Hoy volvemos al mundo del manga para hablar de una historia que, a través de un enfoque fantástico, nos cuenta una realidad tan aterradora como la vida misma. Una historia en la que su autor pone el foco en una problemática aún muy presente en nuestros días, como es la homofobia, y los extremos a los que llegan quienes la sufren para tratar de huir de ella. Y aunque el planteamiento de este manga es un tanto atípico, el resultado es una obra muy interesante y seria, incluso necesaria.
Takashi Arashiro es un joven gay que ha conseguido que nadie en su instituto se entere de ello por miedo a que el acoso que ya sufre se intensifique. Pero el día que escucha por accidente a su profesor favorito realizar unos comentarios homófobos, su frágil equilibrio mental se derrumba y lo único que desea es desaparecer, convertirse en otra persona, ser alguien diferente… Y su deseo se cumple, pero no de la forma que él esperaba, ya que cuando consigue calmarse descubre que, efectivamente, se ha transformado y que ahora posee la cabeza de un monstruo.
De la mano de Distrito Manga y del mangaka Kazuki Minamoto nos llega No soy un Monstruo: La Historia de un chico gay (Kaijū ni Natta Gay), este seinen autoconclusivo que nació como un simple doujinshi (fanzine autopublicado) que su autor vendía en una convención. Y algo en este manga amateur llamó lo suficientemente la atención a un editor como para pedirle que lo ampliase para editarlo en un tomo. Una tarea que le llevó a su autor algo más de tres años, ya que no tenía claro si sabía cómo darle un final apropiado a esta historia, pero finalmente consiguió terminar su obra y el resultado es un manga que, pese a su fachada fantástica y sus momentos de humor, es bastante duro y descarnado, especialmente teniendo en cuenta que probablemente su autor ha vivido experiencias similares.
Porque, pese a que lo que vive Arashiro en la superficie es de lo más irreal, la metáfora de su transformación es muy directa y nada sutil. Su aspecto monstruoso refleja simplemente cómo le ha hecho sentir la sociedad, sus compañeros de clase y profesores, quienes, incluso antes de saber que él era gay, ya le dejaban claro que no aceptarían a alguien como él, que a sus ojos era algo antinatural y que su única opción era seguir escondiéndose.
Una transformación que le da a Arashiro una confianza en sí mismo desconocida para él, que le lleva a que le dé todo igual, llegando a salir del armario solo para señalar la hipocresía de su profesor, que, tras asegurarle que le ayudará en todo lo que necesite tras su transformación, siente un mayor rechazo por la homosexualidad de su alumno que por su apariencia. Algo que Minamoto utiliza para mostrar la complejidad de esos prejuicios tan arraigados en demasiadas personas, ya que, pese a que su profesor es sincero en su deseo de ayudarle, tiene que hacer grandes esfuerzos para intentar dejar atrás sus prejuicios.
Una transformación que lleva a Arashiro por el camino de convertirse en alguien cruel y vengativo, aprovechando que no solo ya no le importa lo que piensen los demás, sino que su nueva cabeza le proporciona una fuerza sobrehumana capaz de hacer muchísimo daño. Algo que provoca que busque hacer pagar a sus acosadores todo lo que le hicieron sufrir simplemente por venir de otra ciudad y tener la piel algo más oscura que sus compañeros.
Pero esa transformación suya no le afecta solo a él, sino que sirve como catalizador para que otros personajes reflexionen sobre sus acciones y, especialmente, sobre lo que han callado, ya que Arashiro no es el único que ha estado ocultando quién es realmente y esa nueva confianza suya despierta en algunos mucho rechazo por no ser capaces de dar el paso que ha dado este. Otro aspecto en el que el mangaka aprovecha ese filtro fantástico de su obra para poner el dedo en la llaga en el otro aspecto de esta problemática: esa homofobia internalizada que lleva a muchos a volcar en quienes les rodean las frustraciones provocadas por los prejuicios que les rodean.
Y aunque Kazuki Minamoto no llega a entrar en cómo es que esta transformación es posible, ni falta que hace, sí que le da una resolución al problema de Arashiro tan obvia como perfecta, dándole a este manga un final bastante emotivo con una lección muy directa sobre la forma ideal de afrontar estos problemas, que en muchos casos no es nada fácil, pero que al final es la única efectiva.
No soy un monstruo es un manga que me ha sorprendido muy agradablemente, no solo por el enfoque tan original de tratar unos temas tan relevantes como estos, sino por cómo Minamoto ha huido de los caminos trillados y no ha convertido su obra en un romance edulcorado, sino en una historia dura y muy auténtica sobre lo mucho que tenemos que aprender como sociedad y lo importante que es respetar a los demás como a nosotros mismos. Algo que convierte a este manga en una de esas historias que vale mucho la pena descubrir y de las que se puede aprender bastante.
Hay afortunadamente unos cuantos mangas que tocan el tema, normalmente de forma positiva. Incluido alguno que entra en lo de los chavales que sufren bullying por ello o tienen problemas con la familia o incluso se plantean el suicidio.
A mi me parece muy bien sobre todo por la determinación del autor de pasarlo como fancine por las convenciones, y la suerte de conseguir profesionalizarlo.
Directamente en el titulo ya han puesto la coletilla para que quede ultraclara la metáfora, que no es tal.