Descubriendo al Metamorpho clásico de Haney, Fradon y Trapani

DC Comics, a través de su nueva línea de recopilatorios DC Finest, está recuperando, entre otras cosas, muchísimos cómics clásicos que llevaban demasiado tiempo sin ver la luz del día, como la JSA de la Edad de Oro, el Plastic Man de Jack Cole, el Hawkman de la Edad de Plata e incluso recopilatorios de sus antologías bélicas, de ciencia ficción o de terror. Pero de entre toda esta amplia oferta, lo último que me he leído, y disfrutado como un niño, es con el Metamorpho clásico, uno de los personajes más originales y grotescos de DC con el que Bob Haney, Ramona Fradon y Sal Trapani hicieron una de las series más divertidas de la DC de los años sesenta.

La historia del personaje supongo que la conocemos todos. Rex Mason, aventurero y mercenario, fue contratado por su futuro suegro, Simon Stagg, para obtener el misterioso Orbe de Ra del interior de una pirámide (lo que habitualmente se conoce como saquear tumbas). Allí fue traicionado por Java, el asistente de Stagg (un hombre primitivo al que encontraron congelado), quien le dejó atrapado en el interior de la pirámide, donde Rex encontró un misterioso meteorito, del mismo material que el Orbe, que le transformó en el Hombre Elemento, capaz de transformarse en cualquier elemento contenido en el cuerpo humano (y más tarde en cualquier elemento en general). Unos poderes que acabó poniendo al servicio de Stagg a cambio de que este le curase de su condición y que le acabaron llevando a convertirse en un superhéroe de pleno derecho. Y aunque yo creía que conocía la historia del personaje, la lectura de este recopilatorio me ha demostrado lo contrario.

Supongo que, como muchos por aquí, no soy el único que conoció a Metamorpho a través de sus apariciones en los Outsiders y en la Liga de la Justicia Europa (aunque igual tenemos a alguien por aquí que le ha descubierto en la reciente película de Superman), cuando ya cargaba con unos veinte años de existencia a sus espaldas y su caracterización se había vuelto un tanto más seria y trágica. Pero pese a ello resultaba ser un personaje de lo más interesante, especialmente gracias a sus originalísimos poderes que le permitían hacer casi cualquier cosa. Pero yo al menos me había formado una visión un tanto distorsionada tanto de este como de sus secundarios, Sapphire, Simon Stagg y Java, que se ha hecho añicos al leerme sus aventuras originales.

Y es que esa distorsión venía provocada por el cambio de enfoque que había sufrido Metamorpho, bastante más serio y dramático (incluso en la JLE), en contraste con sus primeras historias que eran pura comedia. Y resulta curioso comprobar cómo, pese a que las personalidades de todos los personajes son básicamente las mismas, el tono humorístico consigue que parezcan muy diferentes. Metamorpho es quien se vio menos afectado por este cambio de enfoque, siendo el mismo tipo aventurero lastrado por su transformación pero que utiliza sus poderes para el bien. Por su parte, Sapphire Stagg tampoco cambia tanto, simplemente en las décadas posteriores se atenuaron un tanto sus rasgos de niña pija mimada pero de buen corazón en el fondo, siendo aquí a veces un poco repelente.

Pero con Simon Stagg y Java la cosa cambia por completo, ya que pese a que el primero sigue siendo un empresario arrogante, de pocos escrúpulos y que cree que tiene derecho a hacer lo que quiera, y el segundo sigue atenazado por los celos enfermizos que le consumen al ver que Sapphire no le ama a él sino a Rex, ambos en ocasiones están irreconocibles. En estas primeras historias Stagg casi resulta entrañable pese a su mezquindad, pretendiendo que quiere encontrar una cura para Metamorpho pese a que solo quiere utilizarle en sus disparatados planes para enriquecerse aún más, y metiéndose en líos cada vez mayores por culpa de dichos planes y de toda la gente a la que ha hecho daño en el pasado (que no son pocos). Mientras que Java parece aquí el típico adolescente celoso de algún manga romántico, el chaval feo enamorado de la protagonista que odia mucho a su rival pero que la mayor parte del tiempo se limita a insultarle mucho mentalmente y a hacer alguna niñatada que otra, prácticamente un incel de manual.

Y con este reparto de personajes tan ridículos Bob Haney y Ramona Fradon, quien fue sustituida más tarde por Sal Trapani (basándose en una idea del escritor y editor George Kashdan), construyeron una comedia superheroica a la que muchos cómics de superhéroes de décadas posteriores le deben más de lo que parece. Cada aventura de esta era de Metamorpho era un puro disparate, con una galería de enemigos que abarcaba desde espías internacionales u organizaciones terroristas a distintas invasiones alienígenas, dictadores sudamericanos, arquitectos lunáticos, etc.

