La relación de George Lucas con la Disney se remontaba a mediados de los 80 cuando acordaron la creación de atracciones basadas en Indiana Jones y Star Wars. no mucho después, a finales de los 80, Lucas haría una aproximación a la ABC de Bob Iger para la creación de Las Aventuras del Joven Indiana Jones, la cual no llegó a tener el éxito esperado pero que por lo visto dejó en buenos términos a ambos. Visto lo bien que había salido la negociación entre Jobs -otro viejo conocido de Lucas- e Iger, este último se presentó delante de George Lucas con dicha negociación como prueba de fe de que si Disney compraba Lucasfilm el legado del cineasta quedaría en buenas manos. Y así empezó todo…
Según cuenta Iger, la cosa empezó alla por 2011 con él diciéndole a Lucas que debía pensar en su legado y en que qué iba a ser de la empresa cuando el muriera, así a bocajarro, a lo que George le respondió que sí, que también se preocupaba por ello pero que no estaba preparado para vender. A lo que añadió que, tras la experiencia de lo de Pixar y El Joven Indiana Jones, si le fuera a vender Star Wars a alguien, sería a Bob Iger. La puerta no quedaba cerrada del todo y Disney ya había puesto el anzuelo, el resto iba a ser cuestión de siete meses a que Lucas llamara a Iger y le pidiera «el trato que le dió a Pixar». Y entonces Iger se negó en redondo, porque en aquel momento Lucasfilm llevaba años sin sacar una película y, así como Pixar tenía varios proyectos en desarrollo y distintas fuerzas creativas, en el caso de Lucasfilm había una sola cabeza pensante y era el propio George, con lo que no podían pagarle lo mismo que pagaron por Pixar. Y todo esto a pesar de que Disney ya había hecho sus propias cábalas y se estaba relamiendo ante la posibilidad de comprar Lucasfilm en 2012 y sacar una película en 2015, otra en 2017 y otra en 2019, ya con un ritmo de producción un año más rápido que el que tuvieron las películas realizadas por Lucas en ambas trilogías.
La negociación progresó con Disney tasando Lucasfilm en torno a los 3750 millones de dólares, cosa que no le hizo ni pizca de gracia a Lucas porque consideraba que, aunque no pudiera pedir ya los 7000 millones que se pagaron por Pixar, su empresa valía más que los 4250 que se pagaron por Marvel. Iger echaba cuentas respecto a lo que podía sacar con Star Wars y seguían sin salirle las cuentas, ¿tres mil millones de dólares en seis años? Empezó a juguetear con la idea de hacer durante esos seis años más películas de Star Wars que las tres ya planeadas desde un principio, y finalmente aceptó pagar a Lucas 4000 millones, poniéndose así en marcha la idea de hacer una nueva trilogía y acompañarla de las «antologías» de Rogue One y Solo. George Lucas acabó aceptando la cantidad sin mucho entusiasmo, pero no por eso iba terminar ahí la negociación; la compra de Lucasfilm no iba a ser igual que la de Marvel y Pixar ni por asomo, porque así como Lucas quería mantener el control creativo, Iger y Disney no querían que siguiera teniéndolo, y Lucas a su vez se negaba a ser un empleado de Disney. Y así se pasaron meses de tira y afloja, con el puesto de George Lucas en la cuerda floja, el uno negándose a ser un empleado por debajo del otro y Disney cada vez más convencida de que, si George permanecía al mando de Lucasfilm, iban a tener esos tira y afloja permanentemente.
Y en mitad de todo esto, George Lucas dejó la presidencia de Lucasfilm y contrató para el puesto a Kathleen Kennedy, haciendo el gesto de pasar a «labores más creativas». Lo que es más, hizo un tratamiento de guión para la nueva trilogía de Star Wars y se lo pasó a Alan Braverman (vicepresidente de Disney), Alan Horn y al propio Bob Iger, consiguiendo que Disney le comprara los tratamientos a pesar de que -siempre según Iger- no le prometieron que fueran a usarlos. En aquel momento se estaba acabando 2012 y Bob Iger tenía las de ganar, porque de hacerse efectivo el trato al año siguiente, la venta estaría sometida a una nueva ley fiscal que le gravaría a Lucas en torno a 500 millones. Y así, con el chantaje fiscal de por medio y una promesa de que Lucas sería «consultor creativo» y de que Disney «permanecería abierta a sus ideas», el trato se hizo realidad en diciembre de 2012. Kathleen Kennedy y el resto del personal de Lucasfilm iban a seguir haciendo Star Wars, pero George Lucas ya no ocuparía lugar en la ecuación, ni siquiera en con un título honorífico al estilo del que Stan Lee tenía en todas las películas de Marvel. Había empezado la Lucasfilm después de George Lucas.
