Hace un par de semanas llegó a Netflix Dead Boy Detectives, la adaptación a imagen real de los personajes de Vértigo y spin-off oficial de la adaptación de Sandman. Una serie que combina el humor, la aventura y el terror sobrenatural y que, pese a estar claramente enfocada a un público juvenil, he podido comprobar que se puede disfrutar de ella a cualquier edad. Así que sin más rodeos vamos a adentrarnos en este mundo de fantasmas, detectives, brujas, demonios y demás fauna para ver qué nos ha ofrecido esta nueva incursión del cómic en la televisión.
La muerte no fue el final para Edwin Payne y Charles Rowland, especialmente porque siguen huyendo de ella para que no les atrape. Algo que compaginan con la agencia de investigación que han creado, la Dead Boy Detective Agency, a través de la cual ayudan a otros fantasmas como ellos a resolver los problemas que han dejado pendientes tras sus muertes. Pero sus no-vidas se complican cuando tras rescatar a una joven de una posesión demoníaca que no recuerda nada de su vida esta les acompaña a un caso que les lleva hasta el otro lado del charco, a un pueblecito pesquero en Estados Unidos, y allí descubren que hay amenazas ante las cuales ni un fantasma está a salvo.
Los Dead Boy Detectives han tenido una larga, aunque intermitente, existencia desde que Neil Gaiman, Matt Wagner y Malcolm Jones III les crearan en las páginas de Sandman en su número 25 allá por el lejano 1991. Desde entonces han protagonizado un pequeño puñado de miniseries y especiales y han aparecido de vez en cuando en distintas series del sub-universo de Sandman, siendo una presencia entrañable aunque poco frecuente y a menudo en manos de autores de renombre como Ed Brubaker, Bryan Talbot, Jill Thompson, Mark Buckingham o Gary Erskine entre otros. Y ahora han dado el salto a la televisión aunque este ha sido un tanto enrevesado.
Originalmente estos iban a protagonizar una serie en HBO Max, y para ello aparecieron en 2021 en un episodio de la serie de la Doom Patrol, en uno de esos pilotos encubiertos que antes eran más habituales, y en donde Sebastian Croft interpretaba a Charles, Ty Tennant a Edwin y Madalyn Horcher a Crystal Palace. Pero con todo el movimiento que ha habido en Warner en los últimos años provocaron que aunque los planes de hacer una serie con ellos siguieron adelante, esta pasó a Netflix, se cambió (casi) por completo el reparto y dejó de ser un spin-off de la Doom Patrol para serlo mucho más apropiadamente de Sandman. Y esta es la serie que finalmente ha llegado a nosotros, una de la que sin querer desmerecer al reparto anterior, el nuevo me ha gustado muchísimo más.
Ahora Charles es Jayden Revri, Edwin es George Rexstrew, Crystal es Kassius Nelson y tenemos a la genial Ruth Connell repitiendo su papel de Night Nurse, que ya interpretó en la Doom Patrol, aunque en un registro muy diferente. Un reparto que ya en su primer episodio me ganó por completo ya que pese a las obvias diferencias entre los protagonistas y sus contrapartidas del cómic, donde los críos apenas tienen trece años mientras que aquí nos encontramos con veinteañeros metidos en la piel de adolescentes de unos dieciséis años, la dinámica y personalidades de los personajes se han mantenido intactas aunque con alguna actualización que otra. Edwin sigue siendo una suerte de empollón estirado lastrado por su educación de principios del siglo veinte, Charles un rebelde algo macarra de los ochenta y Crystal, una incorporación más reciente a sus historias (creada en 2014 por Toby Litt y Mark Buckingham) la médium a la que los chicos salvan y acaba acompañándoles en sus aventuras como único miembro viviente de la agencia.
En esta serie de ocho episodios, que acaban haciéndose muy pocos, han utilizado una fórmula que por suerte se está empezando a recuperar últimamente, la de que cada episodio sea un episodio de verdad, una pequeña historia autoconclusiva, aunque con una trama a largo plazo de fondo, en lugar de una película larga cortada a cachos. De esta forma cada episodio ha sido un caso diferente que ha llevado a los detectives a explorar la pequeña ciudad de Port Townsend, que bajo su idílica apariencia oculta una actividad sobrenatural tan extensa como peligrosa y en donde fantasmas, demonios, brujas, el rey de los gatos y dioses primigenios campan a sus anchas.
Y aunque como decía al comienzo está claro que el público objetivo de esta serie tira más hacia lo “joven adulto”, que lo llaman ahora, los temas que trata y cómo los trata, ese tono de aventura detectivesca clásica muy británico y su gran reparto, hacen de ella algo muy recomendable para todos los públicos. Un reparto que para mí sin duda ha sido lo mejor de la serie, pese a que cuando se anunció no me convencían demasiado por lo poco que se parecían físicamente a los personajes del cómic, unas reticencias que se esfumaron por completo en los primeros minutos del primer episodio tras ver cómo funcionaban en pantalla.
