Lo dejábamos la semana pasada con El Protegido de Shyamalan y la primera película de X-Men, en un momento en el que Hollywood empieza a dejar de adaptar viejas series de TV para empezar a comprar licencias de cómics compulsivamente. Y es que es entre 2000 y 2004 cuando Marvel por fin entra en juego seriamente (lo de Blade fue una «recreación» en toda regla) con adaptaciones como la ya mencionada X-Men, Hulk, Spiderman y todo parece llenarse de proyectos superhéroicos como el Iron Man de Tom Cruise, el Batman Begins de Nolan o el Fantastic Four de Tim Story, que aparecería un año más tarde del estreno en 2004 de lo que otros -no yo, desde luego- consideran la mejor película de los 4 Fantásticos, Los Increíbles, una película de la edad de oro de Pixar en la que vemos como los superhéroes sufren un Watchmen -les prohíben ser superhéroes- y se dedican a la vida familiar hasta que reaparece un villano y blablabla. Es la mejor película sobre una familia de superhéroes y se nota mucho la mano de Brad Bird y su equipo de El Gigante de Hierro, aunque repito que no, no es una película de los 4 Fantásticos, poco Kirby habéis leído si seguís diciendo esa tontería.
Ya sea por el éxito de Los Increíbles en particular o los superhéroes en general, Disney en un arranque de originalidad estrena en 2006 Sky High, una película sobre una escuela de superhéroes que después de Harry Potter y las X-Men de la Fox como que cantaba un poco, pero que acabó siendo la mar de simpática por la aparición de actores como Kurt Russell, Bruce Campbell o Lynda Carter. En el fondo no deja de ser ante todo aplicar la fórmula Disney Channel al género, cosa que se agradece en parte porque al tener tantos personajes la película no acaba cayendo en el horrendo cliché de que el guión se base en el origen del superhéroe o en el del villano de turno. Se empiezan a hacer cosas distintas y la «normalización» del superhéroe como personaje de ficción empieza a permitir películas como «Mi Super ex-novia» (2006) del tristemente recientemente fallecido Ivan Reitman, en la que Uma Thurman era una superheroina con graves problemas mentales que se separaba de forma traumática del Luke Wilson de Stargil. No es una película con muchas ambiciones, pero se deja ver y hay que reconocer que ya solo por la escena de Uma Thurman tirándole un tiburón a su ex y poniéndole su coche en órbita ya merece la pena, aunque la película habría sido bastante mejor si hubiera contado con el suficiente presupuesto como para permitir mayores excesos. Por la misma época tendríamos Zoom (Pequeños Grandes Héroes) en la que volvemos a la idea del Harry Potter superhéroico con un Tim Allen entrenando unos niños superhéroes.
El Profesor Xavier de Hacendado. O algo.
Porque es en ese momento cuando llega la «crisis» del género; entre 2006 y 2007 se sucedieron los naufragios en taquilla de X-Men The Last Stand, Fantastic Four: Rise of the Silver Surfer, Superman Returns y Spider-Man 3, por lo que los voceras que ya en aquel momento pregonaban que se estrenaban demasiados películas de superhéroes y que había «fatiga superhéroica» parecían empezar a tener razón. Así, algunos estudios (aunque en realidad no muchos) dieron el género por agotado y se pusieron a otra cosa, pero 2008 les llevó la contraria a todos con una virulencia tremenda que prácticamente podríamos marcar en el eje cronológico como el nacimiento del género de superhéroes tal y como lo entendemos hoy en día; la película de aquel año, The Dark Knight, era un thriller que bebía hasta el exceso del Heat de Michael Mann y que consiguió un reconocimiento de crítica y público que pocas veces se habían dado de forma tan contundente, pero lo que de verdad cambiaría por completo el juego fue la llegada de las primeras películas de Marvel Studios y el arranque de lo que acabaría siendo el MCU, el primer Universo Cinematográfico (por muy pesados que se pongan con los Monstruos de la Universal y blablabla, poco relato continuado les veo yo a esas). Y sin embargo, ése año también apareció por fin una película de superhéroes «propietaria» de los estudios que contaría con bastante éxito…
