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La cena de los idiotas: Vacaciones en Canarias (II)

Arrancamos hoy la odisea medieval que preparamos la semana pasada con la llegada de M’Rabo Mhulargo al frente de las Islas Canarias, unas islas que ni le merecen ni lo aprecian, con lo que son las ideales para proclamar como líder a un tipo que ni es persona ni se comporta como tal.

M’Rabo, sin heredero ni vergüenza.

Lo primero que se encontró M’Rabo al llegar al trono a la tierna edad de 20 años (porque, aunque parezca increíble, hubo un tiempo en el que tuvo veinte años, pero hace cosa 1200 años) es que no tenía descendencia. Ni esposa, ni ambiciones, ni soldados, ni absolutamente nadie. Por no tener no tiene ni padres, ni madres, ni abuelos, su árbol genealógico es el de una criatura nacida de la mutación de un montón de desechos del vertedero. Una criatura que nació del estiercol de cabra para proclamarse líder de unos pastores que, al decirles que ahora era su Guanarteme (o Mencey, todavía no se aclara) dijeron que pues sí, pues lo que él quiera, pero que les dejara seguir a su pastoreo y a sus palos con los que se lo llevaban pasando tan bien los últimos mil años. Así que sí, M’Rabo era el nuevo turbomencey de Canarias, pero con la tontería también era señor de Fuerteventura y, como Pinocho, de Madeira. Tales son las reglas del medievo, tiempos durísimos en los que si tenías las canarias también tienes las islas Madeira y así es como Cristiano Ronaldo e Ignatius Farray son, con toda probabilidad, primos hermanos. Pero estábamos hablando de que M’Rabo necesitaba casarse…

Y así es como M’Rabo Mhulargo salió a la calle el primer día de enero del año 867, dispuesto a perder la virginidad cual Larry Laffer medieval.

 

Entre sus posibles esposas, que todas le rechazaban con un -22, estaban damas como Tekhaye Djenné, Ndoye, Safiatou, Sané, Halima, Doye, Lurpu, Laysa, Tasa, Safiatou otra vez, Edza, Namiss, Lorane, Adiva, Tella, Kadi, Yumeyga, Mernissa, Aissata, Sogolon, Ciata, Kona, Fatoumata, Aoua, Hawa, Aminata, Tintadefi, Lem’an, Sané otra vez más, Fatim, Hawa, Awo, Gormenh y muchas más, todas rechazándole con un 22 o más por no ser muy diplomático, revanchista y, sobre todo, irascible. Y aun así M’Rabo no lo entendía, dando por hecho que aquellas mujeres debían de ser malas y perversas, pero que bueno, que él era el turbomencey y necesitaba casarse, lo que es más, por su religión debía de tener varias esposas. Y éso es lo que iba a tener varias esposas, por lo que decidió casarse con absolutamente TODAS.

Que al final solo le han dejado tener tres esposas, pero menos da una piedra.

M’Rabo se sintió profundamente decepcionado cuando, después de hacer click en más de 1200 mujeres, solo le permitieron casarse con tres (Ndoye, Fatoumate y Tekhaye), frustrando su intención de convertir el Hierro en una nueva Isla Paraíso gobernada por él. Sin embargo y tras esta pequeña decepción, descubrió que dos de sus nuevas conyuges conllevaban una alianza con los emiratos de Bundu y Jenne, con lo que M’Rabo dió por supuesto que había hecho bien en no estudiar nada de diplomacia, porque estaba visto que se hacía sola. Exultante por el resultado y por las tres nuevas esposas que le llegarían al correo tarde o temprano como si fueran omnibuses de Transformers y G.I.Joe, M’Rabo procedió a preguntarse qué es lo que quería de la vida: dedicarse a la Diplomacia, a la guerra, a la administración, la intriga o la erudición. M’Rabo eligió, por supuesto, la intriga.

«Yo siempre he sido de la escuela de combate Homer Simpson, si el enemigo viene de frente suplicar y en cuanto se de la vuelta… ¡Patada en la espalda y pisarle el cuello!»

M’Rabo decidió, en toda su maldad, dedicarse a su objetivo de convertirse en torturador, pero como siempre es tan inútil se equivocó de opción y acabó quedándose con la de astucia, que no le pega nada porque es más tonto que las piedras, pero que a efectos de esta partida seguramente le vaya mejor. Una vez resuelto este asunto, se encontró con su siguiente problema: su consejo privado. Un consejo tiene que tener a tu señora (que ahora si tenía señora, y buena falta le hacía para ayudarle a gobernar todo esto) un chamán (aquí se llama Hogon, en este caso es un tal Misibsen), un canciller (Amri), un administrador (Sekla) una jefa de espías (Tella) y un mariscal, que en este caso M’Rabo no tenía ninguno. Lo que es peor, su hogon estaba cabreado con el y por la tontería no le apetecía apoyar su reinado con los recursos divinos, vamos, que no le apoyaba ni dios. Ni corto ni perezoso, M’Rabo empezó una conjura para ganarse la confianza divina, consistente en molestar al pobre Misibsen todo el santo día diciéndole lo bien que le quedaba el tocado tribal, lo que le mola la piel de leopardo que lleva encima, lo turbomolona que era su barba y todas esas cosas, pero aun así seguiría teniendo solo una probabilidad del 56% de ganárselo. El tiempo dirá si la cosa esta acaba en fracaso o algo peor, aunque lo más inteligente habría sido intentar ganarse a su propia jefa de espías… Pero claro, M’Rabo no era nada de eso.