Nadie luchó por mantener los tratamientos de George Lucas para las nuevas películas, y eso no le sentó nada bien cuando estuvo en su primera reunión creativa y vió a Kathleen Kennedy, JJ Abrams y Michael Arndt -el guionista original de El Despertar de la Fuerza, ese al que no le dieron tiempo a acabar el guión y lo acabaron echando- hablar de una película completamente distinta a la que él había proyectado. Iger se lamenta de no haberle dicho nada a Lucas antes de la reunión, de haberlo enfrentado a la nueva realidad de esa forma sin ningún aviso, pero el daño estaba hecho y George Lucas recibió el golpe sin ningún paño caliente. Y así pasaron los meses, con Abrams continuando su película y Lucas en un segundo plano, con lo que no es de extrañar que, para cuando Kennedy le enseñó a Lucas la película terminada, el cineasta mostró su desagrado diciendo que «no era original, no tenía nada nuevo ni a nivel visual ni tecnológico». La defensa de Iger es tan simple como decir que lo que necesitaban era reconectar con el público con una historia que reconocieran como Star Wars, y que si hacían algo demasiado distinto corrían el riesgo de alienar al espectador. La cosa no mejoró en absoluto cuando, tras convencer a Lucas a regañadientes de que fuera al estreno del Episodio VII, el creador de Star Wars declaró a la prensa que Disney no había seguido sus ideas para la nueva trilogía y que se sentía como si le hubiera vendido a sus hijos a unos negreros. Sí, se había liado una gorda.
Porque claro, durante las tempestuosas negociaciones para la venta de Lucasfilm, Iger intentó colar una cláusula por la cual Lucas no podría criticar las decisiones de Disney publicamente -una práctica tristemente muy habitual, sí- a lo que Lucas había respondido socarronamente que «si voy a recibir un montón de acciones de Disney, ¿no me resultaría contraproducente criticar a mi propia empresa?». Y claro, Lucas no firmó la cláusula y estaba en perfecto derecho de soltar lo que le diera la gana, con lo que Iger llamó a Lucas pidiendo explicaciones y… Bueno, a falta de la versión de Lucas, la cosa acabó de forma bastante civilizada; Lucas le vino a decir que se había equivocado, que esto había sido muy duro para el y que quería explicar lo duro que era dejar marchar Star Wars, pero que se había pasado. Iger -siempre según Iger- lo entendió perfectamente y pelillos a la mar, pero claro, a nosotros como lectores nos queda la sensación de que a George Lucas hasta cierto punto lo engañaron. Porque, firmara lo que firmara, el creía que por lo menos durante el tiempo en el que él siguiera vivo, Disney iba a contar con él para hacer las películas de Star Wars, pero a sus ojos lo que hicieron es quitárselo de encima a la primera oportunidad.
Con la perspectiva que da estar en 2019 y no en 2015 y conociendo las declaraciones posteriores de Lucas sobre las nuevas películas de Star Wars, lo cierto es que de la que mejor habló es de The Last Jedi -de la cual dijo que estaba realizada de forma hermosa, y que, esta vez sí, había algo nuevo- seguida por Solo -que por algo la realizaba su amigo Ron Howard y estuvo por allí con el, contribuyendo a una escena y todo- y finalmente la peor apreciación que ha hecho ha sido la de Rogue One, de la cual se limitó a decir que «era lo que querían los fans». Pues no, en eso no se equivocaba.
Y sin embargo, Disney nunca ha negado que la siguiente película de Indiana Jones va a ser de George Lucas, entre otras cosas porque si pasaran de él Steven Spielberg y Harrison Ford probablemente los mandarían al cuerno. La película lleva en preproducción cosa de cuatro o cinco años y Lucas parece desechar guionistas como si siguieramos en sus tiempos de dueño absoluto de Lucasfilm, probablemente porque el hombre tiene la sensación de que esa va a ser su última película y tiene el perfeccionismo subido; hay que tener en cuenta que El Reino de la Calavera de Cristal también sufrió un proceso parecido y aun así Lucas no acabó nada contento con el resultado, por lo que ahora supongo que se ve justificado para seguir poniendo de los nervios a todos los guionistas que haga falta.
Mientras tanto, Bob Iger sigue en su torre de marfil contando billetes, a pesar de que el hombre pensaba haberse jubilado ya antes del verano de este año. Sin embargo se le metió de por medio la posibilidad de comprar Fox -ya habréis oido hablar de ello- y claro, no pudo dejar escapar la posibilidad de coronar su administración con algo tan grande y ampliar su contrato hasta mediados de 2021, tras lo cual… Vale, ahora llega lo que le asustará a más de uno: Bob Iger quiere ser presidente de EEUU. No lo dice de una forma directa, pero tampoco lo niega, y dedica el último tramo de su biografía a hablar sobre que tenía pensado retirarse y meterse a «servir al país», con algún puesto de senador o gobernador, pero que la prensa empezó a preguntarle si quería ser presidente, y, dándose cuenta de que EEUU estaba preparada para tener a un presidente que viniera «del mundo del entretenimiento», empezó a barajar la posibilidad. Y entonces llegó Trump y lo puso todo patas arriba, pero teniendo en cuenta que Iger se jubila en 2021 y la reelección es en 2020, tengo claro que su apuesta es para 2024, año en el que supongo que se proclamará presidente de los EEUU y lo siguiente que hará será comprar Polonia. O China, yo que sé. Es Bob Iger, toda su gestión de una empresa basada en la creatividad se ha basado en comprar la creatividad de otros y asimilarla, así que supongo que se comprará otro país para arreglar los problemas del suyo.