Hoy quiero hablar de uno de esos números de transición en una serie de cómic, esos que a menudo algunos han llamado despectivamente “de relleno”, en los que, en un vistazo superficial, podría parecer que no sucede nada, pero suelen ser fundamentales para el buen desarrollo de una serie, al menos cuando están en las manos adecuadas. Y las manos de Jed MacKay y Valerio Schiti en el número 21 de los Vengadores, publicado esta misma semana, han demostrado ser más que adecuadas. Así que vamos a comprobar lo importantes que son este tipo de historias en una reseña en la que, inevitablemente, habrá SPOILERS por todos lados.
Aunque yo esperaba con muchísimas ganas e ilusión la nueva etapa de los Vengadores escritos por Jed MacKay, no me queda más remedio que reconocer que esta ha sido un tanto irregular e insatisfactoria. Ya que, pese a que su trabajo en Doctor Extraño y Caballero Luna ha sido excepcional y mis expectativas para sus Vengadores eran altísimas, le ha costado pillarle el pulso a la serie. Porque, aunque la caracterización de los personajes ha sido en muchos casos excelente, y a lo largo de estos veintitantos números ha dejado caer unas cuantas buenas ideas, el desarrollo de las mismas ha sido algo decepcionante y el enfoque de querer convertir a los Vengadores en una especie de Authority no ha terminado de cuajar con lo que debería ser el grupo.
Pero tras aquel número que nos recordó lo importante que es Jarvis para el grupo (el 11) y el reciente y sorprendentemente divertido crossover de Blood Hunt, parece que por fin se está haciendo con las riendas de la serie. Y para mí, la confirmación de esto ha llegado con el número 21, que salió a la venta hace un par de días. Un cómic que, detrás de una portada tremendamente tramposa que me hizo temer lo peor, que parecía presagiar otro de esos enfrentamientos entre los Vengadores y la Patrulla-X (la de Alaska, que también escribe MacKay), que no suelen estar convenientemente desarrollados, se escondía uno de esos cómics que son tan necesarios para el correcto rumbo de una serie.
Aunque al final sí que se han enfrentado, pero al béisbol, porque MacKay, sabemos de sobras, que es un nostálgico (de los buenos) y debía echar mucho de menos esas historias en las que ambos grupos, por separado, solían relajarse en el campo de juegos. Un tipo de historias que permitían que todo el peso de la narración recayese en la caracterización de los personajes, en sus interacciones, en los pequeños detalles que logran que resulten creíbles, y que, en este caso, se utiliza para estrechar los lazos entre dos grupos que se conocen desde hace mucho tiempo, que incluso en muchos casos son viejos amigos, pese a que muchos equipos creativos a veces parezcan olvidarlo.
Con un inicio tan tramposo como la portada, MacKay y Schiti siguen jugando con las expectativas del público, y cuando parece que los dos grupos, encabezados por la Capitana Marvel y Cíclope, parecen a punto de enfrentarse, estos se convierten sencillamente en Carol y Slim, abrazados como los viejos amigos que son. Una relación que se extiende muy atrás en el tiempo y que Scott describe a la perfección cuando le dice a Carol que ella es prácticamente una miembro honoraria de la Patrulla.
Aunque quizás el momento más emotivo, el que ha conseguido emocionarme, es esa conversación final entre ambos en la que se prometen que, suceda lo que suceda en el futuro, ya sea una amenaza apocalíptica a la que los Vengadores no puedan enfrentarse en solitario o incluso que los mutantes vuelvan a ser perseguidos por el gobierno, se enfrentarán a ello juntos, como debe ser.
Pero esto no es más que una pequeña muestra de todos los pequeños momentos definitorios que encontramos aquí. Dos que me han encantado son los protagonizados por Magneto y Tormenta, el primero muy deudos de la caracterización de Al Ewing, y quien, tras su última muerte y resurrección, por fin ha aceptado que todos los seres vivos, independientemente de su origen, tienen derecho a ser libres, y que la auténtica lucha no es entre humanos y mutantes, sino entre oprimidos y opresores, y que quiere utilizar su poder para estar del lado de los oprimidos.
Mientras que Tormenta, por su parte, reconoce ante las inquisitivas preguntas de Idie que, pese a todo lo sucedido durante la caída de Krakoa, aún cree en el sueño de Xavier, pero por lo que en ese sueño puede y debe ser. Una forma de decir que, aunque ya no crea en el soñador (algo obvio después de cómo actuó Xavier), su viejo sueño sigue siendo muy válido y necesario. Dos momentos que me devuelven la fe en las series de mutantes (junto con muchos otros en la serie de Gail Simone), me han devuelto la ilusión que había perdido por leer series de mutantes.
Pero, sin duda, mi momento favorito de todo el cómic es el reencuentro entre dos viejos amigos que, en cierto modo, hacía mucho que no se encontraban: Hank McCoy y Tony Stark. Estos se encuentran arreglando un viejo Quinjet que Hank ha “requisado” de un viejo almacén de S.H.I.E.L.D., pero mientras que Tony se alegra muchísimo de reencontrarse con el Hank de los viejos tiempos (como creo que hacemos la inmensa mayoría de los lectores), este no puede evitar preguntarse por qué los Vengadores, sus amigos, no trataron de impedir a su otro yo, ese Bestia al que no echaré nada de menos, en convertirse en algo tan monstruoso como su nombre en código.
Y la triste respuesta de Tony pone el dedo en la llaga en un problema que caracterizó durante demasiado tiempo a las series de mutantes, su aislamiento del resto del Universo Marvel. Este le explica que el otro Hank dejó de ser su amigo, de todos los Vengadores, hace mucho tiempo, y que ya no le conocían realmente ni sabían lo que estaba haciendo (mientras que la Patrulla lo sabía a la perfección y, como les era útil, miraban hacia otro lado). Algo que en la realidad se traduce en que ese absurdo aislamiento editorial impidió que uno de los Vengadores más icónicos de los setenta y ochenta interactuase con sus viejos camaradas.
Una decisión que en tiempos recientes se ha ido dejando cada vez más de lado y que espero que desaparezca del todo, ya que una de las mayores fortalezas del Universo Marvel siempre había sido ese escenario compartido en el que sus personajes podían cruzar sus caminos en cualquier momento. Una escena que, con su doble sentido, es rematada con las tranquilizadoras palabras de Tony hacia su viejo amigo de que ahora tiene por delante la oportunidad de no cometer los errores de su otro yo. (Y de paso, yo espero que la editorial no cometa tampoco sus viejas equivocaciones).
Ahora solo queda cruzar los dedos para que esto no haya sido un espejismo y que MacKay siga en esta buena dirección, y su etapa al frente de los Vengadores acabe convirtiéndose en lo que yo esperaba que fuese. Pero independientemente de en lo que acabe derivando esta etapa, números como este nos recuerdan lo importantes y esenciales que son estas pequeñas historias para la correcta caracterización de los personajes, que todo no puede ser una épica batalla detrás de otra sin respiro, y que es necesario mostrarnos que los personajes son más que un disfraz y un nombre en código. Un ejemplo de una vieja tendencia que está volviendo cada vez con mas fuerza y de la que espero que todos los creadores tomen buena nota.