Ayer hablábamos de ese lento fundido en negro que supuso Inferno para la etapa de Chris Claremont en los mutantes, y habíamos dejado la cosa en que los Cazafantasmas eran engullidos por el ascensor de un edificio. Y que Madelyne se ha vuelto chunga, por supuesto.
Ajenos a la terrible muerte de aquellos-que-no-eran-los-cazafantasmas-pero-sí, la parejita sigue a su rollo mientras Madelyne va cambiando de ropa de viñeta en viñeta. La ambientación de película de terror continúa hasta que Pórtico (un mutante amigo de la Patrulla X) se carga la escenita teleportándolos de vuelta a casa en Australia sin que nadie se lo pidiera. La pareja se despide sin ningún problema, y Madelyne se va a demostrar que ahora es una villana; visita la tumba de Jean Grey y se lía a llamar mentiroso a Scott Summers, a jurar venganza y a… Transformar en demonios a los padres de Jean cuando estos aparecen de visita. Cosas de la vida, Madelyne ha hecho un pacto con el demonio N’Astirh en un número anterior y ahora tiene poderes a juego con su nueva identidad de «Reina Duende» (mucho se flipó Chris viendo a Bowie en Laberinto, creo yo). Y así es como la tierna y dulce Maddie viaja a Nebraska, al orfanato donde Scott Summers creció, donde encuentra un sótano que misteriosamente esta lleno de versiones de distintas edades de ella misma… Spiderman se echaría a llorar si viera esto.
Cortamos a Dazzler, Logshot y Pícara. En el tiempo que ha pasado desde el 200 de X-men, el grupo ha adoptado a la cantante disco fracasada y al fugitivo interdimensional, y ahora son miembros de pleno derecho y blablabla. Claremont llevaba varios números cocinando un triángulo amoroso entre ellos, y en esta escena viene a detonarlo justo a tiempo para Inferno, donde la idea es que todo cristo este influenciado por el rollo demoniaco y acaben todos a tortas. Mientras tanto, Kaos ha localizado a los Merodeadores en los túneles Morlock (¿recordais que dije que eran un cabo suelto que Claremont tenía pendiente por atar?) y Lobezno y Tormenta ven con buenos ojos hacer un viaje a Nueva York para ajustar cuentas pendientes, asi que el grupo se teleporta allí desde Australia y se lía a tortas con la banda. Sin embargo, a medida que avanza la pelea, el entorno empieza a comportarse de forma un pelín extraña:
Tal es así que, para cuando el grupo emerge a la superficie, se encuentra que Nueva York ya ha caido completamente presa de Inferno, y que la ciudad ha sido poseida por los demonios. El cómic finaliza con Madelyne descubriendo a su creador, a su padre, a Mister Siniestro, el ñapas oficial del universo mutante (en un sentido diferente al de Forja, ya me entendéis) que se ha liado a clonar a Jean Grey hasta crear una copia lo suficientemente perfecta a la que llamar Madelyne y que poder liar con Scott.
Y no hay más. La historia continua en números siguientes con un crossover con X-Factor, un enfrentamiento cara a cara entre Madelyne y Jean y la fusión entre ambas y Fénix para que Jean pueda recordar absolutamente todo y asumir su puesto como madre del hijo de Scott, tratando de librarlo de toda condena por abandono del hogar conyugal. La chapuza no se sostiene por ningún lado, y que el perpetrador de todo el follón no deje de ser un esperpento de personaje como Siniestro (cuya motivación principal en aquel momento no dejaba de ser la de torturar a Cíclope, como si fuera una especie de alter ego del propio Claremont) no ayuda a arreglar el asunto en lo más mínimo. Como os decía, las consecuencias de esta chapuza perseguirán a Chris por el resto de su carrera, y cuando al año siguiente un dibujante llamado Jim Lee empezó a trabajar en la serie, Claremont ya no parecía el motor indispensable de la franquicia mutante, si no más bien un santo Job que aguantaría todos los palos posibles. Pero su paciencia infinita tenía un límite, y tras los cinco años de mamoneo que tuvo que soportar desde aquella lamentable resurrección de Jean Grey, Chris Claremont decidió abandonar X-men, dejando a Bob Harras, Jim Lee y Whilce Portaccio con un palmo de narices; en 1991, toda la estrategia editorial se basaba en dejar que los dibujantes se encargaran de crear las historias y que Claremont las hiciera legibles. Acababan de anunciar el estreno de una segunda serie de X-men, los miembros de Factor X iban a volver a unirse al grupo y Xavier volvería del espacio para liderar la escuela; se volvía a los orígenes, ¿no era eso lo que quería Claremont? ¿Que Magneto volviera a ser malo, que la Patrulla X volviera a la escuela y todo eso? ¿Deshacer por completo todo el trabajo de su vida, y que todos los personajes volvieran a la casilla uno, y que hasta Lobezno volviera a llevar aquel traje amarillo chillón de los 70? Chris Claremont ya había aguantado bastante mierda, y los dejó con un palmo de narices. Él era un artista, no un mercenario.
Asi que Marvel necesitaba un mercenario. El nombre que apareció inmediatamente fue el de John Byrne, que sólo por putear a Chris en lo que fuera se ofreció a escribir los diálogos de la basura que pudieran pergeñar los Lee y Portaccio. Los primeros compases del Uncanny postClaremont consistieron en cargarse el Club Fuego Infernal, a la Reina Blanca y a los Infernales, todos creaciones de Claremont. Por su lado, en la nueva serie de X-men, Jim Lee presentó a un villano plano y sin carisma llamado Rojo Omega, contó la peor historia jamás escrita sobre el mojoverso (lo de la crítica social no era lo suyo, no) y en menos de un año salía espantado hacia Image, dejando a Bob Harras con lo que se merecía: Sin dibujante ni guionista estrella. Para colmo, Byrne había dejado las dos series en menos de tres meses (putear a Claremont no compensaba el aguantar a esos niñatos) y Harras había tenido que confiar el escribir las dos series a un desastrado que mendigaba trabajo por la redacción, un tal Scott Lobdell… Pero de ese mejor hablamos la semana que viene.