Al escribir la semana pasada sobre ese pequeño y entrañable encuentro entre los Vengadores y la Patrulla-X, no pude evitar recordar cuando ese tipo de cosas eran lo común en los cómics de Marvel y no algo excepcional que veíamos con cuentagotas. Porque con el paso de los años, aquel universo de ficción, cada vez más grande, en el que de verdad teníamos la sensación de que todos estos personajes vivían juntos en el mismo mundo, se fue reduciendo a un puñado de pequeñas parcelas de las que, en contadas ocasiones, sus habitantes podían escapar de forma puntual. Y aunque, por suerte, esta es una tendencia que ha ido desapareciendo en los últimos tiempos, no está de más repasar lo que esto supuso para unos personajes que durante un tiempo acabaron siendo casi unos extraños entre sí.
Tampoco es que quiera que esto se convierta en uno de esos artículos de pollaviejas de “lo de antes era todo mejor”, porque ni es cierto ni es mi intención. Antes se hacían cómics malos, regulares y excepcionales, igual que ahora, y encima hoy en día tenemos la suerte de vivir en una época en la que la diversidad y amplitud de la oferta en el mundo del cómic es mayor que nunca (siempre que se sea capaz de salir del pozo de leer solo una editorial o género). Pero también es cierto que, con el paso del tiempo, editoriales y autores, por diferentes motivos, han ido dejando de lado una serie de fórmulas y recursos que, en su momento, fueron fundamentales para el cómic de superhéroes.
En ese saco podríamos meter desde el uso de onomatopeyas, a los bocadillos de pensamiento, las identidades secretas y las correspondientes vidas y amistades civiles de los superhéroes, y, por supuesto, la interacción entre personajes “pertenecientes” a distintos rincones de estos mundos de ficción. En algunos casos, esto se ha debido a un malentendido afán de madurez, por considerar que se trataba de elementos pasados de moda o, como en el caso que hoy nos ocupa, por algo que podríamos llamar territorialidad. Porque, al menos en el caso de Marvel, que es el caso del que quiero ocuparme, cuando dividieron a los personajes en “familias”, cada una de ellas con un editor jefe al mando, ese universo se volvió un poco más pequeño.
Y lo triste y absurdo de todo ello es que, precisamente, esas interacciones fueron, durante muchísimo tiempo, una pieza fundamental de lo que hizo grandes a esos cómics. Ya en los primerísimos tiempos de la era moderna de Marvel, Spiderman podía dejarse caer por la serie de los 4 Fantásticos a pedir trabajo, recibir a su vez en la suya la visita del Doctor Muerte o formar equipo con el Doctor Extraño. Algo que, con el tiempo, no hizo más que normalizarse cada vez más. Así veíamos que, para salvar el alma de Rondador Nocturno, la Patrulla-X pedía ayuda al propio Extraño; se nos contaba que Nick Furia había conocido a Reed Richards durante la guerra y luego se reencontraban en el presente; enemigos y miembros de la Patrulla podían acabar uniéndose a los Vengadores o encontrarnos con que el Capitán América recibía una visita del futuro por parte de Deathlok. Algo que llegaba a tales extremos que, incluso en series tan alejadas de la corriente principal de la editorial como La Tumba de Drácula, podíamos encontrar a este enfrentado nada más y nada menos que a Estela Plateada.
Y en la inmensa mayoría de los casos no se trataba de ninguna clase de evento, ni crossover o ni siquiera una de esas cabeceras concebidas para dicho fin, como Marvel Team-Up o Marvel Two-In-One. Se trataba simplemente de historias unitarias, en muchos casos un número suelto de una serie regular. Y aunque en algunos casos esto, sin duda, se utilizaba tanto para llamar la atención de los lectores hacia alguna serie con ventas algo más bajas o para continuar la trama de algún personaje que se había quedado sin serie, como cuando las aventuras de Nova continuaron en los 4F y en ROM, todo esto tenía, además, otro efecto en el público.
