Aunque traté de contenerme para no terminar con ella demasiado pronto, el enganche fue tan fuerte que acabé viéndome Paradise (Hulu) casi del tirón, terminándola hace unos días. Y aquellas primeras buenísimas impresiones que me dejó el primer episodio resultaron no ser un espejismo; la serie mantuvo el nivel, la tensión y la intriga hasta el último momento, dejándome con unas ganas tremendas de saber qué sucederá a continuación. Pero como la espera hasta el estreno de su confirmada segunda temporada no creo que sea corta, de momento lo que tocará es volcar aquí lo que me ha parecido esta sorprendente serie y, de nuevo, tratar de desvelar lo menos posible de ella, ya que es una de esas historias que es mejor que nadie nos reviente.

Lo que comenzó pareciendo un simple thriller político acabó derivando en algo mucho más grande. Intrigas políticas, conspiraciones en la sombra, crímenes al más alto nivel y billonarios con pocos escrúpulos moviendo los hilos a su antojo, como si todo les perteneciese. En muchos aspectos, tristemente tan real como la vida misma. Pero la forma en la que Dan Fogelman y su equipo, delante y detrás de las cámaras, han dado vida a esta historia, cómo han planteado de una forma bastante original elementos archiconocidos del género, combinándolos con otros ajenos a este, han hecho de Paradise toda una agradable sorpresa de las que deberíamos tener más en nuestras pantallas. Y aunque no todo ha sido perfecto y ha habido algunos detalles hacia el final que no han estado del todo a la altura, el balance es tan positivo que solo me quejaré con la boca pequeña.

Sin duda, con lo que más he disfrutado es con la forma en la que esta serie ha manejado la tensión y el misterio sin recurrir a grandes despliegues técnicos, ya que quienes busquen aquí acción encontrarán poca. Aquí no abundan los tiroteos, explosiones ni persecuciones frenéticas. La acción es mínima y solo se recurre a ella en contadas ocasiones, dejando que todo el peso de la historia recaiga en algo tan sencillo como personajes hablando. Y esto, que en teoría podría dar como resultado una serie aburrida, gracias a unos grandes guiones y un no menos grande reparto, se convierte en algo fascinante que consigue que los episodios parezcan durar un suspiro. Algo que se agradece mucho, porque nos recuerda las carencias de muchas obras que tratan de suplir con la espectacularidad visual de su puesta en escena lo poco interesante que nos cuentan.

Y eso que Paradise, en muchos aspectos, no nos cuenta nada que no hayamos visto infinidad de veces en multitud de obras de ficción de todo tipo. Un agente del gobierno apartado de su cargo que investiga por su cuenta y sin recursos un crimen con ramificaciones demoledoras; poderes en la sombra tratando de que sus secretos no salgan a la luz; o la desconfianza constante de no saber (ni personajes ni espectadores) quién es un aliado, un enemigo o juega a dos bandos. Pero todo ello, combinado con un ritmo excelente y sorprendentemente rápido, que no arrastra los misterios más de la cuenta, más el enfoque de esos lugares comunes de la ficción de este tipo de formas algo diferentes a lo habitual, no solo consigue que la historia que nos cuentan no nos resulte repetitiva, sino que es el mejor ejemplo de que, a veces, es más interesante cómo nos cuentan algo que lo que nos cuentan.

Pero si antes decía que en la serie había poca acción, el penúltimo episodio de esta temporada, y el punto más alto de toda la serie, es todo lo contrario, aunque no se trata de la acción que podemos encontrar en series como 24 o The Night Agent. A través de un larguísimo flashback que ocupa casi todo el episodio, la serie nos lleva tres años y pico al pasado, al momento en el que comenzó de veras la cadena de acontecimientos que desembocó en el inicio de la serie. Un episodio frenético que no deja un momento de respiro, en el que la tensión no deja de crecer constantemente y que tuve que pausar un rato casi para tomar aire. Algo que tiene un mérito tremendo, ya que, a través de los flashbacks de los episodios anteriores, las conversaciones de los personajes y su estado en el presente, ya se sabe a grandes rasgos cómo se va a desarrollar.

No nos encontramos aquí con ninguna gran sorpresa ni revelación, solo con el contexto que faltaba a muchos de los elementos que ya nos habían mostrado en los seis episodios previos. Y, de nuevo, eso nos lo plantean en gran medida a través de la acción de los despachos, de conversaciones tensas entre la cúpula del gobierno, de decisiones complicadas que marcarán para siempre a quienes las toman y, sí, también un poco de la otra acción más clásica. Un episodio que, como ya decía en el párrafo anterior, demuestra que cualquier historia, en las manos adecuadas, puede ser muy grande.

