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El Imperio Mhulargo: Vacaciones en una galaxia de muy lejos (I)

Los historiadores no tienen ni idea de como empezó esto. Se sabe que, hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana, existió un imperio. Un imperio supuestamente galáctico gobernado con puño de hierro por un tal Emperador Palpatine, que salía en las películas y todo eso. Palpatine era un bicho de cuidado y trataba de gobernar la galaxia con toda la maldad posible para él, que más bien tendía a infinito, porque el tipo era puro odio y maldad y una especie de punto negro en la historia del universo solo comparable a gente como Gengis Khan, Calígula, Tom DeFalco o Vladimir Putin, dependiendo a quién le preguntes… Pero en realidad no nos vayamos a engañar, al Emperador de la Galaxia a cabrón no le ganaba nadie:

Palpatine I de la Galaxia Porque Yo Lo Digo.

-A ver Masito -dijo con familiaridad Su Alteza, dirigiéndose a su muy estimado consejero Mas Amedda, uno de sus pocos subordinados no humanos y al que permitía tener la piel azul y cuernos- ¿Cuál te parece mejor, la capa negra o la más negra todavía?
-Mi señor, yo diría que la negra más negra.
-¿Sí? ¿Seguro? -sonrío mostrando sus putrefactos dientes- ¿Seguro segurísimo?
– Estoy completamente seguro, alteza. La negra más negra le combinará estupendamente.
El Emperador de Todo Lo Que Hay y No Hay se relamió los labios, que se arquearon en una horrible sonrisa y emitieron un horrible sonido:
-De acuerdo, pero perdona a este pobre viejo, porque mi vista ya no es lo que era… ¿Podrías señalarme cuál de las dos es más negra?

Mas Amedda (en azul, con cuernos) llevaba más de veinte años de experiencia en el funcionariado público cuando se topó con el desgraciado de Palpatine.

Amedda tragó saliva. Por supuesto que no podía señalarle cuál era más negra, las dos eran igual de negras, pero él tampoco podía decirle eso porque estaría llevándole la contraria y lo último que puedes hacer es llevarle la contraria a un dictador cabrón hijo de puta. Quiero decir, Hitler podía ordenar que te mandaran a un campo de concentración por estornudar en la dirección equivocada, pero al día siguiente podía tomarse unas pastillitas divertidas y decidir que bueno, que te echaba de menos cuando no te mandaba de cabeza ante un pelotón de fusilamiento, pero por lo menos te daba cierto margen para la esperanza. El Emperador de la Galaxia no, el Emperador de la Galaxia era adicto a infligir dolor y disfrutaba especialmente con el olor de la carne chamuscada por unos buenos rayos de esos del lado oscuro de la fuerza que tan poco le costaba lanzar. Que bueno, por lo menos ya no gritaba aquello de «PODEEER ILIMITAAAADOOOOOOOO», pero doler dolía igual y matar más todavía.
-¿Y bien?
– Vaya, los matices son tan sutiles que la refracción de esta luz le juega malas pasadas a mis viejos ojos, ¿es la que desea llevar a la inauguracion del nuevo reactor? ¿Cómo es la luz allí?

Amedda era un veterano en mil batallas políticas y sabía que la mejor defensa es llevar un palo.

Los dos ojos amarillos del anciano tirano se clavaron en su consejero y sus labios no se movieron ni un milimetro, pero si en ese momento le hubieras preguntado a Amedda si el tiempo se había detenido o si simplemente el Emperador tardaba en contestar, Amedda habría votado por lo primero sin dudarlo. Y entonces, el gesto del anciano adquirió una expresión estúpida, su boca se arqueó hasta parecer la de un macaco de java y musitó:

-Pringles… ¡Con mantequilla!

Aquél fue el primer síntoma conocido de la extraña enfermedad del Emperador Palpatine. El siguiente fue desnudarse por completo y gritar como un maniaco «maldita sea, ¡otra vez soy blanco!¡Me han quitado la negritud!», tras lo que un aterrorizado Amedda decidió que lo mejor que podía hacer era alejarse lentamente del trono mientras su Emperador corría de un lado a otro preguntándose dónde estaba, qué carajo podía estar pasando. Con buen juicio salió del salón y puso pies en polvorosa, dando por hecho que era el enésimo juego sádico de Su Alteza y que en esos casos lo mejor era alejarse lo máximo posible, ¡y luego se extrañará de que no tiene amigos!
Para entender toda esta situación no tendríamos que irnos bajo el puente en el que moran dos indigentes que llevan doce años escribiendo sobre tebeos viejos en una página web que leen cuatro gatos, no, tendríamos que irnos a las dependencias de la Autoridad de Variación Temporal, más conocida en los medios de comunicación como la Asociación de Víctimas del Terrorismo o AVT. La AVT acostumbra a pasar desapercibida todo lo que puede, pero de vez en cuando da el cante lo más grande cuando un funcionario se duerme y se le escapa una línea temporal o yo que sé, cuando colocan un embudo de corrección temporal entre dos líneas temporales equivocadas y acaban cambiando a un tirano galáctico por un tirano indigente. Sobre qué puñetas hizo el Emperador Palpatine con Diógenes Pantarújez podríamos escribir un libro que se llamara «Yo y Yo Mismo: Una instrospección alucinante», pero como el que causó la destrucción de una línea temporal entera fue M’Rabo, como humilde cronista me veo obligado a centrar mi relato en esa historia. Y claro, con M’Rabo gobernando un Imperio Galáctico, el Imperio no tardó en tener estas pintas:

Ésto de galáctico mucho no tiene, que no se ve casi nada de la galaxia.

-Oye, que soy el Emperador de la Galaxia -dijo M’Rabo- Tenéis que obedecerme, ¿eh?

Y, por supuesto, hasta los soldados de asalto se descojonaban. Toda la galaxia sabía ya que el emperador estaba gagá, y mundos tras mundos se habían separado del imperio aprovechando el periodo de indisposición de su cambiante líder; pase que se había arrugado como una pasa horrible por «las heridas horribles infligidas por los malvados jedis» pero lo de que ahora fuera por ahi embardurnado de grasa de motor demandando que lo llamaran M’Rabo Mhulargo y que al Imperio Galáctico lo llamaran «Imperio Mhulargo», perse a que cada vez menguara más, lo único que provocó fue el descojone general y cada vez más secesiones del Imperio Mhucorto, hasta el punto de que para cuando M’Rabo tomó el control del Imperio ya solo contaba con un par de flotas, la de Darth Vader -que todavía estaba muy confuso por lo de su mujer como para desertar ahora- y el otro era un tal Wilhuff Tarkin que tenía más pinta de cazar vampiros que de querer dominar una galaxia, aunque la cara de hijoputa no le faltaba.

Hay un nuevo emperador en el barrio, a ver si hace algo.

Pero, una vez las estupideces de M’Rabo habían mermado al Imperio Galáctico hasta un puñado de mundos, el usurpador accidental decidió que, bueno, si el verano pasado un antepasado suyo había conquistado el atlas y el antiatlas, él podía hacer lo mismo. No sé, ¿cómo de díficil podía ser eso? Simplemente mandas gente a matar gente y conquistan planetas enternos, no parece nada complicado. Además, si había un Imperio Galáctico Wakandiano, ¿por qué no iba a haber uno Mhulargo? Se levantó de su trono, se acercó a un mapa holográfico de la galaxia y señaló al azar su primera conquista.

Alderaan. Un planeta pacífico, apenas posée armas. No debería ser difícil.

Ese Víctor Cifuentes siempre me cayó mal.
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