piel, su religión o el lugar en el que han nacido, ya son superiores al resto de la humanidad y tienen derecho a pisotear a quienes no consideran sus semejantes. Así que, ya sea manifestándonos, cortando por lo sano con discursos de odio en donde podamos, borrando comentarios en un blog, no dándoles visibilidad en redes sociales, etc., o a través de una obra de ficción como la que hoy nos ocupa, hay que dejar claro que esas ideologías no tienen cabida en un mundo civilizado.

Pero además no quiero terminar sin recomendar efusivamente la lectura de Predicador, un cómic que no sé cuántas veces he releído, que para mí sigue siendo de lo mejor que salió de la Línea Vertigo y donde unos Garth Ennis, Steve Dillon y Glenn Fabry en estado de gracia crearon una obra violenta, emotiva y divertida que sigue siendo de lo más relevante hoy en día.

El gran valor de este cómic es el retrato psicológico. Personal de los integrantes de esos grupos; y colectivo en como funcionan esos grupos.
Mostrar como ser racista, o supremacista, es es el fondo, un interés personal en sentirse superior para paliar el escozor de saberse tan mediocre y carente de virtudes.
Como «Arde Mississippi», donde el paleto sudista enloquece al pensar que el negro pueda ascender socialmente; porque eso lo condena a ser el último escalón de la escalera social.
Ese paleto está defendiendo su único privilegio. El de poder apalear negros impunemente. Si ya no puede hacer eso, se descubre a sí mismo como la última basura de la sociedad y le enfrenta a sí mismo. Eso le destruye interiormente.
Todos esos movimientos se adornan con mil títulos de «Gran maestro dragón de la orden de los caballeros de su santísima madre de oriente que…» Ridículo todo. Pero les hace sentirse importantes.
Cuando ves, que son literalmente los peores ejemplares del pueblo entiendes cuántas carencias tienen que llenar.
La mayor grandeza es aceptar dignamente la propia mediocridad.
Hay muchísimos elementos desde la historiografía del substrato que lleva al fascismo, el racismo o el supremacismo, para llenar libros y páginas, también desde una perspectiva sociológica o psicológica, pero este es un elemento a destacar excelentemente resumido:
«Mostrar como ser racista, o supremacista, es es el fondo, un interés personal en sentirse superior para paliar el escozor de saberse tan mediocre y carente de virtudes.»
El Fascismo, como el nacionalismo que es su puerta de entrada, se substenta en sentirse superior o privilegiado por algo en lo que no tienes ningún mérito ni virtud, es pura casualidad: Nacer blanco o en X lugar.
Gracias por la alabanza.
Es que es tan evidente. Que los ascensos del fascismo siempre estén unidos a crisis económicas es tan revelador.
Para prosperar explotan la sensación de desamparo de la gente y de la necesidad de sentir que escapan de su situación de desarraigo.
Es lo mismo que los abusones del colegio. Que se sienten importantes en base a martirizar y excluir de la sociedad a otros.
Si te metes a ver que tienen esos abusones en sus cabezas y en sus entornos… ese es el verdadero infierno.
Esta mañana he visto la reacción en Tuiter de Chuck Dixon al Absolute Batman y me ha dado muchísima vergüenza ajena.
Lo mejor de eso es ver la clase de comics que esta haciendo dixon ahora, refritos de superhéroes noventeros genéricos que da pena verlos.
Es triste, porque él mismo, habiendo sido siempre conservador, a esta gentuza siempre la había dejado mal en sus cómics de los ochenta. Hoy es uno más de aquellos a los que les molesta que se toque la política en los cómics (cuando él lo hizo en Evangeline y otros cómics …otro que como tantos envejece mal).
Predicador, una serie en la que había un montonazo de villanos patéticos (la mayoría bastante conservadores).
Los buenos también eran tirando a conservadores.
Y también se ridiculiza a hippies y algunos otros.
Bueno, es que los hippies tienen mucho que se puede ridiculizar a poco que te pongas en plan cómico (como los mormones y tantos y tantos colectivos demasiado uniformes y con demasiadas peculiaridades). 😈
Bueno si, el código de conducta de Custer se formó a base de pelis de John Wayne (pero tampoco es el peor modelo del mundo, especialmente si ignoras lo máximo posible la biografía del actor, que tampoco era de lo peorcito del Hollywood de la época, pero ya me entiendes). Y Tulip y su padre debían ser de la Asociación del Rifle. De Cassidy (es uno de los protas pero considerarle de los buenos ya es ser generoso con la palabra) casi mejor ni hablar, porque las pocas virtudes que tenía buena falta que le hacían.😈
Custer tiene un concepto de macho John Wayneriano, y la adoración al padre. Realmente él fusiona a su padre y a Wayne en una figura paterna mitificada.
Pero él es muy abierto.
No es moralista.
Le importa un bledo los delirios sexuales de la orgía («solo veo gente que se aburre y tiene tiempo libre») hasta que ve a un niño llorando.
Va a la iglesia a reprochar la hipocresía de sus feligreses, que el domingo van a misa todo beatos, pero el resto de la semana hacen las mil amoralidades.
Respeta la independencia e igualdad femenina, Tulip es una igual para él y por eso la ama.
Le parece fatal la violencia y abusos policiales. El padre de Caraculo por ejemplo.
Tiene empatia y preocupación real por los demás, especialmente por los diferentes. Caraculo y la chica con un solo ojo (no me acuerdo del nombre).
Suelta el discurso antiracista al KuKuKlan. Y es totalmente integracionista de minorías raciales. La sheriff negra.
Es totalmente resistente a supuestas figuras de autoridad. La base del cómic es que quiere que Dios se haga responsable.
Y tiene mucho pensamiento crítico.
Básicamente Jesse Custer, por reducirlo a una frase. Es ese tío que ha decidido que no se va a tragar la mierda de nadie. Que cada uno viva su vida a su gusto y con su dignidad.
Ese es su leitmotiv.
Y recordando, también es bastante antibarreras socioeconómicas.
Roba los Ferraris a los hijos de papá que se gastan un dinero que no se han ganado, pero respeta a los humildes.
Aunque sus héroes sean «de otros tiempos» no es alguien que votaría republicano. Ni que se pone caretas (siquiera sociales).