No pretendo reseñar cada episodio de la nueva temporada de Doctor Who, pero es que el episodio de este pasado fin de semana ha sido un caso muy especial, ya que ha contado con el regreso de Steven Moffat como guionista a la serie tras siete años de ausencia. Un evento que había creado cierta expectación por comprobar si este seguía en forma y cómo se adaptaría a escribir la más reciente encarnación del Doctor. Y tras ver el episodio espero que esta no sea más que la primera de unas cuantas colaboraciones en esta nueva etapa, porque Moffat sigue entendiendo a la perfección lo que hace funcionar al Doctor. Y aunque recomiendo ver primero el episodio antes de seguir leyendo, quienes tengan curiosidad que sigan adelante, pero que sepan que hay SPOILERS por todas partes.
La semana pasada comentaba cómo esta nueva etapa a cargo de Russell T. Davies, quien también escribió los dos primeros episodios, había recibido ciertas críticas por su forma de plantear la serie, el tipo de humor que utiliza, etc. Críticas en todos los casos que parecían provenir de gente que no parecía conocer su trabajo y de lo que es capaz ni la serie que estaban viendo. Pero, pese a no estar nada de acuerdo con esas críticas, sí que tenía curiosidad por ver este tercer episodio, Boom, escrito por Steven Moffat, uno de los anteriores showrunner de la era moderna de la serie y uno de sus guionistas más prolíficos, ya que su estilo es en muchos aspectos muy diferente al de Davies.
Y partiendo de una premisa minimalista, con una fuerte y nada sutil carga de crítica social y permitiéndonos ver que Ncuti Gatwa es mucho más que un Doctor hiperactivo, Moffat ha cumplido con las expectativas puestas en él. En Boom nos encontramos con que los viajes del Doctor y Ruby les han llevado a un campo de batalla localizado en la colonia de Kastarion 3, donde los Marines Anglicanos de la Iglesia del Ordenador Central Papal (organización creada por el propio Moffat durante la era de Matt Smith) se enfrentan a un misterioso enemigo. Allí el Doctor inadvertidamente ha pisado una mina prácticamente imposible de desactivar y que utiliza la propia energía vital de quien la pisa como explosivo, lo que en el caso de un Time-Lord como el Doctor supone que la explosión podría arrasar medio planeta.
A través de este punto de partida, Moffat construye una historia muy tensa y dramática en la que tienen cabida tanto alegatos antibelicistas como contra el capitalismo, mostrándonos el sinsentido de una guerra que no es tal y que existe solo para generar beneficios económicos a la compañía que fabrica todo el armamento utilizado allí. Un aspecto de la historia que tiene su más terrorífica representación en las “Ambulancias”, unas unidades robotizadas dotadas de inteligencia artificial (una con un rostro muy familiar) que se pasean por el campo de batalla buscando heridos, y si estiman que el coste o tiempo de recuperación de estos no resulta rentable, les ejecutan en el sitio. Una pesadilla digna de Black Mirror.
Una situación que permite a Ncuti Gatwa ofrecernos un retrato muy diferente del Doctor al que nos tenía acostumbrados. Desde su primera aparición en The Giggle, su Doctor ha sido alguien extremadamente extrovertido e hiperactivo, alguien que no para de reír, de cantar y bailar mientras presta su ayuda a quien lo necesite, pero aquí las circunstancias no se prestan a (casi) nada de eso precisamente. El miedo a morir, aunque pueda regenerarse, a las consecuencias que la explosión tendría para quienes se encuentran en ese mundo y especialmente para una Ruby que, haciendo gala de esa lealtad que el Doctor inspira en sus companions, se niega a alejarse de su lado, nos encontramos con un Doctor mucho más contenido.
En anteriores episodios le habíamos visto preocupado o asustado, pero en este episodio podemos verle incluso llorando, aterrorizado por la idea de toda la gente que puede morir si pierde el control por un instante y hace explotar la mina. Pero aquí, además de quedar claro que la serie, como era obvio, no va a ser un desfile de historias tontorronas y chistes de pedos, y que puede ser tan dramática y oscura como siempre, nos ha permitido además comprobar que Gatwa posee un rango actoral más amplio del mostrado hasta ahora (nada sorprendente para quienes le habíamos visto en Sex Education y sabíamos de lo que es capaz) y que cuando es necesario puede ser tan serio y dramático como el que más.
Pero además este episodio, y las entrevistas previas realizadas a Moffat, han permitido poner el foco en otro aspecto de la serie. Antes comentaba cómo una parte del público criticaba el tono de algunas de las historias de Davies, calificándolas poco menos que de infantiloides, público que parece que solo quiere que la serie sea un drama solemne, como si no supiesen que es Doctor Who o de dónde viene, pero eso es algo que Moffat por suerte tiene muy claro. Cuando hace poco le preguntaron por las diferencias entre escribir para el actual Doctor comparado con sus encarnaciones previas, este manifestó que para la serie es esencial que el público infantil crea que todas estas versiones son un único personaje con diferentes caras, que el día que dejen de creerlo la serie estará acabada.
Y que alguien como él, quien ha sido showrunner y guionista de la serie, y conoce de sobra al personaje ponga por delante de todo al público infantil, ya nos deja claro que todos esos mal llamados críticos no entienden que, aunque la serie sea para toda la familia, la prioridad no son los adultos. Un aspecto que Moffat refuerza aquí con la presencia de Splice, a quien da vida la jovencísima actriz Caoilinn Springall, la hija de uno de los Marines que ha caído presa no de un ejército enemigo sino de la codicia capitalista. A través de esta somos testigos del auténtico horror de la guerra, con esta niña que se ha criado en un ambiente de guerra constante que se lo ha quitado todo y a la que le cuesta asimilar que ha perdido también a su padre. Un personaje que sirve además para recordarnos la especial relación del Doctor con la infancia y cómo para este, al igual que para Moffat y Davies, la prioridad es esa infancia que espero que con episodios como este aprendan que la guerra es algo que debería evitarse a toda costa.
Como nota final quiero comentar un pequeño detalle del episodio que a mí me pasó desapercibido y del que no me di cuenta hasta que lo vi comentado en Twitter. Tras la emisión del episodio muchos han criticado que el Doctor se limite a detener el conflicto en esa Colonia y en ayudar a destruir el algoritmo que guiaba las armas empleadas allí sin hacer nada contra esos auténticos mercaderes de la muerte que venden sus productos a cualquier bando que pague su precio, Villengard. Pero es que no es necesario porque el Doctor ya lo hizo. Hace la friolera de casi veinte años, en 2005, Steven Moffat escribió el episodio The Doctor Dances, protagonizado por Christopher Eccleston. Allí Jack Harkness comentaba que su arma era un producto de las fábricas de ese mundo pero que estas se habían volatilizado por un fallo en su reactor principal, a lo que el Doctor añadió que había visitado ese lugar una vez, dejando claro que era él quien las había destruido. Un pequeño detalle muy propio de Moffat, a quien le encanta autoreferenciarse, y que deja claro lo poco que le gusta la guerra al Doctor.
Yo espero que esta nueva etapa mantenga el buen nivel que ha tenido hasta ahora y que Moffat vuelva alguna que otra vez a escribir más episodios, que se le echaba de menos. Pero tanto si vuelve como si no, yo seguiré esperando cada semana con ilusión una vez más el estreno de los nuevos episodios de esta serie que sigue siendo tan relevante y a la que vale mucho darle una oportunidad, tanto a la etapa moderna como a la clásica.