Hubo un tiempo allá por los 70 en el que la gente se flipó. De repente todo lo oriental estaba de moda, Bruce Lee había triunfado en el cine y su prematura muerte sólo lo hizo aumentar en fama. Todos veían películas «de chinos», el cómic se llenaba de historias de los susodichos chinos arreándose de lo lindo. El cómic, que hasta entonces sólo había retratado a los chinos como tiránicos comunistas o de villanos perversos como Fu Manchú, de repente empezaba a mirar con otros ojos a esos tipos de apariencia pacífica y capaces de tal despliegue de violencia…
Porque todo hay que decirlo, la representación de China y Asia en general en la cultura occidental hasta entonces había sido lamentable. La percepción que se tenía del continente era de estar compuesto por indios de la india (de esos que van al colegio en elefante) y de chinos, montones de chinos, sin diferenciar que fueran japoneses, coreanos, chinos o filipinos. Chinos todos. Siendo como era el mundo tan corto de miras los chinos esos podían ser un villano maravilloso y alguien a quien echar la culpa de todo, con lo que no tardó en crearse el mito del «peligro amarillo». Daba igual que existieran ejemplos de «chinos amables» como Charlie Chan, los libros sobre el Doctor Fu Manchú nos mostrarían hasta que punto podían ser malvados los chinos, constituyendo al malvado doctor como una especie de mafioso internacional y precursor de Hydra, Spectra y demás organizaciones secretas que conspiran para dominar el mundo. El éxito de Fu Manchu en la cultura popular fue tan grande que acabó trascendiendo las novelas de Sax Rohmer para aparecer en cine, televisión y hasta en cómics, siendo el inspirador de gran parte de los villanos del número 1 de Detective Comics -además de aparecer en la portada del cómic, la mitad de las historias tienen como antagonista a un chino perverso, a ser posible con coleta para que el protagonista pueda tirar de ella-.
Lo cierto es que la idea del «peligro amarillo» venía de largo. En el siglo XIX, en plena era del imperialismo, los asiaticos en general fueron demonizados de forma vergonzosa para justificar su «colonización». Si hasta mediados de aquel siglo la religión hindú había sido vista como una llena de rituales perversos y sociedades secretas -algo muy del estilo el Indiana Jones y el Templo Maldito, sí- una vez toda la India se había convertido en colonia británica, los esfuerzos para justificar la expansión desenfrenada de los imperios europeos se volcaron en dirección a China y Japón, que suponían un problema moral parecido al que ya se había tenido con India, y es que a diferencia del África subsahariana no estaba poblada por un puñado de negros en taparrabos a los que había que enseñar la palabra del señor a hostias. Oriente estaba repleto de culturas milenarias y conocimientos arcanos que asombraban a las élites de la época, con lo que la operación de demonización del oriental se puso en marcha rápidamente. A ello ayudaría bastante el hecho de que Japón no tardaría en plantar cara a las potencias occidentales gracias a la modernización que se llevó a cabo durante la era Meiji, con lo que pronto los japoneses estaban tratando de tu a tu y ganando guerras a las potencias europeas y hasta disputándole colonias en China. Y es que para la llegada del nuevo siglo había quedado claro que una vez África ya había sido repartida del todo, el único territorio del mundo que quedaba por ser saqueado era China, pero todo eso iba a cambiar…
Porque en 1900 los chinos también dieron rienda suelta a su propia xenofobia. La rebelión de los boxers venía liderada por un grupo de artes marciales y culpaba de todos los males de China a los occidentales, con lo que procedió a matar a todos los occidentales y chinos «occidentalizados» que pillaba por banda. Eran un grupo reaccionario y racista, pero no dejaban de tener parte de razón en culpar a las potencias occidentales de los males del país. Y claro, la cosa acabó como el rosario de la aurora con casi todos los imperios coloniales aliándose para entrar en China para saquear, matar y violar a su gusto. Los chinos se convirtieron en el demonio y cualquier guerra colonial entre potencias occidentales era considerada un despropósito porque «el verdadero peligro era amarillo». Si le sumamos a todo esto el hecho de que por aquella época les gustaba ver conspiraciones por todas partes y algunos hasta habían empezado a sugerir que «el Imperio Chino fue fundado por judios», quedaba claro que la excusa para invadir China se les había ido bastante de las manos.