Todo esto, como ya señalaba en mi anterior reseña, se debe en buena medida a un grandísimo reparto en el que destacan, por supuesto, Sterling K. Brown y James Marsden como el agente Collins y el presidente Bradford, respectivamente. Pero de ellos poco más hay que decir, excepto que su papel en la serie ha ido a más y que se trata de dos actores a los que es todo un placer ver en su salsa, dando vida a personajes con tantos matices. Pero esta serie ha contado con un casting muy potente del que vale la pena destacar a más gente. Krys Marshall, a quien muchos conocerán por su papel en For All Mankind, da vida aquí a un personaje radicalmente diferente: la agente Robinson, al mando del Servicio Secreto, en quien es difícil saber si es alguien de fiar o una traidora, y a la que da gusto ver transmitir la impotencia que siente ante las circunstancias.

Por otro lado, ha sido todo un placer volver a ver a la actriz Sarah Shahi, a quien había perdido algo de vista tras el final de Person of Interest, y que aquí, en su papel de la terapeuta del presidente (y de algúna que otra persona), es otro de esos personajes que tardamos en poder ubicar, en tener claro en qué bando está o si está en todos a la espera de los acontecimientos. Alguien que se mueve entre una serie de conflictos de intereses y dilemas eticos bastante serios, y que se encuentra tan metida en lo que esta sucediendo, que resulta todo un placer ver como Shahi le da vida.

Pero si alguien me ha sorprendido es Julianne Nicholson en su papel de Samantha “Sinatra” Redmond. Una billonaria del mundo de las tecnológicas que, gracias a sus inmensos recursos, se ha abierto camino hasta convertirse en la principal asesora del presidente y, para algunos, el auténtico poder en la sombra (¿de qué me sonará a mí eso…?). Un personaje fundamental en la serie, en torno a quien gira casi todo lo que sucede en ella y que es mucho más de lo que aparenta. Aunque el mérito de este personaje, que también se debe a un gran guion, recae sobre todo en el grandísimo trabajo de Nicholson. Ella consigue que su personaje no haya quedado reducido a una simple caricatura de los billonarios malvados que tanto abundan por ahí, sino que sea un personaje tremendamente humano, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Algo aterrador porque nos recuerda que nadie debería poder acumular tantísimo poder.

Mención aparte merece la banda sonora compuesta por Siddhartha Khosla, otro elemento de la serie que me ha sorprendido por su planteamiento. Y es que, aunque es habitual que las bandas sonoras de series o películas mantengan cierta unidad, transmitiendo la sensación de que todos sus temas pertenecen a la misma obra, en este caso Khosla ha optado por algo ligeramente diferente: hacer que casi todos los temas sean el mismo… hasta cierto punto. Todos los temas de esta banda sonora son variaciones del mismo; constantemente escuchamos los mismos acordes, las mismas notas, pero su autor casi hace magia con todo esto, reinventando ese tema una y otra vez para que suene optimista, romántico, tenebroso, intrigante, etc. Una forma de enfocar la música que me ha encantado y que se ha convertido en uno de mis aspectos favoritos de la serie.
Aunque luego se mete en la cabeza y es difícil sacarla
Y aunque prácticamente todo en Paradise me ha encantado, no quiero negar los pequeños problemas que ha tenido aquí y allá, pero que, como decía más arriba, no ensombrecen la serie. Aquí se ha abusado en ocasiones demasiado de esos recursos tan comunes en la ficción, como el hecho de que los personajes parezcan estar ciegos a lo que resulta evidente, como si de pronto su nivel intelectual hubiese bajado de golpe. También nos encontramos con todas esas situaciones que se solucionarían inmediatamente si los personajes se comunicasen más (aunque, para ser justos, hay que decir que eso también sucede en la vida real) en lugar de sincerarse cuando ya es casi demasiado tarde. Pero lo que realmente me dolió fue llegar al episodio final y encontrarme con que la resolución de uno de los principales misterios de esta primera temporada se debía a una serie de casualidades casi imposibles y forzadas. Algo que, aunque por un lado “explica” por qué a los protagonistas les costó tanto dar con la clave, como espectadores resulta algo decepcionante, porque el resto de la trama estaba tan bien hilado que esto parece un recurso barato para que nadie pudiese adivinar qué había sucedido realmente.

¿Es Paradise una serie perfecta? Pues no, pero está lo bastante cerca de ello, que no es poco. Ahora toca esperar a que llegue el estreno de su segunda temporada, algo que probablemente tardará un poco en llegar, ya que su renovación se anunció el mes pasado. Y dado que desde que comenzó el rodaje hasta su estreno pasó algo menos de un año, con algo de suerte esa espera solo durará hasta comienzos del año que viene para poder disfrutar del regreso de Paradise. Un regreso que, tras el final de esta temporada y todas las posibilidades que ofrece lo revelado en ella, espero con muchísimas ganas.

Me he hecho a mí mismo un spoiler buscando info de la serie, y debo decir que sabe cosas sobre el mundo donde sucede le quita mordiente al asunto.
Sin relación, pero: Feliz cumpleaños a Pat Mills.




Y a Ai Yazawa. 

Y a Yusuke Sakamoto Kyuraise.


Y Seiichi Hayashi .