Aunque uno de mis favoritos es aquel científico que atrapado en una isla desierta creó una serie de robots basados en diferentes metales y que al regresar a la civilización y encontrarse con que Will Magnus se le había adelantado con sus Metal Men juró vengarse del mundo. Pura locura sesentera de la buena.

Y especifico que es de la buena porque demasiado a menudo la lectura de los cómics de la DC de aquellos años se hacía un poco cuesta arriba, y yo mismo acabé creyendo que era la norma sin conocer pequeñas excepciones como Metamorpho o la Doom Patrol, en la que sus autores parecían tener muchísima más libertad creativa. El mejor ejemplo de ello, mostrando a las claras este enorme contraste, lo encontramos en una aventura que vivió Metamorpho con la Liga de la Justicia (Justice League of America 42) en las que unos Gardner Fox y Mike Sekowsky, que parecían ir con el piloto automático puesto, convierten el encuentro entre Metamorpho y la JLA, quienes querían reclutarle, en algo soporífero y visualmente aburrido, donde el villano es genérico, el uso de los poderes de Rex carece de imaginación y Sekowsky parece un dibujante completamente diferente (y peor) que cuando había dibujado la aventura con los Metal Men en The Brave and the Bold.

Y precisamente en ese aspecto, el visual, es donde más destaca la serie. Porque sin querer menospreciar a Bob Haney, quien tenía unas ideas loquísimas y muy divertidas, Ramona Fradon y Sal Trapiani son las estrellas de esta serie (con permiso de Metamorpho). Fradon, la co-creadora del personaje, no hace falta decir que era una dibujante increíble, una que supo otorgarle al personaje una personalidad visual única, tanto con ese diseño difícil de ignorar como de las múltiples transformaciones que realizaba este.

Pero aparte de una imaginación enorme para explotar al máximo las posibilidades de Metamorpho, su estilo visual tan expresivo y caricaturesco elevaba al máximo el humor de la serie, encontrándose esta repleta de gags visuales que siguen funcionando muy bien. Pero además se trataba de una artista que no hacía que sus personajes se moviesen por un eterno flujo de viñetas vacías, los escenarios donde se desarrollaban estas aventuras eran detalladísimos y tan imaginativos como todo lo demás, siendo cada vistazo a la mansión de Stagg o a la guarida de algún villano, todo un placer.

En cuanto a Sal Trapani, quien tuvo una papeleta muy complicada a la hora de reemplazar a alguien con tantísimo talento, salió más que airoso. Este también era un gran dibujante, y en esta serie fue capaz de mimetizar el estilo de Ramona Fradon hasta tal punto que es difícil notar la diferencia. Y aunque esta diferencia se nota en pequeños detalles aquí y allá y los acabados no son tan perfectos, la serie siguió teniendo un nivel altísimo, mucho mayor que otras series más importantes de la época. En ningún momento decayó el uso tremendamente imaginativo de los poderes de Metamorpho ni el humor visual, y los nuevos adversarios que surgieron en esta etapa eran tan ridículamente grotescos como siempre.

Pero no quiero acabar sin hablar de algo que he descubierto en esta serie y que me ha dejado sin palabras por ser aún más delirante que el propio cómic. En un afán de fidelizar al público se había organizado un concurso consistente en que los lectores enviasen sus ideas sobre qué transformaciones locas podía adoptar Metamorpho. Pero dejando a un lado lo de cómo esto sin duda se convirtió en un pozo de ideas no remuneradas para el equipo creativo, lo gordo lo encontramos en los premios. Cada sorteo consistía en un primer premio de 24,98 dólares, que para la época no estaba nada mal, y como premios de consolación para quienes quedasen segundo y tercero… ¡una página original del cómic para cada uno! Una muestra de lo poco que se valoraba entonces esos originales que no se devolvían a sus artistas y que, visto con la perspectiva de hoy en día, resulta una auténtica locura.

Por desgracia la calidad y el éxito no siempre van de la mano, y pese a que estos cómics, casi sesenta años después, siguen siendo una grandísima lectura, la serie fue cancelada en el número diecisiete con un pequeño cliffhanger que hasta donde yo sé jamás se resolvió. Por ello espero que ahora que Panini está editando aquí algunos de los recopilatorios de esta línea se animen a incluir en su plan editorial a Metamorpho, ya que se trata de uno de esos cómics que vale muchísimo la pena descubrir y por los que parece que no han pasado los años.