A finales de los 80, cuando el boom de los micrordenadores empezaba a dar lentos pasos hacia el boom de las consolas en España, la percepción de los videojuegos entre los jugadores españoles empezaba a cambiar. Nombres como los de Amstrad o Commodore empezaban a ser suplantados por los de Nintendo, Sega o incluso MSX. El público empezaba a descubrir que la gran mayoría de las recreativas a las que había estado jugando hasta entonces procedían todas de Japón, a pesar de que siempre vinieran versionadas en soportes domésticos por desarrolladoras occidentales como US Gold.
Las consolas llegaban a España con conversiones de esas recreativas que se tomaban muchas menos libertades en su conversión, con lo que aunque conceptos como Pixel Perfect estaban un tanto lejanos, lo cierto es que si uno se compraba un Street Fighter II en consola sabía que iba a tener un Street Fighter II y no la marranada que perpetró US Gold en PC. De la noche a la mañana empezaron a cambiarse las cintas de Spectrum por cartuchos de ocho bits, y la llegada de los 16 bits no hicieron otra cosa que certificar la muerte del cassette de toda la vida y la consolidación de los tiempos de carga inmediatos de las consolas japonesas. De cara al consumidor, el producto japonés era mejor que cualquier cosa que pudieran ofrecer los occidentales, con lo que aunque todavía había locos del Amiga y bichos raros que usaban un PC para jugar, la década de los 90 empezó con la conquista japonesa del mercado occidental, ya todo era Sega y Nintendo.
Teniendo en cuenta que el principal mercado de los videojuegos en aquellos años eran los niños y adolescentes (gente cuya memoria no abarcaba más de diez años) para todos ellos Japón lo era todo y el Spectrum era algo de viejos tarados a los que les gustaba esperar un cuarto de hora para jugar a un videojuego pixelado a tres colores. Atari ya no era la marca sagrada de principios de los 80 que se iba a comer el mundo, y el mundo pertenecía a personajes como Mario, Sonic o Tetris, que era una rareza por ser un videojuego ruso. Y así transcurrieron los 90, con el lento fundido en negro de Sega y la pérdida de la hegemonía de Nintendo a manos del gran gigante japonés, Sony. Surgieron con fuerza otras plataformas como el PC, que empezaba ya a configurarse como la plataforma de máxima calidad gráfica con el advenimiento de las tarjetas de aceleración gráfica 3D, pero para finales de los 90 lo que la gente tenía en sus casas era «la play» y el «counter» era algo que se jugaba en los cibercafés. La ya mencionada decadencia de Sega y la muerte de los salones recreativos debería habernos avisado ya de que algo iba mal en el reinado japonés de los videojuegos…
Porque la llegada del nuevo milenio dejó una cosa clara: la industria del videojuego japonesa estaba notando la recesión. Cada vez había menos desarrolladoras de ese país, cada vez había menos desarrollos por estudio, y cada vez los videojuegos eran mucho más caros de producir. La variedad y la experimentación de otras épocas empezaban a desaparecer, y la irrupción de Microsoft en esto de las consolas empezó a traer juegos y desarrolladoras de PC (todas ellas occidentales) al público de las consolas. Compañías como Bioware o Bethesda empezaban a enseñarle al personal que el RPG no necesitaba una J al principio de sus siglas, y mientras Mass Effect se comía el mercado sagas como Final Fantasy nunca estaban a la altura de lo que se esperaba de ellas. Las fusiones entre las grandes distribuidoras japonesas no se hicieron esperar, y pronto Taito, Square, Enix y no sé cuantas más acabaron todas bajo el mismo sello.
Consciente de la fuerte inversión que suponía el trabajar para consolas y sin ver un acceso posible al mercado de PC, muchas desarrolladoras japonesas empezaron a volcarse en el mercado portátil en un principio -monopolizado por Nintendo con la discreta excepción de las PSP y Vita de Sony- para luego echarse de lleno a los teléfonos móviles, el mercado que realmente acabaría dominando el sector de los videojuegos en Japón. Esta especialización en móviles tuvo un curioso efecto secundario; al ser el mercado occidental más proclive al modelo F2P que el japonés, los juegos japoneses no conseguían venderse mucho fuera de su propio mercado, con lo que la mayor parte del software no salía de sus propias fronteras; el declive del Imperio Japonés ya era un hecho.
Y es que aunque Sony tenga el hardware dominante en la actualidad con su PS4, la mayor parte del software que vende es occidental, con lo que la percepción que se tenía hasta hace no tanto de que Japón era la Meca del Videojuego ha desaparecido del todo. El antaño importantísimo Tokyo Game Show hoy en día es una feria del cosplay y de los videojuegos sobre manga y anime, un festival de nicho que poco o nada tiene ya que ver con la gran cita que era durante los 90. De repente, estudios coreanos y hasta chinos han empezado a llenar el juego del «videojuego oriental» que hasta ahora ocupaba Japón, y aunque en Korea los gustos van más por el PC y en China no se mira con muy buenos ojos a las consolas japonesas ni a los japoneses en general, por lo que se da por hecho que la gran competidora en un futuro de Sony o Nintendo será una consola china, probablemente diseñada no muy lejos del sitio donde han estado fabricando su hardware durante años.
Así que supongo que sí, que nuestros hijos nunca tendrán esa visión de los videojuegos como algo japonés. Que son chinos, coreanos o yanquis, que más de uno pensará que los Pokemon son un invento de la Disney, y que aquel boom cultural japonés de los 80 y 90 con los videojuegos y las películas sobre ninjas se quedará en una anécdota de la que tal vez sólo sobrevivan personajes concretos como aquel que se pegaba contra todos mientras iba montado en una nube…