A veces en el mundo pasan cosas raras, rarísimas. Que a alguien pobre le toque la lotería (y alguien no lo desvalije a la primera oportunidad). Que un equipo que no sea de Barcelona o Madrid gane la liga. Que Marvel o DC publiquen un crossover que no decepcione… Pasan cosas, golpes de suerte tremendos. Mutaciones de la realidad, te lo digo yo, y por eso, una vez, se publicó en Solo Avengers una historia que no solo era buena, era buenísima y probablemente sea la mejor de Hulka en todos sus años de existencia. Pero bueno, lo que para Solo Avengers podía ser suerte, otros lo llamamos Chris Claremont y Alan Davis…
A mediados de 1988 ya había quedado claro que Solo Avengers era un experimento fallido. La serie, editada por Mark Gruenwald y su asistente Gregory Wright, había recibido la luz verde tras el ascenso a las alturas como Editor en Jefe de Tom DeFalco, y suponía un contenedor curioso en el que la primera parte siempre era una historia de Ojo de Halcón y la segunda otra de otro vengador sin serie propia -vamos, uno que no fuera el Capi, Thor o Iron Man- en clara referencia a los Journey into Mystery, Tales of Suspense o Stange Tales de los buenos viejos tiempos de Stan Lee y Jack Kirby allá en los 60. Sin embargo, el mercado de finales de los 80 ya no era lo mismo, y aunque por la época DeFalco era considerado como un guionista competente por él mismo y parte del Bullpen, su trabajo como guionista principal de Ojo de Halcón no consiguió picar el interés de los lectores y el perder tan pronto a Roger Stern como guionista de los «complementos», provocó que la serie fuera «otra defalcada» con un relleno aleatorio de una calidad tremendamente variable y aleatoria, mezclando de forma aparentemente arbitraria autores consagrados con perfectos novatos como Amanda Conner que acabarían consiguiendo su primera oportunidad en dicha serie. Y en ese contexto llega el número 14 que deja claro que el problema de que la serie no vendiera no venía tanto del formato como la calidad del producto. Sí, estoy hablando de la susodicha historia de Chris Claremont y Alan Davis sobre Hulka.
Pongámonos en situación porque esto tiene tela; en septiembre de 1988 Claremont y Davis estaban publicando un crossover de Inferno en Excalibur, a McFarlane ya no le queda mucho más en Amazing Spider-Man -luego ya le darían su serie propia para estar a sus anchas- y, aunque John Byrne ya había hecho su novela gráfica de Hulka, lo cierto es que el canadiense todavía tardaría unos cuatro meses en sacar su serie del personaje. Sin embargo, para entonces y de cara al público el personaje ya se consideraba una creación de Byrne, hasta el punto de que muchos lectores hasta consideraban que la etapa de Kraft en Savage She-Hulk habían sido treinta números de una Hulka tontaina al más puro estilo de su primo, justo precisamente lo que el propio Kraft había intentado evitar durante su etapa. Así, a Byrne se le atribuían méritos de Kraft y Stern, con lo que cuando unos quince años después Dan Slott se puso al cargo del personaje, muchos lectores se limitaron a comparar su etapa con la de Byrne y a rechazarla de plano porque «no era lo mismo». Talibanes hay en todos lados y distinto pelaje, pero si en algo coinciden todos los fanáticos es en su estupidez y en sí, en estar equivocados. Porque el germen de la etapa de Slott no estaba tanto en Byrne -que algo sí, ojo- ni Byrne inventó el concepto de Hulka como comedia -que no, que no- ni ninguno de ellos ha realizado el mejor cómic de Hulka de la historia.