Jayden Revri resulta más carismático y encantador que el Charles del cómic, y consigue transmitir a la perfección no solo esas facetas de su personaje, sino cómo las utiliza para ocultar unos traumas que arrastra desde mucho antes de su muerte y cómo trata de lidiar con su pasado con la ayuda de sus amigos. Pero la mayor sorpresa ha sido George Rexstrew, para quien esta serie ha sido prácticamente su debut profesional ante las cámaras (si descontamos haber aparecido en un cortometraje) pero nadie lo diría viendo su actuación.
Rexstrew está sobresaliente en su papel, como consigue mostrar la vulnerabilidad de su personaje a través de la fachada que este lleva toda su vida y su no-vida mostrando al mundo, ocultando un secreto que no se había atrevido ni a reconocer ante sí mismo pero que gracias a sus nuevas amistades, la visión más moderna del mundo de estas y sí, gracias en parte también al BL, Edwin es capaz de acabar aceptando su homosexualidad. Un aspecto del personaje que ha servido al actor para protagonizar algunos de los momentos más emotivos y entrañables de la serie, así como algún que otro más agridulce, demostrando un enorme talento que sin duda hará que oigamos hablar mucho de él en el futuro.
Este es un elemento que aunque no ha sido una invención de la serie, tampoco es precisamente algo que haya salido de los cómics. Si la memoria no me falla, que podría ser el caso, creo que la sexualidad de Edwin jamás se había aludido en los cómics, pero cuando los personajes aparecieron en la serie de la Doom Patrol allí contaron que este llevaba tiempo enamorado de su mejor amigo Charles pero que no se atrevía a contárselo. Un par de años más tarde este elemento se introdujo en los cómics, más concretamente en el último número de The Sandman Universe: Dead Boy Detectives aunque de una forma bastante sutil, y ahora finalmente, en esta curiosa retroalimentación entre cómics y televisión, por fin se ha hecho directamente explícito.
Pero dejando a un lado a sus protagonistas, el resto del reparto no se queda atrás. Kassius Nelson interpreta a una versión bastante diferente de la Crystal que habíamos visto en el cómic o en la serie de la Doom Patrol, pero en muchos aspectos más interesante, especialmente por cómo lidia con la pérdida de su memoria y lo que representa para ella el enfrentarse a su pasado (un tema recurrente en esta serie). Creada para la ocasión nos encontramos con Niko (Yuyu Kitamura) la mas reciente incorporacion a la agencia tras haber sido su primera clienta en Estados Unidos, una Otaku empeñada en ayudar a todo el mundo que acaba siendo entrañable. También ha sido todo un placer reencontrarme con Ruth Connell aquí, quien convirtió a su personaje de Rowena en Supernatural en uno de mis favoritos de la serie y que aquí sigue demostrando lo bien que se le dan estos personajes siniestros y divertidos con un punto de ternura.
Y como no, no podemos olvidar el par de cameos que confirman en dónde se desarrolla esta serie, con Kirby Howell-Baptiste volviendo a meterse en la piel de la Muerte de la que Charles y Edwin llevan décadas huyendo, aunque es una pena que su cameo sea tan corto, y Donna Preston como Desesperación en una escena particularmente siniestra. Aunque también se deja caer por la serie cierto personaje pintoresco y misterioso del que cada vez sospecho más que pueda ser cierto hermano perdido de los Eternos y a quien no me sorprendería ver reaparecer en la serie de Sandman.
Mención aparte merece Jenn Lyon en su papel de Esther Finch, una bruja inmortal que lleva siglos escondiéndose entre los mortales, parasitando a estos y que ha terminado siendo una de las villanas más odiosas que me he encontrado en mucho tiempo. Esther es en muchos aspectos la personificación viviente del egoísmo, una persona cruel y despiadada carente por completo de empatía y a la que no le importa por encima de quien tenga que pasar o qué atrocidades deba cometer para conseguir sus objetivos. Un papel en el que Lyon está sencillamente perfecta, consiguiendo que su personaje resulte completamente odioso pero sin llegar a convertirse en una caricatura, resultando especialmente aterrador no por su naturaleza mágica o sus orígenes, sino por lo tremendamente familiar que resulta en demasiadas ocasiones, al mostrar rasgos que en mayor o menor medida todos nos hemos encontrado en alguna ocasión.
A este gran reparto y trabajo de caracterización, hay que sumar el gran trabajo técnico detrás de las cámaras, con un nivel de producción bastante notable y unos efectos especiales tan sobresalientes como terroríficos para ser una serie de televisión. Pero tratándose de una serie de Netflix ahora toca cruzar mucho los dedos para que no la cancelen, que ya sabemos lo poco que les tiembla el pulso para estas cosas. De momento los datos de audiencia que se conocen no son malos, aunque tampoco espectaculares, así que tocará esperar un poco para ver si consideran que les resulta rentable continuarla (y si quieren tener a Gaiman contento). Algo que espero fervientemente que sea así, ya que necesito al menos un par de temporadas más de las aventuras de esta peculiar agencia de detectives, y no me cabe duda de que quienes le den una oportunidad a esta serie acabarán deseando lo mismo.