Entre la segunda guerra mundial y los años 80, existió una década que, a la chita callando, dejó el mundo patas arriba. Fueron los años en los que se le echó a Nixon, del punk, de la primera gran crisis del petróleo, de la música disco y de… Wonder Woman, la serie de televisión.
Fighting for your rights in your satin tights… ¡Antes muerta que sencilla!
Voy a hablar sólo de la serie de televisión que si llegó a hacerse, y no del piloto de los 70 que poco tenía que ver con Wonder Woman o del frustrado intento con Adrianne Palicki. Y es que aunque Wonder Woman no llega a ser todo lo «camp» que era el Batman de Adam West, si que sigue en cierto modo su estela, dando a los productores de la serie una excusa para la falta de medios que necesita un personaje como este. Así, la serie acabará mostrando una versión del personaje totalmente arquetípica y con toques de humor infantiloide. Hay que tener en cuenta que esta serie, en una época en la que no se podía poner a Wonder Woman levantando coches más allá de sus rodillas o haciendo grandes proezas por falta de medios, le plantó cara en pantalla series contemporaneas como Los Ángeles de Charlie tratando de ser más feminista pero enseñando más carne. Contradicciones que se entienden bien al ver Mad Men, que se desarrolla en una época no tan lejana a mediados de los 70…
De las tres temporadas que consta la serie, sólo las dos últimas se situaban en la actualidad, siendo la primera una historia en los orígenes del personaje, con Diana Prince trabajando como secretaria del Mayor Steve Trevor y salvando a los Estados Unidos de América del malvado poder del Eje. Normalmente se suele decir que la primera temporada es mejor que las posteriores, pero tampoco es que haya mucha diferencia: como la mayor parte de la televisión estadounidense de los 70, toda la serie es una catástrofe tras otra.
Lynda Carter venía de ser Miss Mundo, lo tenía todo para ser una gran Wonder Woman. Y es que lo que le faltaba para interpretar a Diana de Themyscira, era precisamente eso, saber interpretar.
Desde la hierática actriz protagonista Lynda Carter hasta su compañero, el chico PlayGirl Lyle Waggoner, tenemos una Diana y un Steve Trevor más sosos que Zapatero y Rajoy en No te rías que es peor. Los dos tienen alma de pinup, sólo saben posar, y es dificil ver a alguien levantar coches con más desgana que esta Wonder Woman; su capacidad de coger cartuchos de dinamita a punto de explotar con el mismo asco que cogería una rata muerta es increible… Valor tenían los productores de la serie porque llegaron a sentar a la pobre Lynda Carter en el aire para que «volara en su jet invisible», pero todo lo demás era totalmente conservador, con unas escenas de acción se basaban en saltos de dos metros y en empujar gente (porque lo que hacía Lynda Carter no era pelear, era empujar gente contra cosas).
Sus actores protagonistas poco o nada harían después del final de la serie, a Lyle Waggoner se le puede ver de madrugada en algún infocomercial y a Lynda Carter… Oh, bueno. Esta casada con el presidente de Zenimax, la dueña de Bethesda. Asi que hace un telefilm por aquí, pone la voz a un bárbaro de Skyrim por allá… Acordaos de eso la próxima vez que penseis que la voz de Gormlaith suena forzada: ¡La enchufó su marido!
Pero en fín, hablábamos de la serie de televisión de Wonder Woman. No, no puedo recomendárosla, ha envejecido bastante mal y sólo la nostalgia es capaz de hacer que algunos sean fans de ella. Durante sus 59 episodios, Wonder Woman nunca acaba de saber a donde va, a ratos pareciéndose más al Batman de Adam West y a ratos queriéndose parecer a Misión Imposible, Starsky & Hatch o a Los Ángeles de Charlie. Es lógico, teniendo en cuenta que sus creadores principales eran uno escritor de ese mismo Batman de los 60 y el otro productor ejecutivo de La Tribu de los Brady, Dinastía o hasta la propia Misión Imposible.
¿Puede haber una pelea más lamentable? ¿Unas patadas más tristes?