El mundo siempre está a dos minutos de irse a hacer puñetas y sólo los yanquis pudiendo salvarlo. El resto del mundo lo único que hace es sacar tajada mientras la diplomacia estadounidense lucha a brazo partido por superar la crisis y evitar por todos los medios que sus propios militares convenzan al presidente de apretar por fín el botón rojo de las armas nucleares.
Esa es más o menos la conclusión que podríamos sacar de la mayor parte de los thrillers políticos con los que nos bombardea hollywood desde los años 50, pero The Brink toma el camino de Kubrik en Teléfono Rojo (Doctor Strangelove para los que no entiendan la «traducción creativa» que tuvo el título en España) y trata de dejarnos claro que el mundo esta gobernado por idiotas. Pero claro, ¿que se puede esperar de un secretario de estado adicto al sexo o de un presidente del gobierno completamente pusilánime e incapaz de tomar una decisión propia? ¿De una diplomacia internacional basada en buscar la mejor forma de conseguir marihuana y en la que cada uno sólo busca «retirarse» en la embajada en París? Y lo peor de todo, ¿hay alguna diferencia de todo esto con la realidad?
La serie, creada por los hermanos Benabib, nos pone a Tim Robbins como secretario de estado de EEUU que no ve forma posible de evitar un apocalipsis nuclear cuando unos militares dan un golpe de estado en Pakistán y deciden que convertir Israel en un montón de ceniza radiactiva es una idea estupenda. El secretario se las verá y las deseará para encontrar una salida negociada de la crisis, con lo que su única esperanza será un incompetente funcionario de su embajada de Pakistán interpretado por Jack Black cuyos esfuerzos serán continuamente torpedeados por el embajador estadounidense, un fanático religioso interpretado por John Laroquette.
Todo esto sin olvidarnos de los militares de a pie, esos que se pasan el día drogándose para compensar la mierda de sueldo que cobran y simplemente poder aguantar en pie todas las horas que les pide su trabajo. Cosa que, por supuesto, acaba provocando que pilotos de combate acaben vomitando sobre la cabina de su caza de combate y acaben soltando un misil donde no deben. Pero estas cosas pasan, porque al fín y al cabo un descuido lo puede tener cualquiera…
A lo largo de los diez capítulos que componen la serie, llegaremos a varios «falsos finales» de la crisis; en otro contexto pensaría que están alargando la serie tontamente, pero lo cierto es que los Benabib saben lo que se hacen; cada vez que los esfuerzos diplomáticos salen mal es por una razón lógica y completamente obvia, y normalmente suele deberse a alguna estupidez que ha cometido otro personaje minutos antes y por el gatillo fácil de algunos altos cargos del gobierno estadounidense.
Tengo miedo a contar más de lo que debo, así que sólo diré que la serie merece mucho la pena y para mí es la gran revelación del verano, con lo que ya estáis tardando en verla si no lo habéis hecho ya.