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X-Men así en el cielo como en el infierno: House of X / Powers of X (II)

Ayer contábamos todo lo que nos había llevado hasta la etapa Hickman de X-Men y prometíamos extendernos sobre House of X y Powers of X, las dos miniseries con las que Marvel ha dado el pistoletazo de salida al relanzamiento mutante propiciado por Jonathan Hickman y amigos. Como sé que algunos de vosotros queréis saber de que va el tema, voy a contaros un poco de que va la historia…

Nueva Genosha, un blanco perfecto.

Básicamente la cosa empieza con la revelación de que un personaje secundario de los mutantes que data de los buenos tiempos de los 70, Moira MacTaggert, sale del armario como una mutante capaz de reencarnarse en si misma recordando todas sus vidas anteriores. Dejando sobre la mesa la terrible idea de que el Universo Marvel es cíclico y se repite cada vez que palma Moira, Hickman nos cuenta como, tras intentar en un principio exterminar a todos los mutantes y recibir un toque de atención por parte de Destino, Moira lleva ya unas cuantas vidas intentando arreglar el conflicto entre humanos y mutantes desde todos los puntos de vista, y ya puede unirse al sueño de Xavier, al de Magneto o a la pesadilla de Apocalipsis, la cosa siempre acaba como el rosario de la aurora. Harta de perder y ante la acojonante perspectiva de que Destino se la cargue por inútil, Moira decide que es hora de «romper las reglas» y contarle todo a un joven Charles Xavier, provocando que el bueno de Charles se caiga del caballo y decida que nada de humanos y mutantes viviendo en paz, que va a juntar a todos los mutantes y va a proclamar (¡otro!) estado soberano. Que va a romper las reglas. Porque las reglas nunca las había roto nadie así, no. Jesús…

Tiene gracia leer esto sabiendo que los mutantes originalmente eran humanos irradiados, ni más ni menos.

Pero olvidémonos de que sabemos todo esto, y pongámonos en que somos lectores nuevos, jóvenes y virginales. Creemos que los cómics de mutantes se basan solo en mutantes siendo perseguidos por la humanidad y tratando de sobrevivir como pueden, de esos que se dedican a la resistencia pasiva mientras los van matando una y otra vez. La supuesta novedad del plan de Moira es que está uniendo a todos los mutantes, los cuales forman su propio estado soberano -en la isla viviente de Krakoa, nada menos- y convencen al resto del planeta para que los reconozca como tales a cambio de tres medicamentos milagrosos: Uno es un superantibiótico, el otro alarga la vida cinco años -que a ver, se agradece, ¿pero como sabes que te han alargado la vida cinco años? ¿No sería mejor decir que alarga la esperanza de vida veinte o treinta años, que eso se notaría más?- y el otro es la madre del cordero, porque cura enfermedades mentales. Vamos, que están reteniendo la cura del alzheimer a cambio de un beneficio económico claro, lo cual no deja de recordarme a todas esas grandes farmacéuticas que tan bien nos caen; supongo que el capitalismo no es algo tan humano como uno pueda pensar. Pero que se jodan los humanos, que en el cole me tiraban del pelo y me llamaban muti.

A lo largo de toda la serie tenemos una sensación de irrealidad tremenda, como si de algo no fuera bien delante de nuestras narices.

Según avanza la miniserie, vamos descubriendo que Xavier y Magneto convencen a Mister Siniestro de hacer una copia de seguridad de todos los mutantes del mundo, algo que por otro lado no es algo tan complicado de hacer teniendo en cuenta que Siniestro es un tipo del siglo XIX obsesionado con las mutaciones que lleva siglos autoclonándose y experimentando consigo mismo y con todo el que pilla de por medio. El que más tarde los humanófobos Xavier y Magneto le ofrecieran un puesto en el consejo de dirección de la nueva nación mutante es para mí un misterio, pero yo que sé, ellos sabrán…

Me encanta como Hickman ha llamado a la etapa Brubaker, Fraction y Bendis «la década perdida». Porque lo es, y no ayuda que se repitan sus errores.

Lo importante de todo esto es que Xavier y Magneto lo que consiguen con esa base de datos de mutantes es, junto a la tecnología de los alienígenas Shi’ar -que a saber por qué a estas alturas les siguen dando toda la tecnología que quieren, lo de Xavier con Lilandra si que fue un braguetazo y lo demás tonterías- ser capaces de resucitar a cualquier mutante que muera mediante un ritual realizado entre cinco mutantes determinados. Vamos, que si durante años se dijo que el problema de los superhéroes era que la muerte de un personaje no tenía ningún significado y no valía para nada, Hickman directamente ha institucionalizado ese problema, y está por ver como evoluciona la idea a lo largo de los próximos meses. Eso por no hablar de que yo no estoy del todo convencido de que si yo me muero aquí y uno me clona y le implanta todos mis recuerdos, ese nuevo «yo» seré yo o una copia con todos mis recuerdos. Porque yo diría que no, vaya.

¡Psst! Estos dos han estado literalmente en el cielo y en el infierno, ¡y varias veces!

