Todos los tópicos empiezan como algo novedoso cuando son inventados por primera vez, sin ir muy lejos el final de El Planeta de los Simios era un giro sorprendente en un principio, igual que el de El Sexto Sentido o quienfuera el primero que escribió una historia de ciencia ficción de gente extinguiéndose que resultan ser Adán y Eva. Es novedoso, es sorprendente hasta que la gente usa y abusa de ello hasta aburrir y asquear al personal. Por encima de estos tópicos horrendos, están recursos argumentales mucho más envilecidos como lo que llamamos como «deus ex machina», probablemente una de las soluciones narrativas más lamentables que se pueda echar uno a la cara y que, en origen, hasta acojonaba. Vamos con ello.
El deus ex machina es un término que se inventó cuando en el teatro clásico griego se empezaron a dar cuenta de que había demasiadas obras que se solucionaban por intervención divina. El autor metía a los personajes en un brete tan grande, que la única solución que se le ocurría para darle un final feliz al conflicto era mediante la intervención de lo divino. Esto hace que gente como Esquilo o Eurípides usen y abusen de los actores todopoderosos que bajan de los cielos subidos en una plataforma -recordemos que los griegos son los inventores de las grúas esas que tanto placer dan a los fans de Megaestructuras- y liberan al héroe de sus ataduras, curan enfermedades incurables a la gente o los llevan a lugares mejores para unirse a la fuerza. Y los propios griegos empezaron a darse cuenta en el siglo IV AC del cachondeo de los dioses subidos a la maquinita, con lo que escritores de comedia como Aristófanes empezaron a descojonarse de mala manera del tema, linchamiento al que se unirían pronto filósofos como Platón y su discípulo Aristóteles, gente que guió el pensamiento posterior y comenzaron así la mala fama del recurso. Sin embargo, con el paso de los siglos y la llegada de gente más religiosa, el recurso de meter a Dios en todo lo humano empezó a ser muy bien visto por el poder, que lo veía como una extensión de justicia porque esa gente lo de la democracia no acababa de interesarles y ostentaban el poder por un deus ex machina (y por algún antepasado que se había cargado/robado a alguien, no lo olvidemos).
Así y con la creación de la civilización bárbara a la que llamamos occidente hoy en día, vinieron siglos llenos de obras de teatro y literatura en general en la que desde Shakespeare hasta «Marcelino Pan y Vino» encontramos a Dios, los santos y los dioses de la antigüedad haciendo y deshaciendo a placer sin que los espectadores o lectores se escandalizaran en lo más mínimo porque eso les hacía sentir «piedad», comunión con su dios y esas historias tan bonitas que poner en Semana Santa. Daba igual que hasta el mismísimo Nietzsche acabara dando la razón a sus odiados griegos reclamando la legitimidad de la tragedia, de darle un final triste a las historias. Que esto no tenía por qué ser un Mass Effect en el que tienes que hacer mil secundarias aburridas para que no muera nadie en la última misión, el deus ex machina consiguió el gran milagro de poner a todo el mundo del pensamiento en su contra.
Yo personalmente fui consciente de la vileza del deus ex machina en un cómic de los 4 Fantásticos, la Saga de la Supermente. En aquellos últimos números de Stan Lee en la serie, el cuarteto se enfrentaba a un Galactus de segunda división llamado la Supermente, que venía a ser el último superviviente de una raza anterior a un cataclismo cósmico del copón y venía a comerse la Tierra, o a cagarse en ella o a esas cosas que hacen los seres divinos con los que se pega Reed Richards. Recuerdo leer el cómic rascándome la cabeza, porque el personaje era todo poder y nada de fondo, no le llegaba a Galactus ni a la suela de los zapatos, pero el tipo era tan sumamente bestia que hasta había conseguido controlar mentalmente a Reed Richards y enfrentarlo contra su propio grupo, obligando al resto a aliarse con el Doctor Muerte para salvar la Tierra y… Que sí, que estaba echando de menos a Kirby y seguramente Stan Lee también lo hacía, con lo que el muy desgraciado pegó la gran espantada en el penúltimo número de la saga y le dejó el marrón de escribir la resolución a Archie Goodwin, que ni corto ni perezoso se quitó el marrón de encima haciendo aparecer de la nada a un tipo llamado «El Extraño» que despachó en estás tres páginas que véis aquí a la Supermente y le dió un final feliz a la historia.
Recuerdo haber terminado de leer aquel cómic muy cabreado, porque quieras que no estabas completamente intrigado preguntándote que solución se les ocurriría a los protagonistas, para que aparezca de la nada un señor bigotudo y termine la historia en dos patadas. Cuando al lector le das un deus ex machina de este calibre -y ojo, que el propio cómic ya mencionaba la existencia de otra raza alienígena enfrentada a los creadores originales de la Supermente- y le dejas claro que todo el trabajo de los protagonistas y sus penurias no ha servido de absolutamente nada porque iba a venir Paco Bigotón y arreglarlo de todas formas, se siente completamente estafado.
Hoy en día se usa y abusa muchísimo del término, pero la realidad es que seguimos padeciéndolo muy a menudo. Constantemente nos encontramos con autores incapaces de dar una resolución satisfactoria a sus historias que acaban introduciendo elementos fantásticos o simplemente ajenos a la acción para solucionar el problema. Al final, el problema del deus ex machina no viene tanto de lo divino o la introducción en la trama de un elemento fantástico que en ningún momento ha tenido, rompiendo el contrato no verbal autor-espectador, la verdadera perversidad del deus ex machina está en que en la mayor parte de las ocasiones le quita completa relevancia al resto del relato, como si todas las tribulaciones de los protagonistas no hubieran servido para absolutamente nada.