Y es justo en esta época de odio a todo lo oriental en la que aparece el ya mencionado Fu Manchú, que no deja de ser otra cosa que un chino que quiere que su país vuelva a ser grande. Para ello utilizará a artistas marciales, magia negra oriental y hasta las llamadas «Dragon Lady», que no dejaban de ser mujeres fatales de las del cine negro de toda la vida pero que a la vez apelaban al pánico racista de occidente a que la raza blanca desapareciera por follar con chinas. Y claro, el hijo de una china y un blanco es un chino y no un blanco, igual que el hijo de un blanco y una negra es un negro y el de un indio y una blanca es un indio. Gilipolleces del primer mundo que no tardarían en pasar a un segundo plano cuando en europa se dieron cuenta de que su verdadero enemigo no eran los chinos esos muertos de hambre, si no el vecino de al lado que tiene tantas armas y hasta es más guapo que yo. Así que una estupidez daría paso a otra y la Primera Guerra Mundial haría que nos olvidáramos del peligro amarillo, que al fín y al cabo sólo era una excusa para seguir matando chinos.
Tras la guerra y el reparto desastroso de Europa que nos trajo, el mundo volvió a odiar a «los amarillos», pero menos. Occidente estaba demasiado ocupado lamiéndose las heridas y mirando de reojo al comunismo ruso, con lo que los únicos que quedaban para maltratarlos eran los propios japoneses, que empezaron a expandirse sin mucha oposición por el maltrecho imperio chino, por Corea y por todos los sitios que los europeos habían dejado sin marcar. Sin embargo la chinofobia seguía viva en occidente y, aparte de mostrarnosla en Tintín o Terry y los Piratas, se extendía a otros países asiáticos cuando personajes multimedia como La Sombra se enfrentaban al peligro mongol encarnado por Shiwan Khan, el último descendiente de Genghis Khan y poseedor de oscuros sortilegios orientales.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial provocaría que toda esa cultura del peligro amarillo se canalizara en contra de Japón, imperio que hasta entonces poco había importado porque se solo se había limitado a matar chinos y violar chinas (entendiendo chinos por media asia). Los japoneses son retratados como tipos de dientes prominentes y normalmente con gafas de culo de vaso, traicioneros y conspiradores como pocos. Sin embargo la japonesofobia pronto terminaría con el final de la guerra, porque el triunfo de la revolución comunista en China para los años 50 pronto provocaría el regreso de la chinofobia.
Y es que los años 60 nos traerían ya a personajes como Egg Fu, Garra Amarilla (aunque tiene una aparición fugaz en los 50) o el Mandarín, que era una extraña fusión entre Fu Manchú y Shiwan Khan al ser un descendiente de Genghis Khan nostálgico de la china prerrevolucionaria. Pero algo estaba cambiando en estos personajes, porque de repente volvía a haber «chinos buenos». Si en el caso de Egg Fu el despropósito es completo y no hay manera de salvarlo, cuando hablamos de Garra Amarilla vemos como su antagonista es Jimmy Woo, un «chino americano». Y en el caso de Iron Man, podemos ver como en su origen un tal Ho Yinsen le ayuda a construir su armadura; de repente los orientales ya no son solo malos o mujeres fatales que se enamoran del protagonista, también pueden ser buenos, premios nobel y hasta los héroes de la historia.
Y todo esto nos lleva a los 70, con la explosión del cine de artes marciales y occidente descubriendo la cultura oriental durante las siguientes décadas, y en ese mundo nos ha tocado vivir a nosotros. Tengo que reconocer que a mí estas cosas nunca me han ido mucho -aquí el fan de Shang Chi es M’Rabo, que es experto en eso de los ninjas que te atacan por la espalda- con lo que a mí lo único oriental que me veréis comentar es alguna cosilla de videojuegos. Pero creo que dentro de la lamentable excusa que supuso el «peligro amarillo», podemos dar las gracias a el de poder disfrutar de ese arquetipo de villano que es Fu Manchú, el padre de los Strucker, Blofeld y compañía.