De los estudios de Sony/Columbia llegó Hancock, que venía a filmar un guión de esos que había ido rebotando por los estudios desde mediados de los noventa y que venía a darle otro giro de tuerca al género sin dedicarse media película a contarte orígen del héroe; en esta película no había traje (más o menos) y tampoco identidad secreta y hasta casi se podría decir que tampoco tenía héroe, porque el Hancock de Will Smith se pasaba más tiempo durmiendo por los parques y emborrachándose que salvando gatitos, pero lo que había era una preocupación por la construcción del personaje protagonista que era muy rara de ver en los superhéroes originales de los grandes estudios. Hancock no deja de ser una comedia con superpoderes que en su tramo final se convierte en una película de superhéroes más convencional, aunque sea porque nos presenta a superhéroes rompiendo cosas como no se había visto desde Matrix Revolutions, pero son esos ramalazos del superhéroe desencantado los que le darían su principal fortaleza y lo que haría triunfar la película allí donde otras fracasaron. Por la misma época también tendríamos en la televisión británica Misfits, que aunque no es Hollywood ni eran ni mucho menos superhéroes, la cito porque sé que tuvo su fandom y se dejaba ver bastante bien hasta que la estirarón demasiado. Con el mismo público objetivo también se estrenó en cines Jumper, basada en una novela «young adult» del mismo nombre y con influencias del Unbreakable de Shyamalan, vino protagonizada Hayden Christensen, el Anakin/Darth Vader de las precuelas de Star Wars y tampoco se comió un rosco.
Un año después y con las aguas superhéroicas más calmadas se estrena Push de la mano de Icon, la productora de Mel Gibson, una película protagonizada por el mismísimo Chris Evans, el futuro Capitán América y en aquel momento ya pasado Johnny Storm. En ella se explora otra vez la idea de gente con poderes de distinta procedencia que ya se había visto en series de televisión como Héroes (2006) o Los 4400 (2004), gente con poderes desperdigada por ahi y como sus vidas se ven afectadas por ellos, mostrando otra vez una oscura agencia gubernamental que les da caza y cosas de esas tan divertidas; es, en esencia, otra película de mutantes escapando y pegándose contra mutantes malos, pero esta vez el dinero iba para Mel Gibson y así es como se comió el porrazo en taquilla casi por completo. Eso sí, mayor porrazo se llevó Defendor (protagonizada por Woody Harrelson) que contaba con un presupuesto de cuatro millones y solo recaudó cuarenta y cuatro mil dólares; Defendor pretendía ser una historia de superhéroes en toda regla ambientada en un mundo en el que los superhéroes son el pan nuestro de cada día, lamentablemente ni la promoción ni las pintas del protagonista inspiraron mucha confianza entre un público que tardaría un año en entender la gracia de esto de los «superhéroes reales».
Para el año siguiente tenemos, además de la televisión haciendo experimentos como No Ordinary Family o el soberano porrazo de la NBC con The Cape (una serie de televisión con un superhéroe intensito que cuanto menos hablemos de ello mejor va a ser) otra producción independiente que no tuvo mejor suerte en taquilla como es el Super de James Gunn, en la cual teníamos a Rainn Wilson, el Dwight de The Office, encarnando a un tipo con demasiados problemas mentales al que una noche se le aparece el superhéroe cristiano Holy Avenger (encarnado por Nathan Fillion) y le dice que Dios le ha elegido para hacerse superhéroe. Poco más que decir, la cosa se convierte en una maravillosa tormenta de sangre y violencia como solo un veterano de Troma -no nos olvidemos del Vengador Tóxico- puede crear; y es que tanto esta película como Defendor beben mucho de la corriente que autores como Warren Ellis o Mark Millar pusieron de moda en títulos como Authority o Kick Ass, con superhéroes chungos cuando no ridículos haciendo el animal buscando la risa fácil; puede que Super no fuera la mejor película del año -no la pondría por encima de Kick Ass- y que su tramo final baje la media, pero a la hora de la verdad es un producto de su época que aun así entiende el género de superhéroes y lo necesario que es centrar las historias en los personajes.