Y ahí tenemos otro de esos chirridos narrativos, porque una de las escenas más discordantes de toda la miniserie se da en el número cuatro de House of X, cuando algunos mutantes que nos caían bien -Lobezno, Rondador- y otros que no tanto -Cíclope- asaltan una estación espacial antimutante -es más cosas y está hecha con la cabeza de Molde Maestro, ¿pero para que aburriros con los detalles?- y acaban todos palmando de forma horrible, dando lugar a que Xavier encienda su máquina de resucitar mutantes y los respawnee en Krakoa como si esto fuera una partida de Quake. La escena siguiente, en la que Tormenta actúa como una especie de sacerdotisa de una nueva religión, es Rienfensthalianamente espeluznante:

Está bien que Hickman reconozca a sus mayores, pero a mí eso de que la gente levante el brazo así…

Son escenas como esta las que hacen que dude, y seguramente sea lo que más ha hecho que me resista a hablar de HoXPoX hasta leerlo entero. Como decía, Hickman no es un tipo que cuide la caracterización en lo más mínimo, pero a la vez tienes permanentemente la sensación de que algo no va bien, y de que Hickman es consciente de lo que está haciendo. Toda esta escenografía villanesca, todos estos personajes que tenían una personalidad muy marcada y definida, que durante años se han preocupado por todos los seres vivos y que, en el caso de Tormenta en particular, más de una vez ha dudado el dejar de lado el sueño de Xavier porque se debe a la gente del pueblo donde vivía en Kenya, sumado al hecho de que supervillanos como Apocalipsis aquí parecen dóciles corderitos que no ponen pega a nada y más parecen el niño introvertido de la clase que un tipo con miles de años a sus espaldas que solo sueña con el genocidio, hacen que dude lo más grande. La cosa alcanza cotas alarmantes con esta escena del número 6 de House of X:

Esto no es un exilio, esto es ser enterrado en vida en un estado de semiconsciencia perpetuo, capaz de volver loco a cualquiera. Esto es de gentuza, así de claro.

Krakoa no es un estado democrático, está gobernado por una tiranía -que no llegan ni a los treinta de Atenas los tiranos, solo son dieciocho- y regido por una constitución de tres leyes: Hay que hacer más mutantes -¿los mutantes nacen o se hacen en un laboratorio de Mister Siniestro? ¿Qué carajo son los mutantes entonces?- Prohíbido matar hombres -de mujeres no dicen nada, que muy mutantes son pero de lenguaje inclusivo una mierda- y que hay que respetar a Krakoa, lo que viene a incluir una especie de corolario en el cual el capitalismo está prohíbido dentro de Krakoa pero permitido de cara al exterior. Porque los mutantes pueden ir al resto del mundo pero la humanidad no puede entrar en Krakoa porque… Yo que sé, que les mola lo de Corea del Norte.

¡Pues haberte montado una cárcel como todo el mundo y no un dispositivo de tortura eterna! ¡Autojustifícate con tu padre, desgraciado!

La miniserie, después de contarnos en segundo plano un terrible futuro de mutantes híbridos creados por Mister Siniestro y de humanos híbridos con máquinas prestos y dispuestos a unirse a la Falange -sí, a mi también me hizo gracia leer esto en estos tiempos del unboxing de Franco- termina con la revelación de que no solo Moira está aislada en una sección invisible de Krakoa a la que solo pueden acceder Magneto y Xavier, si no que Moira ha prohíbido expresamente la resurrección de Destino o cualquier mutante con poderes precoginitivos. No dice nada sobre mutantes que puedan viajar en el tiempo como Illyana, pero queda claro que Moira no quiere que se sepa que en sus diez vidas las cosas siempre han acabado mal y que está predestinado el fracaso de los mutantes; es más, Moira llega a decir que su muerte «terminaría con todo». Oh.

Es normal, los malos siempre pierden.

Dicho esto, creo que ya toca hablar de un libro llamado Las Quince Primeras Vidas de Harry August, escrito por Claire North (seudónimo de Catherine Webb) y del que muchos consideran que Hickman ha tomado mucha nota; el libro lo que viene a contar es que en un universo cíclico que se repite a si mismo, cada persona vuelve a vivir su vida una y otra vez, pero que hay una raza de «mutantes», los ouroboreanos o kalachakra, que son capaces de recordar los ciclos anteriores, con lo que cuando mueren vuelven a nacer y repetir toda su infancia y demás. Estos ouroboreanos tienen una organización, el club Cronus, que los coordina y vigila que ningúno de ellos cambie la historia lo suficiente para provocar que algún ouroboreano del futuro no nazca, y de ahí nace el enfrentamiento filosófico principal del libro, el de los que opinan que la vida de los «lineales» no vale la pena porque se va a repetir igualmente, el de los que opinan que deberían de poder cambiar la historia para «mejorar» el mundo y al cuerno con las consecuencias y el propio club Cronus, que quiere mantener todo igual que estaba. El propio Hickman reconoce haber leído el libro, y tengo que decir que, más allá de la narración asincrónica en la que se va saltando de una época a otra durante todo el relato sin que a primera vista la cosa tenga mucho sentido, no diría que esto es un plagio ni nada parecido. Si que se nota la influencia, y lo que ya hemos mencionado de que cuesta encajar el concepto de Harry August con el Universo Marvel, pero de momento no veo nada incorrecto en todo esto, por no hablar de que el concepto de gente que se reencarna en su propia vida o vuelve a su infancia no es en absoluto nada nuevo.

Polémicas chorras aparte, el libro esta muy bien. Le falta cierta ambición antropológica, pero a mi me ha gustado.

Y con esto terminamos por hoy, que si sigo M’Rabo se cabrea porque le estaría dejando demasiado mal y el quiere seguir siendo un vago que guarda las apariencias. Mañana hablaremos del gran secreto de Jonathan Hickman (je) y de lo que puede pensar al leer esto uno que se ha leído todo X-Men desde el número uno (o sea, yo). Y que Crom cuente los muertos…

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