En el mundo de la ficción, especialmente en el de la ficción serializada a lo largo de muchísimo tiempo, se suele escuchar eso de que ya está todo inventado, que lo único que se hace es reciclar una y otra vez las mismas ideas. Y aunque ese es un concepto con el que no estoy del todo de acuerdo, ya que considero que sí se pueden contar muchísimas cosas originales, no es menos cierto que ese reciclaje es muy real y que a veces se abusa demasiado del mismo. Y esto es algo de lo que me he acordado con la publicación del primer número de Doctor Strange of Asgard, en el que Stephen Extraño se embarca en una misión tremendamente familiar…
El cómic de superhéroes, con sus personajes que en algunos casos arrastran casi un siglo de historia a sus espaldas a cargo de infinidad de equipos creativos, es muy proclive a contar variaciones de las mismas historias. Pero mientras que algunas son arquetipos básicos que es lógico que se repitan —la pérdida de un ser querido como motivación en el origen de alguien, antagonistas buscando venganza o que se revela que tienen una conexión muy estrecha con el héroe o heroína de turno, personajes caídos en desgracia que deben levantarse de nuevo, etc.—, hay variaciones muy concretas que parecen perseguir a determinados personajes como si estuviesen atrapados en el Día de la Marmota. Así es como la Bruja Escarlata ha sido poseída o manipulada para convertirse en malvada en múltiples ocasiones, tantas como Tony Stark ha perdido su empresa o armaduras, Namor ha visto cómo perdía el trono de Atlantis o veía cómo esta era destruida… Y el Doctor Extraño se ve obligado a reinventarse a sí mismo buscando nuevas fuentes de poder.
Ese es precisamente el punto de partida del cómic que mencionaba antes, Doctor Strange of Asgard, a cargo de Dereck Landy y Carlos Magno, en el que Stephen Extraño, quien tras la traición del Doctor Muerte ha sido desposeído de su cargo de Hechicero Supremo de la Tierra, busca en Asgard nuevas fuentes de poder con las que enfrentarse a Muerte y recuperar su posición. Y el cómic en cuestión, de momento, es bastante entretenido: el punto de partida no es malo, ambos autores están más que correctos y la caracterización de los personajes es bastante sólida. ¿El problema? Que esto ya nos lo han contado demasiadas veces. Y es que este es precisamente el Día de la Marmota para Extraño: verse periódicamente obligado a buscar nuevos poderes, como si no se pudiesen explorar otras opciones con el personaje.
La primera vez que recuerdo que le sucedió algo así fue en los últimos números del segundo volumen de su serie, en 1986, escrita por Peter B. Gillis. En aquella historia, y durante su enfrentamiento con Urthona, quien quería apropiarse de su manto de Hechicero Supremo, Extraño destruyó sus objetos de poder y talismanes para evitar que cayesen en manos de su enemigo. Esto debilitó o anuló los diferentes hechizos protectores que protegían la Tierra de invasiones de diferentes planos de realidad y debilitó muchísimo los poderes de Extraño. Este entonces partió a recorrer el mundo parcheando todas las protecciones que habían caído, teniendo que recurrir a la magia negra en más de una ocasión, lo que corrompió su alma, sus poderes e incluso su apariencia. El resultado de esto fue una etapa muy interesante y recomendable que en aquel momento resultó bastante original al colocar a Extraño en una posición precaria y diferente a lo habitual, que parece que creó escuela.
En 1992, en las páginas de su siguiente serie regular, los servidores de las diferentes entidades místicas del universo fueron llamados a luchar en la Guerra de las Siete Esferas, y Extraño, como servidor del Vishanti, fue uno de los convocados. Pero tras negarse a participar en esa guerra, que debía durar varios miles de años, renunció a los poderes que le otorgaban estos para evadir ese conflicto. Esto acabó provocando que Salomé, una antigua Hechicera Suprema de la Tierra, reclamase para sí de nuevo ese título tras derrotar a Extraño. ¿Y qué hizo este para recuperar su posición? Pues, de nuevo, se embarcó en la misión de reunir nuevos artefactos místicos (con la ayuda de un par de avatares mágicos creados para la ocasión) y aprender a dominar nuevas formas de magia con las que derrotar a Salomé, incluyendo una armadura y espadas de magia elemental que no encajaban mucho con su imagen, pero eran los 90, así que… A diferencia de la anterior, no soy capaz de recomendar esta etapa, ya que, aunque contenía alguna idea interesante, el desarrollo de las mismas por parte del guionista David Quinn no estaba a la altura y llevo mucho tiempo tratando de olvidarme de esos años.
