Decíamos ayer que el mundo del cómic, del videojuego y demás había pasado desapercibido para los grandes ejecutivos de los 80, pero que en los 90 empezaron a descubrir el filón y la situación dió un vuelco con la llegada del fenómeno manga y la explosión del Magic. Las librerías especializadas en estos productos empezaron a aparecer como setas, la gente empezaba a forrarse y los ojos de la mercadotecnia empezaron a crear una nueva especie: el friki, un coleccionista compulsivo cuya identidad se reducía al amor desmedido por una colección de aficiones determinadas. A ese no hace falta venderle alcohol, ese ya se lo gasta todo en almohadas de Batgirl…
Llegados a este punto, tengo que decir que nunca le ví la gracia al rol, no hay mejor forma de arruinar una buena historia que el que los personajes hagan lo que les da la gana. Detesto el modelo de sacacuartos que supuso el Magic y, aunque me gustan mucho los videojuegos de estrategia, nunca le vi la gracia al Warhammer por exactamente lo mismo. Me gusta el cine, y me gustan los videojuegos, pero no aguanto los juegos de miniaturas, ni entiendo esa relación indisoluble que ven algunos entre Thor y el heavy metal. Yo cuando veo el Thor de Simonson solo oigo tambores que dicen DOOM, no baterías ni guitarras desgarradas; entiendo que haya gente que le parezca así, pero no va a parecermelo a mí sólo porque algunos lo digan como una verdad absoluta. Y por eso mismo no entiendo todos esos gustos que se le presuponen al friki, porque para mí un tipo que acumula tantas aficiones a la vez… Pues como que me parece que está un pelín alienado, como que le falta una pizca de personalidad. No nos entendamos mal, cada uno puede comprarse figuritas de lo que le de la gana, pero se me hace inverosimil ese arquetipo de friki que «lo consume todo lo que salga de SU personaje» -o de su equipo de futbol, ya puestos-. Porque Batman Arkham City es un juegazo no porque sea de Batman, si no porque lo es. Y sin embargo nos hemos pasado años padeciendo mamarrachadas como «Batman: Rise of SinTzu» porque había un sector del mercado que lo iba a comprar sólo porque era de Batman, que era «friki» y las desarrolladoras no veían razón para esforzarse en hacer algo mejor. El problema que denuncian muchos críticos del mal uso de licencias en videojuegos es el mismo que había (hay) con las películas de superhéroes, que sólo por el hecho de que una película es de Zutanito Man van a ir a verla todos los fans del Zutanito. Y sus parejas. Y su familia entera, si la tienen. Y los amigos que hayan conseguido liar. Y en base a eso, hacen sus cábalas de cuanto dinero deben gastar en la película y si tienen que invertir más recursos en hacerla más interesante de cara a una secuela, sin pasárseles por la cabeza el intentar hacer el mejor producto posible.
Por eso nunca he acabado de entender a los lectores que hablan de sus «colecciones». A los que tienen una especie de síndrome de Diógenes a lo pijo, que necesitan comprarse la escobilla de WC de Spiderman o los calzoncillos de Megaman porque tienen absolutamente todo lo que hay del personaje. Y todo para dejarlo plantado en una estantería perdida de la habitación que has dedicado en exclusiva a tu «colección». Y alguno me dirá «déjalos, si tienen dinero que lo gasten en lo que quieran», y yo estaría de acuerdo… Hasta que me doy cuenta de que ese que se compra el sujetavelas de Superman es el mismo que hace posible que Scott Lobdell este guionizando la serie. El que, por malo que sea el producto, se lo va a comprar. Ese «coleccionista» -que no lector, porque para leer de verdad hay que entender lo que se lee- y todos los que se creen pertenecer a una especie de tribu urbana «friki» nos esta jodiendo a todos. Porque ese tipo es lo que en marketing podríamos llamar una gallina de los huevos de oro, un idiota al que vale venderle cualquier cosa. El que te aseguraba antes que tu basura de película se vería en los cines, el que se compra una tarjeta gráfica de 120 euros por trescientos sólo porque sale Batman en la caja.
Y si no me creeis, mirad si no la que se esta liando con Wonder Woman, un personaje que siempre aguantó su colección a duras penas. Que, siendo supuestamente un miembro de los «tres grandes» de DC, se pasó décadas teniendo una serie bimestral, pero que nunca ha tenido las dos, tres, cuatro o hasta 10 series que han llegado a tener Batman, Superman o Green Lantern. Y sin embargo, salidos de la nada, empiezas a ver a pulular gente con camisetas de Wonder Woman. Con posters de Wonder Woman. Con interés por la hipotética película de Wonder Woman, y hasta rechazando la futura serie de Flash porque «ese personaje no tiene ningún interés, solo corre» -cuando curiosamente Flash si que ha producido spin-offs como Impulso-. Con la tontería de esa gente tenemos a personajes muchísimo más interesantes del universo DC como Power Girl o cualquiera de las Birds of Prey relegadas a un segundo plano. Esa gente es la misma que saboteó en los 70 la etapa de Denny O’Neil en el personaje -cuando la transformó en Emma Peel-, y es la misma que no se ha comprado el cómic en la vida y si lo ha hecho, ha sido a golpe de recopilatorio que siempre deja a medio leer. Los que, por el contrario, nos hemos leido la etapa de Pérez, Messner Loebs, Byrne, Mishkin, O’Neil y demás, sabemos lo que pasa con el personaje y lo desnudo que está, y sabemos que podría dar mucho más de sí. Aquí mismo ya hicimos una semana sobre el personaje, pero no dijimos claramente la raíz de sus problemas; que da igual lo malo que sea el producto, Wonder Woman va a vender porque hoy en día ya es más marca que personaje y las marcas venden. Y es que a fecha de hoy Wonder Woman es un mojón, pero Wonder Woman vende. O creen que podrá vender mucho.
En resumen; sí, estoy totalmente en contra del término friki. Y puede ser que hasta yo mismo lo llegue a usar puntualmente -así es la vida, de tanto oirlo se me ha acabado pegando- pero sé que al igual que a mediados de los 90 si te gustaba Dragonball no tenía por qué gustarte todo lo japonés, hoy en día por gustarme Iron Man me tengo que tragar la mierda de videojuegos que sacó Sega sobre el personaje.
Y esto que quede entre nosotros: cada vez que me encuentro a un «fan» de Wonder Woman me acojono más. Porque empieza a darme la sensación de que somos cuatro gatos los que nos hemos molestado en entender el personaje, y que eso puede significar que sienta al personaje como «mío» y que me haga friki de Wonder Woman. Ya lo siguiente será llenar mi casa de tiestos con la cara de Diana Prince. Pero no, yo como mucho seré fan de Donna Troy, porque soy de los pocos que no se olvidará de ella…