Tyler Durden no existe. No es de verdad, es pura imaginación. Tyler Durden no es una persona, es una idea, puede que lo veas, lo sientas creas que te dice algo y puede que hasta pienses que te ha pegado un puñetazo, pero Tyler Durden no es de verdad, aunque haya escrito un manifiesto y hasta esté liderando su propio movimiento terrorista. Porque Tyler Durden eres tú. Puto loco.
A Tyler Durden no le gustan tantas cosas, y es tan listo y tan espabilado, te parece tan guay… Pero Tyler Durden en el fondo es un cuñado y un gilipollas, porque tú por lo menos no opinas de lo que no sabes, no andas buscando broncas con cualquiera. Tú tratas de vivir tu vida y tal vez tengas sueños de hacer algo distinto, pero no te atreves a hacerlo porque tienes miedo de dañar a los demás o a ti mismo. Y te llamas cobarde, porque no eres Tyler Durden. Porque Tyler Durden no existe, porque aunque intentes ser Tyler Durden en realidad no eres Tyler Durden. Tyler Durden conoce montones de datos de cosas rarísimas que tú no sabías, porque te quiere hacer sentir peor, pero tienes que reconocer que Tyler Durden se equivoca, porque se las inventa todas. En realidad para Tyler Durden es fácil, solo tiene que inventarse un estudio que no existe con unos datos ficticios y con eso ya tiene un argumento para ganar cualquier discusión. Y si su interlocutor le sigue llevando la contraria, Tyler Durden le revienta la boca de una patada y se acabó la discusión. Porque así es Tyler Durden, y Tyler Durden eres tú. O no.
En su día no entendí la pasión que despertó esta película, ni tampoco el libro de Chuck Palahniuk. Que sí, que ver aquella película era como meterse un viaje de algo muy raro de lo que estabas convencido tendría unos efectos secundarios terribles, y todo el mundo la veía sin entenderla demasiado porque por algo era una «adelantada a su tiempo». David Fincher juntaba planos como un maniaco pero a la vez todos encajaban, el uso de ordenador en los títulos de crédito en aquel momento era la cosa más vanguardista del mundo, con la cámara metiéndose por todos lados como si fuera un piojo furioso capaz de colarse por donde le diera la gana, pero al final de la película, cuando veías explotar aquellos edificios (el World Trade Center) no eras consciente de que muchos salieron del cine queriendo ser Tyler Durden. Tyler Durden era un monstruo, la aspiración del Pequeño Hombre Blanco, el nazi que todos llevamos dentro que busca soluciones simples a problemas complejos, el que cree que le deben todo y no quiere ganarse nada, aunque si que le apetezca cosplayearse de guerrero tribal y pegar puñetazos al aire.
Y sin embargo, no veas la de gente que quería ser Tyler Durden. En aquel internet incipiente -incipiente para los que no habían estado en las BBS y llegaban al olor de las primeras tarifas planas- te podías encontrar diariamente tres o cuatro Tyler Durdens. Tyler Durdens que, dicho sea de paso, en ningún caso consiguieron contarme de que iba la película exactamente la película, resumiéndola en el mejor de los casos como «un tio que se monta un club para pegarse y al final descubre que el amigo con el que se ha montado el club es el mismo; era normal que no entendieran una mierda si al final se ponían el nombre de Tyler Durden, porque Tyler Durden era lo dicho, una fantasía del hombre blanco en la que poder zambullirse sin ningún complejo, era el Brad Pitt guapetón pero no para gustarle a tu novia en Leyendas de Pasión, era el tío que se te sienta al lado en un vuelo y te vuela la cabeza contándote cosas que se ha inventado, rebelándose contra el sistema poniéndole porno a niños. Jaja, que divertido es M’Rabo Mhulargo, joder. David Fincher (y Brad Pitt) venían de hacer Seven, un thriller de los de serie negra pero con un tinte amarillo casi enfermizo, negándonos finales felices y haciéndonos sufrir. En la época la estética de Seven lo llenó absolutamente todo hasta la toxicidad, y hubo tantas películas «escabrosas» explotando dicha estética que parecía que no entendían que era más importante la obsesión de Fincher por el montaje milimétrico que la estética en sí. Y lo mismo pasó con El Club de la Lucha, que no abandona del todo ese estilo artístico, pero en su montaje es hasta más radical, más rígida. Tal vez porque esta vez Fincher tenía más control sobre la obra y tenía el respaldo de Brad Pitt, que por aquel entonces ya era la superestrella que es hoy en día, pero les dejaron que Tyler Durden fuera el monstruo que la película necesitaba ser. Una película que, en realidad, no me gusta.
Entendedme, no estoy diciendo que sea una mala película, todo lo contrario, simplemente no es mi rollo. Era deprimente en su día porque tanto el libro como la película no dejan de ser una de esas historias «de aviso», de esas que te dicen que en el mundo las cosas no van bien y si siguen así van a ir a peor, y en una época como eran finales de los 90 la idea de una revolución reaccionaria parecía algo tremendamente inconcebible, pero la argumentación que hace el Club de la Lucha, esa rabia de que el mundo no solo no sea el que nos prometieron si no que para colmo ni siquiera merece ser vivido -toda una crisis de la mediana edad, sí- era la mar de convincente. Los niñatos inmaduros que nunca tuvieron que enfrentarse a la realidad, cuando lo hacen, patalean como los niñatos que son, y si aparece un Tyler Durden de la vida para enseñarles Un Proyecto, seguramente lo acepten. Pedazo de hijos de puta, ¡si os criasteis con Indiana Jones! ¿Por qué coño no habéis aprendido nada?
Esta película tendría que desarrollarse en 1981, ¡y de esa burra no me bajo!
Ya digo, no me gustó en su día y repasarla hoy en día me deprime más todavía. Chuck Palahniuk tiene unos relatos acojonantes, es un pedazo de escritor y ha hecho una secuela en cómic, cosa que es muy de agradecer en los tiempos que corren (lo de hacer el viaje inverso, digo) pero aun así no me quedaron ganas de leerla. La publicó en pleno 2015, con toda la chusma reaccionaria del Memogate montándose sus guerras y buscando como loca a su Tyler Durden, con lo que no tuve ganas, no tengo moral. Sé que Palahniuk es un escritor muy inteligente, que su trabajo merece la pena, pero lo voy dejando porque no tengo moral, no tengo ganas. Tal vez un día el mundo deje de asustar y se pueda volver sobre estas cosas, ¿pero tal y como estamos ahora? Nah, prefiero volver a ver el trailer de Indy…