Nadie te quiere M’Rabo, ¡nadie!

El siguiente paso para el Imperio M’Rábico fue… Contratar un médico. pero no para curar a la gente y tal no, si no para curarle solo a él. Y pagado con el dinero del estado, ¡faltaría más! A tal efecto contrataría a una tal Lem’an, una trilera conocida por ser una juerguista y un poco falsa que con toda seguridad acabaría aplicándole sanguijuelas por cortarse con un papel, pero M’Rabo siempre tuvo fe ciega en la ciencia y claro, en aquella época los médicos de ciencia poco tenían, con lo que tuvo que conformarse con lo que había. Solucionado este asunto, M’Rabo decidió hacer lo que cualquier monarca de su época y… Ponerse morado a grasa de cabra con miel, a falta de fritos con nocilla. Y así siguió su vida viendo combates de palo canario, tratando de entender el silbo gomero y esas cosas que se hacían en Canarias antes de que hubiera bares y resorts, cuando por fin le llego Muzaffaraddin, su nuevo mariscal. Los dos congeniaron pronto, sobre todo cuando M’Rabo lo nombró mariscal y le puso un sueldo bastante elevado, por lo que enseguida se pusieron a trabajar, enseñándole a los pastores una forma de golpear con el palo en la que pegabas más fuerte; que no es que los pastores no supieran pegar más fuerte con el palo, simplemente no querían matar a su vecino y por eso daban más suave, pero M’Rabo era imbécil y se creía que esto era como el Pressing Catch, que cada combate era a muerte. Porque el wrestling ese son peleas todas de verdad, ¿no?

Ya que soy el que manda, ¿y si me monto una buena comilona?

Y así siguió la vida de M’Rabo zampando grasas, no dando ni golpe y con el reinado más aburrido de la historia, hasta que su señora Sané decidió patearle el culo y decirle que la sacara por ahi, que era una vergüenza que tuviera tres o cuatro mujeres y no les hiciera el menor caso. M’Rabo, sin saber que hacer con ellas, decidió que lo mejor era darles comida, por lo que dió un banquete; y aunque si bien en un principio la reacción de ellas fue la de cagarse mucho en él, pronto se dieron cuenta de que dicho banquete sería la oportunidad ideal para ponerle los cuernos al impotente este de los cojones. El banquete comenzaría el 9 de octubre de 867, y M’Rabo estaría encantado de saludar a sus nuevos amigos… Si no fuera porque para él saludarlos era un coñazo y porque se le iban los ojos a aquellas mesas llenas de comida, comida que no iba a ser toda para él y eso lo sacaba de quicio, ¡porque la había pagado toda él! ¡Debería comérsela toda él, maldita sea! ¡Aquellas arpías lo habían engañado, mal rayo las parta! Pero no lo conseguirían, no, no, ¡PORQUE EL COMERÍA MÁS QUE NADIE! ¡Nadie comería tan rápido como él!

«-¿Dónde están los Ferrero Rocher? ¿¿DÓNDE?? -En tu puta cabeza, ¡gilipollas!»

El banquete transcurrió sin muchos incidentes, sus esposas se pegaron entre ellas -más que nada porque se caían mal, que le vamos a hacer- y al final pudo comer lo que le dió la gana, con lo que cuando llegó la hora de despedir a los invitados M’Rabo estaba de muy buen humor porque ¡TODAS LAS SOBRAS ERAN PARA ÉL! Y así se iba pasar hasta que la barriga le reventara, si no fuera porque notó un sabor raro en el estofado, tremendamente sabroso pero que aun así tenía un regusto raro. Siendo como es M’Rabo un metomentodo, decidió colarse en la cocina para descubrir cual era el dichoso ingrediente, relamiéndose ante la posibilidad de echarlo a su cubo de grasa de cabra con miel diario… Pero lo que descubrió le heló la sangre como el día en el que Hal Jordan se volvió loco y lo sustituyó Kyle Rayner:

¡Soylent Green es gente!

«Mecagon mi vida -pensó M’Rabo- ¡si esto sabía mejor que las papas chineguas con mojo!» se lamentó M’Rabo, y por un momento se planteó el perdonarle la vida a su cocinera, pero sus ganas de matar pudieron con su gula y acabó ejecutándola. Mientras tanto, M’Rabo descubrió el amor. Pero no con las ejecuciones o la comida canibal, no, M’Rabo descubrió el amor verdadero con su esposa Tekhaye, y decidió que iba a cortejarla, a romancearla, a amarla hasta que ella le correspondiera. M’Rabo iba a ser feliz, iba a mojar el churro por fin e iba a tener hijos. A tal efecto acudió presto y raudo a su amadísima Tekhaye y la sedujo muy diestramente diciéndole «moza, vamos a follar». Y siendo la edad media como era, pues ella dijo «pues vale» y yacieron los cuatro minutos necesarios. Luego ella se largó e hizo sus cosas porque estaba muy ocupada y M’Rabo muy dormido, con lo que al día siguiente Tekhaye apareció con una gran noticia:

Se aceptan sugerencias para el nombre del churumbel, ya sea chica o chico.
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