A mediados del siglo XIX ya se sabía lo que era la perspectiva, la anatomía, las reglas de la composición y hasta podían usar el color sin preocuparse de que ciertos pigmentos fueran más caros que otros, con lo que la llegada de los prerrafaelitas fue considerado ya en aquel momento como un anacronismo. El romanticismo, hasta en sus momentos de mayor nostalgia por tiempos pasados e inventos de paises inventados (recordemos que lo de la nación era un concepto que acababan de sacarse del horno tras la caída del antiguo régimen), había sido un movimiento que trató de aportar algo, pero el manifiesto de los prerrafaelitas quería ir para atrás, porque los últimos cuatro siglos debían haber sido un error. Pero qué te vas a esperar de un club de cuatro pijos…
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Entre todas las dinámicas tóxicas que había en la sociedad victoriana, una de las que siempre me ha parecido más peculiar fue la de los clubes de caballeros y las sociedades secretas. Para entonces aquello no era nada nuevo, pero ésa sensación del club secreto y restringido para unos pocos elegidos era el caldo de cultivo ideal para una mentalidad de privilegio autoadquirido que, aunque no fuera una consecuencia directa, acabó degenerando en uno de los imperios coloniales más abominables de la historia. Pero no vamos a hablar de eso, ni tampoco de cómo los irlandeses en 1848 estaban muriéndose de hambre por la crisis de la patata, en la propia Inglaterra la revolución industrial estaba explotando niños hasta matarlos y mientras tanto media europa estaba sumergida en una oleada de revoluciones nunca vista -los franceses llegaron a librarse por fin de los borbones, Italia andaba parecida y estaba reunificándose al fin- pero esto a nuestro intrépidos protagonistas no les inspiraba como artistas no, porque aquellos estudiantes de arte sabían más que nadie y habían alcanzado la auténtica iluminación: con Donatello se vivía mejor, pero a las otras Tortugas Ninja que les den. Vaya ideas.
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En honor a la verdad, tengo que reconocer que a los prerrafaelitas sí que les gustaba Rafael, pero no les gustaban sus imitadores (jódete Millán Salcedo). Consideraban que la obra de Rafael había sido corrompida por los manieristas, que lo posterior estaba repleto de composiciones carentes de contenido y que jódete Velázquez, que no estás a la altura. Claro, no eran en absoluto conscientes de la realidad cromática del siglo XV y lo que ellos entendían como una elección artística venía más de la necesidad, al igual que las composiciones de la época provenían en buena parte de que la perspectiva se inventó justo en ese momento y todavía no sabían como aplicar aquello. Que a ellos la Escuela de Atenas les debía de parecer un cuadro estupendo por estar recargadísimo de personajes, y no porque fuera una maravilla de perspectiva, por mucho queel pobre Rafael acababa de aprenderla la semana pasada antes de empezar a abocetar el cuadro. Pero, volviendo a nuestros intrépidos aventureros que se iban a comer el mundo, estos prerrafaelitas se constituyen como hermandad en casa de la madre de uno de ellos, John Millais, en el ya mencionado 1848 (si es que eligieron la fecha a conciencia). Millais, que había sido un niño prodigio de la pintura, estaba un tanto rebelde y seguramente fuera uno de los mayores talentos del grupo, siendo uno de los que recibió más palos cuando presentó su cuadro «Cristo en la casa de su padres» un año más tarde. Charles Dickens -sí, ése Dickens- diría del cuadro lo siguiente:
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«Contemplas el interior de una carpintería. En el primer plano de esa carpintería hay un niño pelirrojo, horrible, de cuello torcido, lloroso y en camisón que parece haber recibido un palo en la mano de otro niño con el que había estado jugando en una alcantarilla adyacente, y que sostiene la mano sangrante en alto para la contemplación de una mujer arrodillada, tan horrible en su fealdad, que (suponiendo que fuera posible que cualquier criatura humana existiera por un momento con esa garganta dislocada) se destacaría del resto de la compañía como un Monstruo, en el cabaret más vil de Francia o en la licorería más baja de Inglaterra. Dos carpinteros casi desnudos, maestro y aprendiz, dignos compañeros de esta simpática hembra, trabajan en su oficio; un niño, con un pequeño asomo de humanidad en él, entra con un recipiente con agua; y nadie presta atención a una anciana raposa que parece haber confundido esa tienda con el estanco de al lado y estar esperando desesperada en el mostrador a que le sirvan media onza de su mezcla favorita. Allí donde se pueda expresar fealdad de rasgos, miembros o actitudes, se expresa. Hombres como los carpinteros podrían ser desnudados en cualquier hospital donde se reciba a borrachos sucios y con varices terminales.»
