Entre todo el jolgorio de finales del 2017 con las fiestas, la compra de Fox y el nombramiento de Cebulski como Editor in Chief da la impresión de que en la esfera Marvel se quiere hablar de cualquier cosa menos de lo importante, los tebeos. Ya hemos hablado por aquí de Marvel Two In One y vivimos de la ilusión del regreso del cuarteto fantástico -con ilustraciones de Alex Ross que aparecen y desaparecen furtivamente- pero poca gente está hablando del estado de los mutantes. Teniendo en cuenta que al último relanzamiento con Marc Guggenheim lo pusimos bien -y también al anterior con Lemire- supongo que toca ver si la cosa ha segudo bien o se ha ido a pique por influencia editorial -como pasó con Lemire-.
Voy a seros honesto: sí, se ha ido a pique. De entrada diré que X-Men Gold partió con la polémica de los mensajes ocultos que introdujo su primer dibujante y poco se habló de las tramas que planteaba, sembrando historias a largo plazo y tratando de devolver un poco de ese sabor de inspiración claremontiana, mientras que por su parte el X-Men Blue de Cullen Bunn recuperaba a los X-Men originales que Bendis se trajo de los años 60 -aunque en realidad vienen de los 90 o algo así, ya se sabe que el tiempo es algo relativo en los cómics- y los ponía trabajando con Magneto y realizando misiones por medio mundo. Así, Blue trabaja tramas que van más al corto plazo y menos al largo, con lo que las interferencias editoriales de última hora se notan mucho menos. Sin embargo, a Gold esto le pasa factura tremendamente, porque cuando te meten un crossover de relleno con Mojo y te paran la acción durante un TPB completo, el volver a lo anterior cada vez te cuesta más. No recuerdas quién era exactamente Lydia Nance, se te había olvidado por completo que tenían un mutante rarísimo encerrado en el sótano y en general, te pierdes. Pero claro, esto sólo le afecta al que sigue la serie mes a mes y no al que la sigue por TPB, cuyo mayor motivo de queja podría ser el baile de dibujantes (de Astonishing ya hablamos otro día).
Personalmente, habría seguido leyendo Gold tranquilamente -habría preferido otro dibujante que no evocara pesadillas noventeras como lo hace Ken Lashley, pero tengo que reconocer que la aventura en la Zona Negativa es interesante- pero esta semana pasada tuvimos el lanzamiento de Phoenix Resurrection – The Return of Jean Grey, serie que debería llamarse «Interferencia editorial – Hacemos el Factor X cada dos por tres», porque viene a servir de precuela de otra serie más del grupo -y ya van cuatro- que sería «X-Men: Red» (que para colmo guioniza otro guionista, Tom Taylor). Serie esta última que se llevará a Rondador de Gold -uno de los personajes con los que más estaba trabajando Guggenheim- le pondrá un traje rediseñado horriblemente y, en general, perjudicará a las otras tres series a base de aturullarlo todo y recordarnos que Mark Paniccia, el editor de X-Men durante los últimos años, no hace otra cosa que relanzar la línea entera y sabotearse a si mismo con relanzamientos absurdos. Cosa que no dejaba de hacer Axel Alonso a gran escala durante toda su etapa, pero lo de Paniccia también se las trae…
E insisto, no creo que sea culpa de Rosenberg -el guionista de Phoenix Resurrection- ni de Guggenheim o Bunn, el problema viene de una Marvel que sigue tratando la línea mutante como si estuvieramos en 1991 y estuvieran aterrados porque Chris Claremont acaba de dejar la serie y tienen que poner al primer «merluzo» que se les pasa por delante para guionizar la serie, merluzo que nunca hace su trabajo bien y al que tienen que corregir constantemente «porque no sabe». El mismísimo Scott Lobdell acabó harto de ser tratado como un merluzo -cinco añazos duró que se me hicieron eternos- y así fue como el dúo editorial Harras/Powers empezó la larga tradición de relanzar X-Men a bombo y platillo con nuevos autores -primero Seagle/Kelly, luego Alan Davis, luego el mismísimo Chris Claremont- para acabar truncando sus etapas por interferencias editoriales. La cuestión es que en los 90 X-Men era la gallina de los huevos de oro, la licencia más importante de Marvel y el vértigo era lógico, pero en el año 2018 el tener esa paranoia es incomprensible cuando estamos hablando de una serie que estuvo al borde de la cancelación por la guerra Fox-Disney.
Lo más frustrante de todo esto es que no podemos señalar con un dedito a un guionista o un editor y decir «que lo echen, que es malo y la culpa es suya», porque quieras que no tenemos una edad y sabemos que no todo es blanco o negro. No creo que ni Paniccia ni el propio Alonso sean más responsables de seguir esa tónica de la «paranoia mutante» de lo que fueron Harras o Powers en los años más negros de los 90, simplemente unos y otros viven aterrados ante la perspectiva de cagarla y ser los que se cargaron la gallina de los huevos de oro. Y aunque es cierto que los mutantes se jodieron ya en el siglo pasado pero a base de bien, sus ventas no se resintieron realmente hasta este siglo, por lo que Paniccia tiene la doble cruz de vivir con el miedo a ser el que se cargó a los mutantes y ver como las ventas bajan mes a mes sin que pueda hacer nada para evitarlo.
Cuando en el año 2000 Joe Quesada fue nombrado EiC de Marvel, su primer objetivo fue el de «arreglar X-Men» no por una cuestión de ventas, si no de prestigio. Hoy CB Cebulski se enfrenta al desafío de arreglar una franquicia completamente rota, sin spinoffs que funcionen realmente bien y con unos personajes que han sufrido tantos vaivenes que ya muy pocos los reconocen. No os engañéis, Quesada «no arregló» X-Men en su día -la etapa Morrison fue la primera que hizo que las series de X-Men se ignoraran unas a las otras, lo cual fue una de las raíces del problema mayor que nos encontramos hoy en día- y no tengo muchas esperanzas con Cebulski, pero si algo tengo claro es que a Guggenheim y su X-Men Gold le debe de quedar muy poco tiempo y volveremos a encontrarnos otra etapa truncada como la de Lemire y tantos otros. Lo dicho, malos tiempos para leer (y escribir) mutantes.