En estos tiempos recientes en los que M’Rabo parece haber descubierto la religión verdadera de los phasers y las teleportaciones a cargo de un señor irlandés (o escocés, lo que sea la gente esa del espacio) casi que dan ganas de recuperar aquellas entrañables discusiones absurdas entre La Conquista del Espacio y La Guerra de las Galaxias o, dicho de forma menos decrépita e internacional, Star Trek y Star Wars.
Que no vamos a caer en el tremebundo error de discutir si la Cosa es más fuerte que la Masa, porque quieras que no es lo que le apetezca al escritor de turno y la Estrella de la Muerte se mea en cualquier cubo Borg (hehehe) pero lo que nos interesa es qué es lo que hace funcionar a ambas, la razón por la que el personal tiende a hacer una separación tan grande entre dos supuestas sagas de género que desde su origen tan parecidas eran. Porque no nos engañamos, a la hora de la verdad la mayor diferencia entre ambas estriba en el hecho de que en una hay uniformes y en la otra… No tanto. Porque quieras que no, Han Solo acaba siendo general, pero nunca lo vemos con los galones puestos. Lo más parecido que tiene es una medalla olímpica enorme, pero esa casi parece que en cualquier momento la va a desenvolver y comérsela porque es de chocolate (que lo mismo lo era, que dentro de lo que cabe aquella película tenía un presupuesto la mar de ajustado). De la misma manera, en el otro frente tenemos al temperamentalísimo James Tiberius Kirk, un tipo que iba de civilizado pero que a la hora de la verdad aprovechaba la mínima oportunidad para darse de palos con quien fuera.
Que sí, que tenemos la aproximación realmente reflexiva y diplomática del Picard de las primeras temporadas de La Nueva Generación, ése que M’Rabo está disfrutando tanto porque en veinte episodio no pega un solo tiro… Pero claro, en cuanto Gene Rodenberry (creador original de la serie y un tipo realmente empeñado en mostrar futuros utópicos) levantó el pie del pedal y sus subordinados tomaron el control, enseguida corrieron a meter rayos láser por todos lados y explosiones y palos en los pasillos. Porque la falta de violencia no era tanto una cuestión de presupuesto como una declaración de intenciones de que dentro de la nave no iba a haber conflictos porque «todos eran civilizados» y fuera de ella todo se resolvía pacíficamente porque eso es lo que hace la gente que maneja la diplomacia del futuro y todo eso. Un tostonazo, oye, pero supongo que es precisamente lo que creó la gran brecha entre ambas series.
Porque a partir de ahí cada vez que alguien quería criticar una nueva versión (ya sea la de Abrams o series supuestamente canónicas como Enterprise o Discovery) enseguida la criticaba por tener demasiada violencia, demasiada acción y querer parecerse a la saga de George Lucas. Comparación que a ratos era justa, pero que en otros manifestaba un tremendo desconocimiento de la serie original, en la que las tortas estaban a la orden del día y precisamente una de las cosas que hacía destacar a personajes como el vulcaniano señor Spock era el hecho de que se mantenía frío y lógico todo el santo día, recurriendo a la violencia en muchas menos ocasiones que sus compañeros y de forma bastante más exótica. Y bueno, sí, está el feo asunto de las chaquetas.
Porque cada vez que alguien se sale del pijama de la Federación, el personal vuelve a torcer el morro. Es un caso claro de juzgar el contenido por el continente, porque como decía más arriba Han Solo no lleva uniforme si no chaquetas (y chalecos) pero es legítimo que la gente del futuro tenga ropa normal. Que no nos engañemos, Kirk roba la Enterprise en ropa de calle y, aunque sea una de las películas impares, tampoco se la detesta tanto. Y esto también tiene una contrapartida clara en la saga de las galaxias cuando la gente rechaza los uniformes de Star Trek por considerarlos «militaristas» o algo parecido. Es una percepción en muchos casos basada en el prejuicio (más militarista es Stargate y se pasan todo el rato vacilándole a los militares) pero en el fondo es lógica si tenemos en cuenta que en el cuerpo central de la historia de George Lucas está la rebelión contra un imperialismo desquiciado (basado a su vez en la guerra de Vietnam, negado durante décadas pero reconocido por él mismo durante los últimos años). Porque la realidad es esa, mientras en Star Trek la gente va en enormes naves más parecidas a un buque de guerra gigantesco, en Star Wars los protagonistas van en lanchas motoras escapando, literalmente, de destructores; la asociación de una y otra se hace hasta subconscientemente, no es algo forzado en lo más mínimo.
Lo triste de todo esto es que las inspiraciones de ambas son comunes, y que si Flash Gordon, Planeta Prohibido y otros héroes pulp eran la gran inspiración de Rodenberry, también lo eran de George Lucas. Ambos querían hacer una versión «menos barata» de esas historias y hasta dignificarlas, pero tomaron dos caminos distintos ya fuera forzados por las circunstancias (la teleportación de Star Trek fue una solución de compromiso, no había presupuesto para hacer naves que aterrizaran en los planetas) o porque hicieron que su fortaleza principal residiera en bombardear al espectador con mundos de ficción soñados por Ralph McQuarrie.
Al final lo que nos queda es el enfrentamiento entre el modelo aventurero de Edgar Rice Burroghs (el aventurero que le da igual Tarzán que John Carter) y el de conversaciones de salón de Isaac Asimov, que quieras que no era a lo que aspiraba Rodenberry aunque Asimov se pasara todo el santo día diciendo que Lucas era el que le había plagiado a él por la tontería del «imperio romano galáctico». Aun así, cuando leemos episodios como la intervención de El Mulo en Fundación e Imperio no dejamos de ver que en la combinación de ambos estilos está la gracia, y que al igual que el éxito de Star Wars en el 77 tuvo como consecuencia directa el que la película de Star Trek saliera del limbo creativo en una velocidad record, series como Andor se han beneficiado (en parte y de forma un tanto forzada, lo reconozco) de esa ciencia ficción más cerebral basada más en lo que está en la cabeza de los personajes y lo que los mueve que en trompazos galácticos.
En cualquier caso, si ambas series son enfrentadas y comparadas constantemente no es por sus parecidos o diferencias, si no porque no dejan de ser las dos puntas de lanza que consiguieron que la ciencia ficción saliera del nicho y se convirtiera en pilares fundamentales del cine y la televisión. El sambenito de producciones de «serie b» había plagado todas las adaptaciones del género y deformado la imagen pública del mismo, al haber hecho pensar a buena parte de los espectadores que el valor de Twilight Zone iba más por el terror que por la ficción científica de Campbell. Star Wars dignificó las aventuras espaciales del pulp, mientras que Star Trek creó una visión utópica del futuro en plena guerra fría y con la carrera espacial de fondo. Las dos estuvieron en el lugar adecuado y en el momento justo, y aunque la importancia de cierta odisea de Kubrick sea mucho más importante de lo que a algunos les gustaría reconocer, lo que no se puede negar es que tanto Wars como Trek mantuvieron la pervivencia del género durante décadas.