La bancarrota de Marvel no fue el apocalipsis que más de un fan pronosticó a principios de 1997. El enfrentamiento por el control de la editorial entre Ron Perelman, Carl Icahn y Toy Biz había provocado que el primero declarara la bancarrota de la empresa para que Icahn no siguiera devorando acciones y así tener tiempo para buscar inversores que detuvieran la hemorragia de deudas de la editorial, pero todo fue en vano; Icahn tomó el control de la empresa durante la mayor parte del conflicto, y Bob Harras tuvo a un nuevo jefe: Joe Calamari.
Joe Calamari había sido uno de los ejecutivos de los tiempos de Jim Shooter, y por esa razón era el elegido por Icahn para ser el nuevo presidente de Marvel. Desde un principio, Joe tuvo claro que todo lo que había hecho Perelman con la empresa era cargársela, con lo que una de las primeras cosas que hizo fue contratar a Chris Claremont de director editorial y a Michael Golden de director artístico. De repente Bob Harras tenía a Claremont casi como su mano derecha, tenía a Calamari haciendo todo tipo de promociones absurdas y tomando decisiones editoriales sin consultarle y a los lectores de Marvel preocupados de que Spiderman fuera vendido a DC para pagar las deudas. Tenían que hacer algo…
Mucha gente cree que 1997 experimentó un renacer de Marvel, y no precisamente venido del Heroes Reborn de Liefeld y Lee. Sin la carga de los títulos de Avengers o Fantastic Four, sin un Terry Stewart o un Calabrese forzando la situación, Harras pudo hacer y deshacer a su gusto. Calamari podía forzarte a contratar a alguien para que fuera tu propio jefe, pero ya no obligaba a poner portadas holográficas ni tonterías de esas. Tras los despidos de gran parte de su personal, los nombres de editores como Matt Idleson o Tom Breevort empezaron a aparecer en títulos totalmente nuevos o atípicos como Thunderbolts, Deadpool, Quicksilver o Ka-Zar, ninguno de ellos perteneciente a las franquicias habituales. Lo curioso de estos cómics es que, al margen del éxito que tuvieran, hicieron populares a sus guionistas en vez de a sus dibujantes. Parecía que las cosas estaban cambiando poco a poco, y hasta los mutantes empezaban a abandonar su inmovilidad.
Y es que mientras había durado la serie de animación de X-Men, todas las órdenes de arriba habían sido las de mantener los mismos personajes encerrados en su mansión, sin hacer ningún cambio en la serie. Las intromisiones editoriales en el trabajo de los guionistas habían sido totalmente inflexibles, y hasta habían hecho que un hombre de la empresa como Fabián Nicieza dejara la serie. Su sustituto Mark Waid tampoco duraría mucho, porque tras varios choques con Bob Harras y sus asistentes, uno de ellos le dijo que las historias no eran cosa de los guionistas, que lo de las series llevadas por los escritores lo veían como «un experimento fallido». A Waid le sucedería Scott Lobdell, que se hacía con el control de ambas series. Lobdell, que junto a Madureira había conseguido cierto cariño del público con la Era de Apocalipsis y una aventura en el espacio junto a los Shi’ar -el mismo tipo de aventura espacial que tanto había despreciado Harras cuando dió el control de la serie a Lee y Portaccio- tenía pensado un nuevo crossover para ese mismo verano en el que se pondría patas arriba el mundo de los X-Men; Operación Toleracia Cero. Fue su última historia en la serie.
Porque mientras en las oficinas de los editores de Thunderbolts o Deadpool se respiraba más libertad, X-Men seguía siendo el centro de todo para Bob Harras y seguía editándola él personalmente. La idea original del crossover era la de que un grupo de antimutantes derrotara a la Patrulla X y los forzara a vivir fuera de la mansión, a ganarse la vida como pudieran sin depender de la fortuna de Xavier o la de Warren Worthington III, el Ángel. Pero cuando Lobdell iba ya a terminar la historia, Harras le dio el alto y lo forzó a terminar la historia de la forma más convencional posible: los buenos ganan y se quedan en su casa. Lobdell reventó. Llevaba más de cinco años en la serie y nunca le habían dado un margen de confianza, había tenido más libertad haciendo los diálogos del Iron Man de Portaccio en Heroes Reborn, ¿como se atrevían a hacerle esto? Los sucesores de Lobdell en la serie, Joe Kelly y Steven Seagle se encontrarían poco a poco en una situación parecida, los mutantes seguían siendo el único sitio en el que no había libertad alguna para los guionistas.
Puede ser que en la cabeza de Harras no entrara lo de dejar hacer a sus autores, pero de lo que sí se había dado cuenta era de que entre tanta variant cover y tanto crossover al servicio del especulador, había perdido a su lector habitual, que Marvel ya no era la de antes. Harras empezó a cambiar las cosas poco a poco. Los diseños de portada se volvieron más retro que nunca -las series llevaban el membrete de «World’s Greatest Comics!», al estilo del de los Fantastic Four de Lee y Kirby-, se declaró un mes del Flashback en el que todas las series saldrían con el número «-1», estarían ambientadas en el pasado de los personajes y realizadas con un estilo marcadamente retro y hasta la Patrulla X recuperaría en una de sus series la alineación clásica de principios de los 80 reuniendo a Kitty, Logan, Rondador, Coloso y Tormenta. Pero el gran evento retro de 1997 no sería ese…
Porque la gran vuelta a los orígenes sería Heroes Return, con Marvel recuperando los personajes «prestados» a Lee y Liefeld. Fantastic Four iba a estar escrita por Lobdell -intentando tener la libertad que su status de «estrella» merecía- y dibujada por Alan Davis, mientras que Avengers la llevaba el guionista de Marvels y nueva estrella de la editorial, Kurt Busiek, al que se le unía toda una leyenda como George Pérez. A la vez se corregía una de las grandes injusticias del pasado, con Captain America volviendo a las manos de Mark Waid y Ron Garney, los autores a los que aquel despropósito llamado Heroes Reborn les había arrebatado el personaje. Todos los personajes volvían a su look clásico, se deshacían las transformaciones extrañas de personajes como Iron Man o la Avispa y los 4 Fantásticos recuperaban su uniforme de los tiempos de Stan y Jack. El retorno fue un éxito absoluto y The Avengers volvía a lo más alto, rivalizando en ventas con los mismísimos mutantes.
Pero los éxitos de aquella Marvel no eran cosa de Harras. Los redactores de la época hablan de un Editor Jefe que se limitaba a mantener ordeñada la vaca mutante, a tratar de satisfacer como podía a sus nuevos jefes -que, como digo, cambiaban cada dos por tres y daban órdenes contradictorias- mientras los demás editores más o menos iban dando libertad a los autores porque, al fín y al cabo, las órdenes de arriba eran tan caóticas que era mejor ignorarlas. Esto no daba buena imagen de Harras ni de Marvel, por lo que la sensación en el público en general venía a ser la de que la editorial había pasado por una época horrenda y que, aunque ahora tuviera algunas series que merecían la pena, los responsables del desaguisado seguían en el poder. Que Bob Harras seguía en el poder. Joe Calamari era consciente de ello, y empezó a buscar nuevas ideas…