Antes que nada me gustaría que todos leyerais el cómic antes de seguir, porque quieras que no aquí contado es arruinaros un tebeo estupendo. Dicho lo cual, y una vez ya estáis avisados… «Court Costs!» -que se traduciría algo así como «¡Costes judiciales!»- es una historia de Hulka defendiendo un caso en el Tribunal Supremo de EEUU, uno tremendamente significativo porque nada más y nada menos porque ponía en duda la constitucionalidad de la Ley de Registro Mutante. Es, hablando en plata, una señora verde de más de dos metros defendiendo el derecho de la gente a nacer diferente sin que se le fiche y se le considere criminal por el simple hecho de existir; en este caso Jennifer Walters está defendiendo el caso de una tal Theresa Handel, una mutante que se negó a registrarse. Sin embargo y según empieza la vista ante el tribunal, el ujier McVicker informa a la a abogada de que ha surgido una emergencia superheroica que requiere de su presencia inmediata, por lo que se produce un receso para que Hulka le pegue una paliza a Titania… Y se sigue la vista. Y entonces Titania vuelve, y se vuelve a parar la vista, y se reanuda, pero Jen pierde el hilo y cuando consigue retomarlo McViker le vuelve a avisar de que Titania ha vuelto otra vez porque no hay manera de pararla quieta… Hasta que por fin el tribunal parar por hoy y retrasan la vista hasta el siguiente semestre, con lo que Hulka sale de allí más cabreada que su primo y le pega a Titania la paliza de su vida.
Visto así, es una historia la mar de simple, y seguramente lo sea. Pero una gran historia no tiene por qué ser complicada, y en una historia corta de estas características Claremont y Davis se limitan a pasarlo bien, sí, pero a la vez construyen el mejor retrato posible de Jennifer Walters. Jen ha dejado de ser abogada para centrarse en ser una superheroína, ha abandonado aquella parte de su vida hasta tal punto que, tras su novela gráfica a cargo de Byrne, le resulta imposible volver a su forma de «abogada», de Jennifer Walters. Y de repente le sale un caso que le llega a la patata, que la planta ante el Tribunal Supremo hablando sobre derechos civiles a pesar de que ella siempre fue abogada criminalista, pero el hecho de que sea una vengadora y tenga la piel verde hace que sea la abogada más adecuada para esa representación. Jen está nerviosa y aterrorizada, y solo eso ya te lo muestran en la primera página del cómic; porque al ser Hulka está soportando las miradas de todos, se la está jugando no solo ella si no también su cliente y todos los que son como ella, y no se cree a la altura. Y sí, pierde.
Porque Theresa Handel y todos los mutantes van a seguir siendo detenidos, y todo por una niñata acomplejada llamada Titania que necesita llamar la atención de Hulka constantemente. Porque, y esa es otra, Titania sabe que Hulka es todo lo que siempre soñó ser; es más fuerte que ella. Está más segura, no tiene aracnofobias y maldita sea, siempre gana. Es una de los buenos y es admirada, es una hulk y aun así la gente no la odia ni sale aterrada en dirección contraria. Titania no para de decir que la derrotó en Secret Wars, pero a la vez sabe de sobra que eso es falso, que aquello no fue precisamente un enfrentamiento justo si no más bien un linchamiento, y ahora necesita demostrar que aquello es verdad, que la única victoria de su vida era merecida, que es real. Que no sigue siendo una perdedora a pesar de que le tocara la lotería de los superpoderes.
Y lo peor es que, a pesar de Hulka pierde, Titania también lo hace. Porque no consigue lo que quería, no consigue ni derrotar a Hulka ni ser como ella, ni siquiera consigue -ojo- hacerse amiga suya. Porque «jugar» con ella es divertido, y una mente infantiloide como la de Titania, plagada de filias y fobias, es completamente incapaz de relacionarse con nadie si no es a través de los sistemas que aprendió en el parvulario, el meterte con los demás, el competir con los demás. Cuando Hulka pierde los papeles y le mete la ya mencionada paliza de su vida, Titania está aterrorizada. Hulka ha mantenido la cabeza en su sitio y no la ha matado, no, pero ella está aterrorizada. El personaje está roto, y en la mirada que le echa a Hulka mientras es detenida no hay tanto terror -que por supuesto que lo hay- como remordimiento. Porque ella no quería joderle a su amiga, quería jugar. Quería llamar su atención. Y le ha hecho daño, y eso lo nota y le duele. Titania empatizando con Hulka, en una comedia, en un cómic «de risas». Para que luego la gente se queje de la comedia, para que digan que no vale para nada.
Treinta años después no he vuelto a ver un solo cómic de Hulka tan bueno como este, que entiendo que el listón estaba inconmensurablemente alto, pero si alguien os habla de que la serie de televisión se basa únicamente en Slott, Soule o Byrne, recordad que el retrato original de Jennifer Walters como abogada aterrorizada por la responsabilidad en un mundo que la prefiere verde y rompiendo cosas lo hicieron Chris Claremont y Alan Davis en un tebeazo que ojalá hubiera sido una serie regular.