Tras esto, Extraño aceptó ir a la guerra de los Vishanti, pasó cinco mil años allí y, tras la victoria final, fue devuelto a la Tierra tan solo unos meses después de partir. Para entonces, ya estábamos en 1995, la serie estaba en manos de Warren Ellis y este decidió que lo que tocaba era que… ¡el Doctor Extraño buscase una nueva fuente de poder! Sí, otra vez. Así que, en esta ocasión, Extraño puso en práctica el canalizar el poder de la coincidencia, el de la Magia Catastrófica, lo que por supuesto incluyó un nuevo cambio de vestuario y elementos tan peculiares como un nuevo Sancta Sanctorum hecho de carne. De esta etapa solo puedo decir que la recomiendo aún menos que la anterior: contiene todo lo peor de aquella década, con un Ellis que parecía que solo buscaba provocar, y el paso del tiempo no ha sido nada bueno con ella, así que mejor no removerla más.
Tras Ellis, J.M. DeMatteis se hizo cargo de la serie para tratar de relanzarla, y aunque el cambio fue más que notable, no fue lo suficiente para salvarla, por lo que fue cancelada en su número 90 en 1996. Tras esto, el personaje sufrió un largo periodo de sequía, pasando casi veinte años sin serie propia, protagonizando solo series limitadas y convirtiéndose en un personaje recurrente en otros títulos. Un periodo en el que hubo algunas historias sobresalientes, como la miniserie de Los Defensores de J.M. DeMatteis, Keith Giffen y Kevin Maguire, y The Oath, de Brian K. Vaughan y Marcos Martín.
En ese periodo, durante la etapa de Los Vengadores escrita por Brian Bendis, Extraño recurrió en unas cuantas ocasiones a la magia negra, lo que lo llevó a renunciar al manto de Hechicero Supremo (que acabó en manos de Jericho Drumm) al no considerarse digno de este título, y, de nuevo, pasó por un cambio de vestuario. Aquí, al menos, no se dedicó a viajar por ahí buscando nuevas fuentes de poder, pero el resto de elementos recurrentes estaban presentes. Al menos estas historias, aunque la etapa de Bendis fue algo irregular, se dejaban leer.
Para 2015, el Doctor Extraño recuperó su título regular, a cargo en esta ocasión de Jason Aaron y Chris Bachalo. ¿Y cómo decidieron plantear su etapa? Pues enfrentando a Extraño y al resto de héroes místicos al Empirikull, una amenaza que destruía la magia por todo el universo, lo que lo obligó OTRA VEZ a recorrer el mundo acumulando los cada vez más escasos objetos de poder y hechizos funcionales para hacer frente a este nuevo enemigo. Y como manda la ocasión, esto vino acompañado de un nuevo cambio de vestuario y el añadido de complementos como hachas y espadas mágicas, porque eso es algo que le pega mucho al personaje… Esta etapa fue bastante irregular y decayó bastante a medida que avanzaba, introduciendo además algunas ideas nuevas en el personaje que no me acabaron de convencer, pero al menos, por disfrutar del trabajo de Bachalo, vale la pena echarle un vistazo.
Jason Aaron dio paso a Donny Cates (una etapa corta pero muy recomendable), las cosas en el mundo de la magia volvieron a una relativa normalidad y, para 2019, la serie del Doctor Extraño se relanzó con un nuevo número uno a cargo de Mark Waid y Jesús Saiz. Y la forma que tuvieron de plantear su etapa seguro que no sorprenderá a nadie… Extraño había perdido su conexión con la magia de la Tierra y, como lo de dar vueltas por el mundo ya estaba muy visto, le pidió a Tony Stark una nave espacial con la que recorrer el universo buscando OTRA VEZ nuevas fuentes de poder místico. Como marca la tradición, esto implicó el enésimo cambio de vestuario, en esta ocasión una especie de armadura que forjó con la ayuda de un enano de Nidavellir, quien le enseñó a construir sus propios objetos de poder para no tener que ir por ahí buscando nuevos a cada rato. La etapa estuvo entretenida, no es de lo mejor que se ha hecho con el personaje, pero, tras cómo se desarrolló la de Aaron, yo la recibí muy agradecido, pese a que volviera a caer en el mismo esquema de siempre.
Tras esto, el personaje cayó en manos de Jed MacKay, quien durante su etapa, contando tanto las aventuras del Doctor Extraño como las de su esposa Clea, demostró todo lo que aún se puede hacer con el personaje. Planteó ideas de lo más originales, recuperó cabos sueltos de décadas pasadas para hacer cosas nuevas con ellos y no recurrió en ningún momento a un nuevo peregrinaje místico en busca de nuevas fuentes de poder y vestuario, lo que es de agradecer.
Pero su etapa terminó (espero que solo temporalmente) y, de nuevo, nos encontramos con un Doctor Extraño metido en ese bucle del que parece que cuesta sacarlo. Así que, aparte de desear que esta reciente miniserie, pese a todo, valga la pena, deseo también que los editores de Marvel dejen de dar luz verde a proyectos repetitivos como estos, porque no necesitamos docenas de versiones de las mismas historias.