Antes de que llegue el lunes y vuelva yo a hablar de Superman -porque sé que no habéis tenido suficiente con lo de estas dos semanas- me apetece seguir hablando de videojuegos, que últimamente los hemos tenido muy abandonados y el hecho de que el único que haya hablado del tema sea M’Rabo me resulta muy preocupante. Así que a falta de acabarme Prey, voy a hablar de Doom, porque nunca hablamos lo suficiente de Doom.
Doom es uno de los mejores videojuegos de la historia, el juego que definió el género del FPS y la joya que encumbró a id Software, la desarrolladora más influyente durante toda la década de los 90. Por eso, el que Zenimax/Bethesda los comprara me provocó sudores fríos de terror, porque al fin y al cabo yo no soy precisamente un tipo al que le guste lo que vendía Bethesda. Sin embargo y al margen de que me guste lo que hicieron con Fallout o lo que siguen haciendo con Elder Scrolls, tengo que reconocer que lo que han estado haciendo con id y Arkane merece mucho la pena. Ya con Wolfenstein me quedé a cuadros de lo bien que habían resucitado la franquicia -¡hasta Raven Software tuvo un tropezón con su Wolfenstein!- y Doom ha terminado siendo uno de mis juegos favoritos del año pasado y el shooter de referencia al que sigo jugando de vez en cuando, tratando de saborearlo poco a poco para no pegarme el atracón.
El nuevo Doom -que debería llamarse Doom IV- corrige el tropezón survival horror de Doom III y nos hace correr frenéticamente de un lado a otro, volviendo a recuperar esas sensaciones del original de buscar el arma adecuada para acabar con un enemigo y llegando a solucionar en una mezcla de puzzle y reflejos cada encuentro. Si en el original nos solíamos encontrar salas llenas de enemigos al abrir una puerta o caer por un agujero, en este juego la cosa suele funcionar por zonas que entran en lockdown según llegas allí y están llenas de demonios. Si en el juego original en muchas ocasiones tratabas de huir como una rata y recurrir a estrategias lamentables como ir liquidando enemigos según venían por un pasillo y cosas peores, en este no tienes más remedio que morir varias veces hasta que te aprendes formas en las que destrozar al enemigo. No es lo mismo que el original -que no tenía checkpoints y podías recurrir al save scumming más miserable- pero sí que en cierto modo recupera esas sensaciones, con lo que creo que hay que agradecerle a Zenimax/Bethesda que no solo nos hayan traido de vuelta el «género», si no que estén desarrollando Quake Champions y se estén tomando en serio el resucitar a uno de los pioneros de los e-sports.