Si lo pensamos bien, los 90 sólo duraron seis años para el género de superhéroes. Desde 1990 a 1996 el bajón de calidad que pegó la industria gracias al boom especulativo y el crack de esa misma especulación en 1993 provocaron la caída en desgracia de multitud de autores y editoriales, de universos de superhéroes enteros que aparecieron y desaparecieron al calor del nuevo filón especulativo. De entre todas las editoriales nacidas en ese tiempo la más importante sería Image Comics, surgida en un principio como un sello de Malibu Comics y pronto independiente a pesar de estar dividida a su vez entre los distintos estudios que la componían: McFarlane, Silvestri, Larsen, Valentino, Liefeld y Jim Lee, siendo este último dibujante la auténtica superestrella de la época y el chico de oro. Pero entre 1993 y 1995 había dejado de dibujar.
Y es que el recorrido de Jim Lee desde que se cargó la etapa Claremont en X-Men y abandonó Marvel había sido paralela a muchos de sus camaradas de Image; había creado su propia serie en la editorial que había vendido lo que no está escrito, creado multitud de spinoffs y contratado a montones de autores para que dieran coherencia al universo que se había montado sin casi hacer nada más que poner su nombre. WildCATs, Wetworks, Stormwatch, Deathblow y demás series habían llenado el universo de su estudio, Wildstorm, y habían llenado sus profundos bolsillos. Sin embargo da la impresión de que Jim Lee no era del todo feliz habiéndose convertido en empresario. Porque si McFarlane parecía más preocupado por llenarse los bolsillos con su juguetera que por seguir dibujando, Jim Lee echaba de menos una vida más simple y poco a poco empezó a crecer en su cabeza la idea de vender su estudio y dedicarse en exclusiva a volver a ser un dibujante. Con el dinero que le dieran por la venta ya podría vivir tranquilamente el resto de su vida, así que vender parecía la opción más inteligente. Lo que no sabía Jim Lee en aquel momento era que Marvel no tenía muchas posibilidades de comprar nada…
El trato que ofrecieron los ejecutivos de Marvel a Lee -y a Rob Liefeld- era sencillo; en vez de comprar directamente su estudio y ponerlo a dibujar X-Men, les iban a pagar un pastizal por revitalizar series clásicas en estado de derribo como Fantastic Four, Avengers, Captain America o Iron Man, series que en aquel momento no vendían gran cosa porque no eran de mutantes. Lee y Liefeld se las repartieron y firmaron un contrato de doce números prorrogable a veinticuatro -en aquel momento se saba por supuesto que iban a hacer los 24, que por algo ellos eran superventas-, dejando al personal editorial de Marvel con un palmo de narices; ni siquiera el editor en jefe Bob Harras supo del trato hasta que estuvo ya firmado y tuvo que presentarlo ante la prensa con toda la pompa y boato junto al mismísimo Stan Lee. Planes editoriales completos fueron truncados, el crossover del verano de 1996 -Onslaught- fue modificado de arriba a abajo y Marvel tuvo que darle una justificación narrativa al hecho de que Vengadores y 4 Fantásticos sufrieran unas «crisis» mientras el resto del Universo Marvel seguía su curso normal. Editores y autores que llevaban décadas en la compañía se sintieron traicionados e infravalorados por unos jefes que se sabían incompetentes, y para colmo todos tenían la certeza de que a largo plazo Lee y Liefeld se harían con el control del resto de la editorial, borrando de la continuidad absolutamente todo por lo que habían trabajado.
Si algo hay que valorar de Bob Harras fue su respuesta a la crisis; porque en vez de usar todas las tretas posibles para conseguir alcanzar las previsiblemente imposibles cifras de ventas de Lee y Liefeld, Harras trató de juntar autores «despreciados» como Mark Waid y les permitió jugar a sus anchas con el fondo de personajes de la editorial. De esta forma, series como Ka-Zar, Thunderbolts, Quicksilver o Heroes for Hire salieron adelante con un estilo que remitía más a la Marvel clásica que a la «moderna», la noventera, con lo que a largo plazo la nostalgia de los lectores -los que leían cómics, no los que los sellaban en bolsitas para especular- consiguió hacer que Marvel se recuperara al margen del éxito o el fracaso de Heroes Reborn. Pero supongo que esa es otra historia que podéis leer aquí, porque después de todo este post va sobre Jim Lee…
Heroes Reborn saldría a la venta en septiembre de 1996, consiguiendo que el segundo número uno de Fantastic Four se colocara a la cabeza del mercado -pero sin romper ningún record, ya digo que los especuladores ya hacía mucho que se habían largado- y mostrándonos uno de los mejores trabajos de la vida profesional de Jim Lee, que entregó a Marvel exactamente lo que había pedido; una reformulación del clásico adaptada a los 90, para bien o para mal. Hay que tener en cuenta que hasta ese momento los 4 Fantásticos habían estado en manos de un Tom DeFalco que había recurrido a todas las tretas posibles para llamar la atención de los lectores de la época, desde muertes truculentas hasta rediseños del traje de Susan Richards tremendamente cuestionables. Nada había funcionado y la serie se hundía en un océano de mediocridad, con lo que la llegada de Jim Lee fue toda una liberación para muchos de los fans que agradecían que DeFalco y Ryan no cumplieran su amenaza de batir el record de Stan Lee y Jack Kirby de números realizados en la serie con el mismo equipo creativo. Pero eso ya lo veremos la semana que viene…