Con estos personajes saltando de serie en serie, encontrándose con otros con quienes no tenían nada que ver, se reforzaba a la perfección la sensación de que todos vivían en el mismo mundo y, además, la mayor parte en la misma ciudad. Algo que, a veces, ni siquiera requería de una aparición como tal y bastaban cosas como que, en muchos cómics de la casa, se pusiese a nevar de forma repentina solo porque, en la serie de Thor, se había abierto el Cofre de los Inviernos Eternos.
Pero, como señalaba antes, durante la década de los noventa, probablemente debido a que la expansión desbocada de títulos (había que alimentar a la especulación) provocó que aquello se volviese inmanejable, el Universo Marvel se dividió en pequeños subgrupos o familias. Así teníamos, entre otras, a las series de mutantes por un lado, las relacionadas con los Vengadores por otro, así como las de Spiderman y compañía, los personajes sobrenaturales bajo el paraguas de Hijos de la Medianoche y los de más allá de las fronteras terrestres dentro de Poderes Cósmicos. Y aunque aquello no supuso un aislamiento instantáneo de cada subgrupo de personajes, sí fue el principio de una sequía importante, casi absoluta, de aquellos cameos que tanto nos habían hecho disfrutar en el pasado.
Durante una larga temporada, parecía que los personajes de las diferentes familias de Marvel solo se podían cruzar en los grandes eventos, en cosas como el Guantelete del Infinito y secuelas, Lazos de Sangre o demás crossovers, mientras que el resto de personajes, salvo excepciones como Lobezno y unos pocos más, se quedaban “atrapados” en sus pequeños rincones la mayor parte del tiempo. Algo que, con el paso de los años, poco menos que derivó en que pareciese que cada uno de esos subgrupos vivía en un mundo paralelo separado del resto, en los que daba igual la importancia de lo que sucediese en esas series, su repercusión en el resto del Universo Marvel era nula. Algo que acabó frustrándome cada vez más, especialmente cuando leía historias que pedían a gritos la aparición de algún personaje concreto de fuera de esa burbuja y simplemente parecía que no existía.
Por suerte, ese aislacionismo absurdo fue desapareciendo poco a poco, quedaron atrás las fronteras ridículas y, de nuevo, volvimos a tener un Universo Marvel relativamente cohesionado, o al menos uno en el que de verdad da la impresión de que viven todos en el mismo lugar. Series como los distintos volúmenes de Uncanny Avengers, donde miembros de los Vengadores y de la Patrulla-X formaban equipo, son un gran ejemplo de cómo hace ya un tiempo que se comenzó a recuperar esa unidad. Y aunque ha sido un proceso algo lento en ocasiones, yo al menos por fin he recuperado aquellas sensaciones de antaño. Y es que, aunque pueda sonar algo ridículo, cosas como que el Doctor Extraño le pida ayuda a Jean Grey para lidiar con Dormmamu, que la Bruja Escarlata le eche una mano a Daredevil con una amenaza sobrenatural, que los Vengadores tuviesen su papel en el contraataque de los mutantes contra Orchis o este reciente encuentro informal entre ambos grupos del que hablaba la semana pasada, consiguen que, hasta cierto punto, vuelva a sentirme como un niño.
Por eso, espero que no se vuelvan a cometer aquellos errores del pasado y, del mismo modo que ya hay guionistas que han recuperado los bocadillos de pensamiento, aunque sea camuflándolos como textos de apoyo, las editoriales superheroicas no olviden que una de sus fortalezas son esos mundos enormes en los que es posible cualquier cruce por insólito que este resulte, y que, en ocasiones, cuando más extraños sean estos, más emocionante o divertida puede ser la historia. Que yo, personalmente, no me quejaría si un día Bats y Pizza Dog forman equipo para resolver algún misterio o si el Capitán América y Magneto acaban colaborando para pegarse con algún nazi.