Yo no pienso presentar a Joss Whedon a estas alturas de la película, asi que mejor decir que su nombre estuvo en todas las quinielas para escribir X-men ya desde los tiempos en los que Lobdell abandonó el barco. Así que tampoco era de extrañar que, tras el roto que le había hecho a Quesada la espantada de Grant Morrison con su furtiva exclusividad con DC, la solución más obvia fuera conseguir a Whedon como fuera.
Sin embargo, la llegada del neoyorquino a la serie en 2004 nunca llegó a tener tanto tirón mediático como la del escocés calvo, algo a lo que en gran parte contribuyó la incapacidad de Whedon de mantener una periodicidad de la serie medianamente regular (seis números por año de media, cuando lo normal en la Marvel de aquella época empezaba a ser de dieciocho) y el hecho de que Astonishing X-men fuera «una burbuja» por expreso deseo del autor; nada de lo que sucediera en el resto del universo marvel iba a impactarla, con lo que Whedon podía escribir libre de los crossovers ajenos. Pero esto tenía un efecto secundario que consistía en que, con los retrasos, el resto de series tuvieron que dejar de tenerla en cuenta y las demás series del grupo empezaron a despreocuparse por lo que pasara en Astonishing. Autores como Claremont, Carey y más tarde Brubaker pasaron de estar completamente sometidos a Whedon a empezar a contar historias «posteriores» a Astonishing, con lo que crossovers como Messiah Complex empezaron a ser el gran evento de la franquicia mientras lo que sucediera en Astonishing pasaba a un segundo plano. Si a ello le sumamos el ascenso mediático de los Vengadores y crossovers como House of M o Civil War, de repente lo que pasaba en los mutantes no solo no estaba controlado por Whedon, si no que hasta Brian Michael Bendis pintaba más que él.
Asi que uno se pregunta que carajo hace hablando de Astonishing X-men, una serie que, al margen de su calidad, nunca fue la que marcó el estilo. Pero esto no debería haber sido así; si bien Morrison había conseguido escribir a ratos buenas historias que reconciliaban con el buen gusto las horrendas historias de la serie durante los 90, acabando la serie con varios gritos desesperados de amor a la etapa de Chris Claremont, Whedon empieza desde el principio adoptando la herencia de Morrison con los brazos abiertos pero a la vez manteniendo los pies en la tierra; esto es X-men, esto lo construyó Claremont antes que Morrison, aquí lo que importan son los personajes y las aventuras que pasan, no el color de sus genes.
La primera saga de la serie trata sobre una posible «cura» para los mutantes, un tópico desgastado al que Whedon pega un golpe de efecto: el resposable de esa cura no es un humano, son unos alienígenas que desean acabar con los mutantes porque uno de ellos amenaza a su propio planeta. Se vuelve a crear la mezcla de géneros que tanto se había echado de menos en los últimos años, los personajes manifiestan su intención de «volver a ser superhéroes» y el cómic se llena del humor made in Whedon. Es una etapa en la que el peso de la serie pasa de Emma Frost a Kitty Pryde, compartiendo ambas el protagonismo en muchas ocasiones y dejando en un segundo plano a personajes como Cíclope o Lobezno. Lo importante en Astonishing es consolidar a Emma como «buena» y a Kitty como adulta, si no lo habían hecho ya a estas alturas. Y dejar claro que Lobezno sólo vive para una cosa: Las birras.
Creo que Astonishing X-men 14 es un buen ejemplo de lo que acabó siendo la etapa de Whedon en la serie y en cómo debía de haber marcado el camino a seguir. Tras Gifted, la primera saga de la serie y en la que se marca la trama principal de la etapa, Whedon lleva a cabo en Dangerous y en la saga posterior historias en las que los personajes dudan de si mismos y de sus compañeros, libran batallas contra si mismos y se preparan para el gran final. El cómic está más o menos en el ecuador de la etapa, porque lo de Whedon aquí es una única historia. El cómic empieza con una recreación de la última noche de Scott y Jean antes de la primera aparición de Fénix Oscura, con la diferencia de que todo lo que está ocurriendo es un juego mental de Emma Frost, que viene a echarle en cara que sigue queriéndole más a Jean que a ella. Lo extraño de la conversación es que deriva hacia la parte más reprimida deScott Summers, retratando su complejo de inferioridad respecto a Jean y sus compañeros, su necesidad de ser tan molón como Lobezno… O lo más importante: Su inseguridad como líder del grupo.
Porque lo que «Emma» viene a decirle a Scott es que, mientras el resto del grupo tenía cualidades propias que lo hacían destacar, Scott sólo tenía el liderazgo que Xavier le había entregado por… ¿Lástima? ¿Pena? Se cuestiona si él está a la altura de un Capitán América o un Reed Richards, y abre viejas heridas al recordar como la única vez en la que Cíclope ha luchado por el liderazgo del grupo, perdió contra una Tormenta sin poderes. El número avanza por la tortuosa mente de Scott, haciéndole perder terreno dialéctico constantemente hasta que se llega al meollo de la cuestión: Scott lleva fingiendo toda su vida, tiene miedo al abandono, a perder el control. Lo ha escondido todo lo que ha podido y lo ha negado todo como mecanismo de defensa, pero su personalidad vacía es un claro testimonio de su propia represión.
Todo esto va intercalado con escenas que avanzan la trama de Breakworld que ya se vió en «Gifted» y algún que otro gag sobre la relación entre Kitty y Coloso; todo ello avanza la trama y desarrolla personajes, pero que el «cinematic style» de John Cassaday cuenta con pocas viñetas y que acaba provocando que el cómic se nos acabe en un suspiro. Uno tiene ganas de que le cuenten más, que Whedon abunde mucho más en los diálogos. No sé hasta que punto es culpa del uno o del otro, pero lo malo de esta etapa siempre estuvo en que no era una buena serie para seguir en formato comic book, siempre fue mejor carne de paperback.
Tras 24 números y un Giant Size, Whedon y Cassaday abandonan el barco y X-men cae en manos de Brubaker primero y Fraction después, que mediante la trilogía «Messiah Complex», «Messiah War» y «Second Coming», intentarán devolver a la franquicia el lustre que ha perdido respecto a los Avengers de Bendis. Personalmente, creo que estas dos etapas deberían considerarse como una sola, porque ambas viven lastimosamente de lo sucedido en House of M -un crossover que escribió Bendis allá por 2005, al final del cual casi todos los mutantes del planeta perdían sus poderes- y a raíz del cual la serie y sus personajes se enajenan más allá de todo lo imaginable; ser mutante y que nazcan mutantes pasa a ser lo más importante de la vida de los personajes de la serie, con lo que el cómic se despega totalmente de la realidad y los lectores empiezan a rechazar esa alienación.
No voy a hablar de la etapa de Brubaker y Fraction, ni mucho menos de la de sus sucesores. Creo que no tenemos perspectiva suficiente para juzgar si han tenido relevancia a posteriori o no, y también pienso que el caso ya esta visto para sentencia. Estos posts se han llamado Chris Claremont VS X-men, y en el próximo post sacaremos conclusiones sobre si el patriarca mutante es digno de su título. En dos semanas (la semana que viene tenemos un aniversario que atender convenientemente) sabremos la verdad. O lo que yo creo que es verdad, que tanto da…