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Jupiter’s Legacy: Echando de menos a Frank Quitely

Hay algo en Jupiter’s Legacy que funciona mejor que en el cómic original de Mark Millar y Frank Quitely, y digo algo porque todo lo demás funciona mejor en el cómic. Quitely es mucho Quiterly y, a pesar de que solo hemos visto la primera temporada (y, cómo no, ya hay asegurada una segunda porque éso es lo que hace siempre Netflix, pero de la tercera ya veremos) no podría asegurar del todo que ese algo funciona bien. Pero creo que estoy siendo tan críptico que no me entiendo ni yo, así que vamos a ver si me explico:

O Dinastía, pero con superhéroes.

Jupiter’s Legact es un cómic que venían a contarnos como un grupo de superhéroes nacido tras la gran depresión había llegado hasta nuestros días con todo lo que ello supone; esos héroes han envejecido más lentamente que los humanos corrientes y han dado lugar a varias generaciones de gente con poderes a los que tratan de llevar por el buen camino. Liderando el grupo está Utopian, que básicamente es Superman y trata de mantener un férreo código ético sobre el resto de los superhéroes, basado en no matar a nadie y en no dominar el mundo ni ningún ámbito de la política, tratando de mantener el libre albedrío del personal como sea. Sin embargo, y con todos los supervillanos ya muertos o en la cárcel y tras la crisis económica del 2008, algunos de los superhéroes empiezan a pensar que la economía mundial se está colapsando y que los políticos son unos incompetentes, por lo que lo mejor sería tomar ellos mismos el control. Y así es como empiezan las tortas, las traiciones y las tripas volando.

De las pelucas canosas mejor no hablar, que por mucho que quieran «avejentarlos» quedan fatal.

Seguramente lo peor de Jupiter’s Legacy sea el guión de Mark Millar y lo mejor sea Frank Quitely -yo que sé, las comparaciones son odiosas- y aunque la forma en la que Millar plantea el dilema principal del cómic sea bastante básica y hasta pueril, en última instancia Millar tiene el corazón en su sitio y acaba salvando el cómic de una forma casi hasta inesperada; en el dilema entre pragmatismo e idealismo siempre tiene que ganar el segundo porque el primero nunca encuentra una solución perfecta y no llega más allá, mientras que el segundo puede que no la alcance, pero llegará más lejos. O algo así, sin spoilearos el cómic poco más puedo hacer.

¡Ni las patas de gallo hacen que una parezca más vieja que la otra!

Pero a la hora de trasladar el cómic a la televisión nos hemos encontrado que todo ese debate pasa a un segundo plano y se centran en un conflicto familiar, desarrollando más ese conflicto y dándole un mayor trasfondo pero sacrificando muchísimo el ritmo de la serie, que cada vez es más y más lento. De hecho, hay una subtrama paralela contada a base de flashbacks -vamos a llamarla Skull Island, los que ya la hayáis visto ya me entendéis- que aunque se agradece que le hayan dado más chicha que en el cómic, la alargan tanto que para cuando en los últimos capítulos de la temporada se come casi todo el metraje, hace más daño al ritmo de la trama que otra cosa. Lo que es peor, al quitarle espacio a la trama «del presente» la hace más simplona y provoca que sea menos interesante todavía. Que ojo, los que hayáis leído el cómic id sobre aviso, esta temporada es más una precuela del cómic que otra cosa, porque aunque se recrean con Skull Island, casi podría decir que la historia no pasa de contar el primer número del primer volumen.

Hay que ser muy muy retorcido para encajar esta escena en la serie y que todo parezca coherente. Y no, no es coherente, no tiene ni pies ni cabeza.

Y así es como tenemos una temporada entera de padres peleados con sus hijos y hermanos con hermanos sin que uno acabe de entender qué es lo que hace que estén todos tan enfurruñados, y las motivaciones de todos los personajes quedan completamente desdibujadas gracias a ello. Imagino que todo esto se irá contando en temporadas posteriores, pero conociendo la estrategia de Netflix… Yo veo difícil que esta serie llegue a contar la serie entera, porque Netflix siempre renueva automáticamente la segunda temporada pero luego te lo pone más difícil con la tercera e imposible con la cuarta -tienes que tener un éxito a lo Stranger Things o algo parecido para justificar una cuarta o quinta- y al ritmo que va la serie me da la sensación de que va a necesitar la tercera para terminar de contar el primer volumen y la cuarta y quinta para el segundo, a la espera de que aparezca el tercer volumen el mes que viene y nos enteremos de que van a necesitar siete u ocho.

Eso sí, a «no soy Thanos/Darkseid/Mongul» le dan espacio de sobra, muchísimo más que en el cómic que salía en cuatro viñetas y ya.

Que ojo, que lo sé, que las series de TV tienen su ritmo y su forma de hacer, de acuerdo. Y los personajes están más detallados, y alguno diría que hasta son más robustos, pero aun con todo eso me sigue dando la sensación de que los personajes se pegan porque sí, que los planes maquiavélicos del malo son exagerados y que aunque te tragues la pastilla de que todo es un rencor acumulado durante cien años y que en realidad siempre quiso ser requetemalísimo, pues como que no, que no te lo crees. Prefiero la excusa del cómic de haber visto el colapso de 1929 y el ver venir otro hace que a alguno se le vaya la mano, aunque aún así la versión de Millar tampoco me funciona mucho.

 

Yo es que me quedo con el cómic por cosas como esta, vaya.

Y poco más que decir, sigo teniendo muchas de las dudas que tuve cuando leí el cómic -que espero que Millar piense solucionar en Jupiter’s Requiem, porque la serie hace bastante hincapié en los designios misteriores del «alienígena» benefactor- y solo me queda deciros a todos los morbosos que sí, que The Boys está mucho mejor. Que como «supergañanada» -entendiendo supergañanada al subgénero de superhéroes en el que las tortas arrancan brazos y destripan- sigue siendo peor que The Boys; pero claro, aquella serie tenía a Garth Ennis y las comparaciones pues lo dicho…

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