Para alegría de Diógenes hoy toca hablar de uno de esos mangas que no le producen alergia y regresar al mundo costumbrista de Jirō Taniguchi. Como muchas otras de sus obras, Un Zoo en Invierno es otro de esos pequeños oasis de calma en los que Taniguchi consiguió convertir lo cotidiano en algo apasionante. Un manga que, basado en sus propias vivencias, nos lleva a través de diferentes episodios de la vida de un joven que esta dando sus primeros pasos hacia la edad adulta en el Tokyo de los años sesenta y a quien acompañamos en el camino hacia su sueño de convertirse en un autor de manga.
A sus dieciocho años recién cumplidos Hamaguchi compagina un trabajo que no le satisface con su vida en común con sus compañeros con quienes comparte residencia y sus escapadas al zoológico para dar rienda suelta a su autentica pasión, el dibujo. Pero un suceso inesperado en el trabajo le anima a intentar ir a por su sueño, dejándolo todo atrás para marcharse a a Tokyo para trabajar como ayudante de un famoso mangaka, descubriendo allí un mundo completamente nuevo con muchos sinsabores pero que le abrirá las puertas hacia el futuro que desea.
Yo tengo cierta debilidad sobre los cómics que nos desvelan los entresijos del mismo, obras que a través de las experiencias de sus propios autores o de aquellos a los que admiran, como El Soñador de Will Eisner, los Profesionales de Carlos Giménez o el Invierno del Dibujante de Paco Roca entre muchas otras, nos permiten descubrir mundos y épocas ajenas a través de las cuales podemos entender un poco mejor como funciona este medio. Eso combinado conque adoro la forma de contar historias de Taniguchi hacia que necesitase leer esta obra. Pero pese a que el punto de partida de Un Zoo en Invierno nos lleva en esa dirección y a través de Hamaguchi podemos ver de primera mano como funciona el proceso de creación de muchos mangas, esta obra se centra mas en el viaje vital de su protagonista aprendiendo, a veces por las malas, lo complicado que es hacerse adulto.
Desde su pueblo natal a Kyoto para su primera experiencia laboral como recadero en una fabrica textil donde no le dejaban diseñar nada al salto al vacío que supone marcharse a Tokyo para ser ayudante de un mangaka sin tener la mas mínima experiencia. A través de una serie de decisiones cada vez un poco mas osadas Hamaguchi acaba cayendo de cabeza en un empleo en el que tiene que aprender a trabajar a un ritmo frenético a borrar lápices, entintar viñetas sueltas y acostumbrarse a dormir muy poco. Un trabajo que le acerca un poco mas hacia su sueño de crear sus propias obras , y que aunque a veces parece algo lejano y casi imposible nunca acaba rindiéndose del todo.
Pero Hamaguchi también aprende poco a poco a vivir una vida muy diferente de la que conocía gracias a sus compañeros de trabajo y a los amigos que va haciendo en la capital, va acumulando experiencias y confianza, consigue ganarse el respeto de su familia y tiene tiempo incluso de disfrutar de un primer amor un tanto complejo y de realizar la primera obra de una carrera que no sabe hasta donde le llevara. Todo estos son los elementos que siempre me han fascinado de la obra de Taniguchi, como con muchas de sus obras, incluso en aquellas mas fantásticas, nos permitía “cotillear” en vidas ajenas, acompañar a personajes que no realizaban proezas extraordinarias ni vivían aventuras fantásticas, sino que simplemente llevaban vidas corrientes y cotidianas que el enorme talento de Jirō Taniguchi convertían en algo extraordinario.
En Un Zoo en Invierno no hay ningún gran hilo conductor ni trata de ser un riguroso repaso histórico sobre como funcionaba el aspecto editorial del manga en los sesenta o un manga romántico. Simplemente aquí se nos presentan diferentes episodios de la vida de este joven que aun anda algo perdido por la vida en el bullicioso Tokyo de mediados de los sesenta. Pero en manos de Taniguchi esos pequeños momentos, el acompañar a Hamaguchi a descubrir la vida nocturna de la ciudad, hacer nuevos amigos, dejar que la envidia hacia sus compañeros de trabajo se convirtiese en el empujón inicial que necesitaba para atreverse a dar el siguiente paso hacia su sueño o que una amistad diese paso al primer amor, atrapaban al lector haciendo difícil soltar el manga antes de terminarlo. Pudiendo decir que este manga trata simplemente sobre la vida.
