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El fin de la era krakoana y lo que pueda venir después

Llegados a este punto hay que admitirselo a Hickman, su relanzamiento mutante no duró un año como todos los anteriores, duro cosa de cuatro y dos ellos los llevaron otros autores. Todo un logro, teniendo en cuenta que todos los relanzamientos anteriores desde Bendis -¿os acordáis de cuando Bendis lo petaba? Yo sí, pero en DC tardaron demasiado tiempo en darse cuenta de que ya no lo hacía- se estrellaron rápidamente, y aún así seguimos sin explicarnos como aguantó tanto. Aunque tengo la sospecha de que algo mucho bastante tuvo que ver con Stuart Immonen. Todo es mucho mejor con Stuart Immonen, por lamentable que sea el guión; tú puedes poner a un mono a escribir un guión -o a una IA- y si lo dibuja Immonen merecerá la pena leerlo aunque solo sea para ver lo bonito que lo cuenta. Pero estábamos hablando de Krakoa.

Si uno solo mira solo los posters promocionales de la era krakoana, ésto parece un X-Men Forever.
Ahora mismo y cuando casi (casi) nos atrevemos a decir que podemos hablar de Krakoa como algo del pasado, supongo que toca hacer balance más allá de lo ya mencionado; Krakoa nació con la idea de crear la enésima utopía mutante, y a estas alturas del pocos pueden decir sin que les entre la risa que fue un cambio con vocación permanente. Lejos estamos ya de los tiempos en los que Jim Shooter decía aquello de que X-Men es una serie sobre una escuela, y el status Quo oficial de la serie está un poco difuso. Pero, a pesar de todo esto, teníamos claro que Krakoa no iba a durar. A su favor tenía a un numeroso grupo de lectores muy virulentos que, muy legítimamente, decían que ya era hora de dejar el «odiados y perseguidos» en favor de algo nuevo, de buscar un cambio. Un cambio real, uno totalmente novedoso, algo que no se había hecho jamás como que todos los mutantes se fueran a vivir a una isla que se declarase nación soberana. Ya, ya sé que ya lo hicieron en tiempos de Fraction, pero está vez era distinto, porque metieron en la isla hasta a Mister Siniestro y Apocalipsis, está vez eran todos todos todos los mutantes, por estúpido que pudiera parecer. Y la gente lo compró, porque el ardor casi religioso de Krakoa -recordemos que hasta hubo una serie sobre Rondador Nocturno montándose una religión mutante; a él le da igual Cristo que Mahoma, el le quiere rezar a algo, lo que sea- era un furor contagioso a pesar de que el propio Hickman dejará claro no solo que había algo podrido en Krakoa, si no que su destino era el fracaso y la destrucción final. Vamos, Días del Futuro Pasado otra vez.

No engañaron, desde el principio se sabía que esto iba a acabar mal. Otra cosa es que la gente se pusiera la venda delante de los ojos.
Desde el punto de vista empresarial, los comics de superhéroes son un arte de vender el mismo producto infinitas veces cambiando el envoltorio lo mínimo posible. Y Krakoa era exactamente eso, pero tendríamos que ser muy cínicos para no darnos cuenta de que Hickman fue más allá, por poco que nos gustara lo que nos ofrecía por esa manía de retconear por completo el pasado del universo Marvel, cambiando personajes por completo sin que eso vaya a ninguna parte o haga mejores los personajes con los que trabaja. Hickman no juega para el equipo, o por lo menos no para un equipo que no esté bajo sus órdenes, y eso acaba alienando a los lectores veteranos y en parte también a los nuevos, porque cuando terminan de leer el trabajo de Hickman y se interesan por otras historias de los personajes, acaban encontrándose con perfectos desconocidos que no les cuadran con lo que conocían de los mismos. Y precisamente eso ha pasado en la transición de Hickman a Gillen y seguramente también se repita con los sucesores de Krakoa, sean quienes sean.
Todo lo que vino después de Inferno ya era otra historia.
Pero ojo, que nadie se engañe, ésto es un mal endémico en el género y me da igual que sea Gillen o Ewing, McKay o Cantwell, los editores no se esfuerzan en establecer una coherencia entre etapas y así es como acabamos con esta montaña rusa de personalidades, y si no fijaos en lo que ha acabado pasando con personajes como el bueno de Piotr Nikolaievitch o Hank McCoy, y esto por no hablar de lo cuestionables que pueden ser las resurrecciones krakoanas; el gran relato está roto, después de todo este fregado es complicado seguir contando historias de mutantes como si todo fuera una única historia. Guggenheim se las vio y se las deseó antes de Hickman y ya por entonces era considerado una labor imposible, ahora ya… Bueno, como que nos conformamos con las migajas de Al Ewing en X-Men Red con su Tormenta y su Magneto que nos recuerdan a tiempos más cuerdos a pesar de que sea una serie de Tormenta siendo la reina de Marte y constituyendo un estado asociado a una nación exclusivamente mutante.
Ewing y Gillen tuvieron sus momentos.
La cuestión que nos sigue rondando por la cabeza ya no son los numerosos cabos sueltos producidos a raíz de la espantada de Hickman (yo estaba seguro de que volvería para rematar la faena tal y como tenía pensado, pero es que yo soy muy inocente porque claro, no dejamos de hablar de un Hickman al que le encantan los planteamientos pero se escaquea en cuanto puede de las resoluciones) si no hacía dónde vamos a partir de aquí. Y la respuesta supongo que está en «la unidad», en reintentar la idea del Unity Squad y que Xavier se reconcilie con su propio sueño… En definitiva, el día de la marmota. Otra vez.
Pero tal cual, vaya.
Ya, ya se que alguno me va a decir que soy un hipócrita, que precisamente éso es lo que he pedido para Batman con aquello de que cuando compras un tebeo de Batman lo que quieres es que Bruce Wayne sea Batman y no un tal Damien por mucho que sea su hijo. Y lo mismo con Spiderman o con los Vengadores, si te ponen a Luke Cage liderando el grupo entiendo que no sea lo mismo, pero el caso de los mutantes es distinto, porque la razón del éxito de la serie no estuvo en la anécdota de que fuera una escuela o la metáfora de opresión o cualquier otra cosa, es que era todo eso y la evolución orgánica de unos personajes a lo largo de años, con lo que nuestra conclusión debería ser que el juguete está roto para siempre…
Así que supongo que toca volver a contar todo de cero y cambiar el envoltorio. Desde un punto de vista empresarial, claro.
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