Para 2012 y con el estreno de la película de Los Vengadores, los grandes estudios ya empiezan a tener claro que el filón no son tanto los superhéroes como la nueva moda, el «Universo Cinematográfico». Todas empiezan a esbozar proyectos basados en licencias propias como los Monstruos de la Universal, en ajenas como el Hasbroverso (intentaron hacer una película sobre una tostadora y así les fue, jojojo) o el incipientes Fast &Furiousverso, sin olvidarnos por supuesto del DCEU (que pilló a Warner con el pie cambiado, porque veía imposible forzar a Nolan a hacer un universo a partir de su Batman y el Superman de Snyder nunca fue el más apropiado). El hecho de que fueran superhéroes ya empezaba a estar en segundo plano, pero aun así Fox estrena el mismo año que Vengadores películas experimentales sobre el género como el Chronicle del director novel Josh Trank, que contaba mediante videodiarios como un grupo de amigos se encontraba con un meteorito que les daba poderes y como eso iba a trastocar su relación. Otra vez los personajes tristes mirando al suelo, otra vez parece que el color te lo cobran por niveles de saturación, otra vez la vida es una mierda y así le salió su versión de los 4 Fantásticos. Brrr.
A partir de aquí se acabó lo que se daba, porque al identificación del género superhéroico llega a tal punto que hasta las películas de Superman son clasificadas por alguno como «peli de la Marvel». El MCU se lo come todo y el resto de estudios de Hollywood, tras varios intentos infructuosos de crear universos cinematográficos, parecen empezar a querer ir en otra dirección, a tocar el género de forma solo tangencial -adaptando novelas para adolescentes sobre gente con poderes y cosas así- y a volver a ir completamente a tiro fijo, adaptar la licencia y amarrar el resultado. Aun así, empieza a ser normal el ver a gente con poderes en películas de acción, o que la promoción de películas sobre gente con poderes como Lucy (Luc Besson, 2014) ya no esté llena de onomatopeyas, cuatricomía y referencias que más que al cómic se refieren a Roy Liechtenstein.
La normalización ha llegado a tal extremo que el primer spinoff de Fast & Furious, Hobbs & Shaw (2019), mostraba a Idris Elba autodenominándose como el Superman Negro y con poderes de invulnerabilidad y superfuerza, a pesar de que algunos de sus creadores habían manifestado su desdén hacia el género. Los superhéroes ya hace mucho que han dejado lejos el tópico de la «película de origen» -aunque las siga habiendo- y ya pueden permitirse explorar otros géneros como el terror en New Mutants, el drama en Logan o la comedia con Deadpool -todas ellas de Fox- sin olvidarse de que por fin este año hemos tenido una comedia sin gracia -Thunder Force- en la que la crítica no destacó el hecho de que fuera una historia de superhéroes tanto como lo realmente importante, que era una película de reirse con la que no te reías.
Y así es como hemos llegado al día de hoy, acallando poco a poco a los tópicos derivados del Batman de Adam West que tantos monstruos crearon -¡ay ese Joel Schumacher!- o sorteando con cintura prodigiosa la mustiedad de los superhéroes desaturados que miran al suelo para conseguir llegar a un tiempo en el que ya no se habla tanto de la «fatiga superhéroica» como de que los superhéroes son «el nuevo western», como si el western no hubiera acabado sufriendo de cierta fatiga. Lo cierto es que toda esta «aceptación» es lo que acabará provocando que Hollywood empiece a hacer películas de superhéroes originales hechas para el cine y pensando en el cine, sin pensar en adaptar u homenajear personajes de cómic que en muchos casos pierden demasiado en estas adaptaciones. Cosa que será tremendamente curioso porque, con la progresión que llevan Marvel y DC, cualquier día nos encontramos el cine lleno de superhéroes y los cómics llenos de cualqueir género menos superhéroes…