Pero este dominio del costumbrismo en lo narrativo como siempre en la obra de Taniguchi se extendía también a su enorme talento como dibujante. Para cuando Un Zoo en Invierno se publicó en 2008 Taniguchi ya era un autor con casi cuatro décadas de experiencia a sus espaldas y había perfeccionado su estilo a niveles extraordinarios. Su mayor logro fue conseguir que sin inclinarse hacia un estilo hiperrealista sus personajes desbordasen autenticidad, se movían y expresaban como personas de carne y hueso, de tal forma que resultaba fácil olvidar por un momento que estábamos ante simples dibujos. Algo que se extendía al mundo en el que estos se desenvolvían, en el que con un trazo detallista y minucioso Taniguchi conseguía insuflar vida y nos transportaba a otras épocas y lugares.
Un Zoo en Invierno es uno de esos títulos perfectos para desconectar de todo un rato, para pasar un par de horas sumergido en otro mundo y quizás incluso aprender a ver la vida desde otra perspectiva. Y aunque aunque no es el eje principal de la historia, también es una obra que nos permite descubrir un poco mas como es el fascinante mundo que se esconde detrás de la elaboración de los mangas. Pero sobre todo es un titulo que consigue que echemos un poco mas de menos a Jirō Taniguchi, un autor único que fue capaz de convertir la cotidianidad en un arte y cuya ausencia siempre será trágica.
Un grande Juro Taniguchi. Lamenté mucho su muerte en su día.
Ay, el maldito corrector!?
El caminante, El gourmet solitario, Paseos de un gourmet solitario, El almanaque de mi padre, Hotel Harbour View, Barrio lejano, la antología Mundo salvaje, El viajero de la Tundra, El rastreador, El sabueso, Blanco, K, Sky Hawk, La cumbre de los dioses, Cielos radiantes,…
Y una pena sus numerosas obras que quedaron inconclusas, como Crónicas de la Era Glacial y El bosque milenario, por mencionar dos que hemos visto por acá (afortunadamente ha sido profusamente publicado entre nosotros, con obra en Planeta Cómic, Astiberri y especialmente Ponent Mon …y en alguna otra editorial ocasionalmente…y aún así faltan todavía bastantes obras suyas que no hemos olido, pues pese a que lamentaba no ser un dibujante tan rápido como se estila en Japón, era sin duda un currante estajonovista, como la mayoría de los que se dedican a esto del manga, ocupación muy esclava si no tienes poderío económico y un numeroso grupo de asistentes).
Y sí, un gran cómic El invierno del dibujante (de nuestro Paco Roca). Y un merecido gran éxito de ventas (lo tiene en su casa bastante más gente que la que se ha comprado la mayoria de cómics de Marvel o DC que se publicaron entre nosotros aquel año …lo mismo que Los surcos del azar o El tesoro del Cisne Negro, del que se hiciera una primera tirada de veinte mil ejemplares, que ni llegaron para satisfacer la demanda de los libreros al coincidir su lanzamiento con la campaña navideña).
En torno al mundo del cómic, de lo que nos ha llegado estos últimos años destacaría también el excelente El arte de Charlie Chan Hock Chye: Una historia de Singapur (del malayo Sonny Liew, el de Creo en Frankie), el manga Bakunan, el álbum BD (sobre la locura americana de Franquin, Morris y Jijé) Gringos Locos (una joya de Yann y Olivier Schwartz), La soledad del dibujante (obra autobiográfica de Tomine), Los locos del Gekiga (Masahiko Matsumoto), la antología Vida de los más excelentes historietas…y El Pacto (de Paco Sordo), sobre un ficticio aspirante a autor de la época Bruguera que para lograr sus aspiraciones rapta al mítico Vázquez …y, claro, Hey Kids! Comics (Chaykin). También se podrían mencionar cómics como Pussey! (Daniel Clowes) o Wimbledon Green y La G.N.B. doble C.: La Hermandad de Historietistas del Gran Norte (Seth, en torno a coleccionistas y cómics ficticios).
Y algún manga más se nos acerca sobre el tema (uno sobre una dibujante asistente de los setenta).
Bara wa shuraba, que publicará Fandogamia.
Que intensitos son estos japoneses con sus sentimientos….
Ir a salvar el mundo de Galactus coooño !!!
Se pasan al menos media vida reprimiendolos…y luego pasa lo que pasa (y M’Rabo se aprovecha).
Me recuerda un poco a las historias de Carlos Giménez (el de Paracuellos) sobre cómo empezó en el mundo de la historieta en los años 60.
Los profesionales. Sobre su etapa en la agencia Selecciones Ilustradas de Toutain.
El invierno del dibujante lo recomienda incluso Teddy Kristiansen, al que le ha gustado mucho (también Los surcos del azar).