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Ahora esperaréis que aplauda hasta que me sangren las manos, pero… Es que no estoy de acuerdo con Dickens. Sí, los personajes se nos antojan extraños y la composición es retrograda y hasta peculiar -ese fondo parece salido de una pintura flamenca- con los personajes mostrando unas posturas forzadas, un tanto antinaturales. Hasta ahí podría creerme que es un cuadro que aspira a seguir el ejemplo de los autores anteriores al siglo XVI, pero… ¿Por qué Millais intenta hacer una pintura realista? ¿Por qué no pinta algo idealizado, por qué dice una cosa y hace otra? Personalmente, este cuadro me vuelve loco precisamente por eso, porque es a la vez el que pone en el mapa un movimiento reaccionario pero a la vez, en su contexto, casi se podría considerar vanguardista y hasta -ojo- manierista. Es un «haz lo que digo, no lo que hago» de manual. Millais, cosa de un año más tarde, se reconciliaría con Dickens y pintaría el cuadro prerrafaelita por autonomasia, Ofelia, en el que el personaje de Hamlet yace flotando en un río, con colores muy saturados y detallitos recargados por todas partes. Y es un cuadro que me resulta bastante menos interesante, pese a que de por sí sigue teniendo mucho más valor que los posteriores. Sin embargo, la Hermandad Prerrafaelita acabaría disolviéndose poco después (digamos que pasaron cosas, una de ellas siendo que Millais le levantó la esposa a otro miembro, cosas que pasan con los matrimonios concertados), con lo que lo que realmente entendemos como movimiento prerrafaelita son cuadros que en su mayoría fueron pintados durante las décadas posteriores, con los miembros originales como el propio Millais dedicándose a otros estilos más estimulantes y gracias a, por supuesto, la aparición de otros autores más papistas que el papa.
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Pero, en lo que nos ocupa que no deja de ser buscarle las cosquillas al bueno de Windsor-Smith, podríamos decir que el hombre se esfuerza mucho en seguir la estela de Dante Gabriel Rosetti, uno de los fundadores del movimiento que no tardó en escapar del encorsetamiento para hacer caso de los cantos de sirena de Tiziano, otro italiano del siglo XVI que debería entrar entre lo que los PBR consideraban como decadente pero el bueno de Rosetti ya no estaba para tonterías. Lo interesante de Rosetti es que, a medida que fueron pasando los años se especializó en retratos de mujeres, y esos mismos retratos, por las modelos que utilizaba, tal vez os suenen de algo…
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Sí, parecen las mismas que usó BWS para aprender a dibujar. Un autor no es solo una influencia, desde luego, pero creo que está claro que Rosetti es una figura que le impacto profundamente, tanto como para que durante cuarenta años hayamos tenido que soportar el término prerrafaelita cada vez que leíamos un artículo sobre él. Lo curioso es que lo oigamos solo referido a él y no a Mark Brooks, porque decidme si no que os parece este cuadro de Evelyn de Morgan, pintora un tanto posterior pero que llevó el prerrafaelismo hasta el siglo XX…
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Las consecuencias del prerrafaelismo y los constantes anacronismos salidos de madre acabarían marcando buena parte de las primeras producciones cinematográficas, marcadas en sus escenografías por la estética modernista y por la visión idealizada de la antigüedad que habían dado tanto el neoclásico como el romanticismo -aunque en eso tiene más culpa la «pedagogía» del primero, que el segundo no presumía de rigor histórico- y que algunos autores de principios de aquel siglo (Howard, Tolkien) entendieran los mundos de fantasía con ojos románticos y a veces tirando hasta a prerrafaelitas; allí donde tenías a un Frazetta, también tenías a una Pauline Baynes; Frazetta era académico, Baynes se saltaba las leyes de la perspectiva sin ningún complejo, buscando la evocación de los tapices medievales. Y tal vez ésa sea precisamente la gran aportación de los prerrafaelitas, la idea de que se puede romper la norma con recursos del naturalismo llevados hasta la hipérbole, algo que sintetizaron bastante mejor los modernistas. Y menos mal, porque no quiero ni imaginarme lo que habrían hecho unos prerrafaelitas «dogmáticos» con el color informático…
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