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Más sobre Ángel Martín: Apología de la crítica

Nos ha llegado esta colaboración al hilo del asunto Ángel Martín. Dado que el hombre se ha molestado en hacerla y quiero vacaciones, esperamos que nos perdonéis por ser tan reiterativos con el tema. Mañana ya volveremos otra vez al rollo ese de las series inglesas…

Hablare de su (ex)programa. Y me voy a centrar en su primera época, antes de que los fenicios y los mamones (sí, esos que sólo saben chupar de lo único) les hicieran cambiar de rumbo hacia algo que no deja de ser igualmente válido; obviamente más creativo, pero quizá menos novedoso y necesario. No sé qué parte de lo que voy a comentar es responsabilidad de Ángel Martín, en gran parte porque una de las características propias del programa es que no había créditos ni al principio ni al final. ¿Modestia? ¿Una forma de ocultar cierta pobreza de recursos humanos? Cualquiera sabe. En cualquier caso, lo que es seguro es que sin Ángel Martín el programa nunca hubiera llegado a ser lo que ha sido y es. No en vano una de las principales señas de identidad del programa es el vitriolo que ha gastado siempre con la prensa del hígado, y Ángel Martín ya dejó muy claro desde el primer minuto del primer programa que ese género no le atraía mucho que digamos.

“Sé lo que hicísteis” empezó como un programa de crítica televisiva, en el mismo plan que en los periódicos ha habido toda la vida críticos de cine, teatro, libros, etc. Citando las fuentes, como no podía ser menos. Con el añadido de que esa crítica se hacía en clave de humor. Un humor muy currado, y unas críticas más que acertadas, que sintonizaron plenamente con un sector del público que estábamos ya hasta las narices de pseudoperiodistas endiosados empeñados en confundir la libertad de expresión con el «derecho» a meterse en la vida de los demás; a coger el brazo y lo que no es brazo cuando les dan (o venden) la mano; a joder la vida a la gente y decir que lo haces por tu público, cuando lo haces por tu bolsillo; hipócritas, cabrones, sinvergüenzas todos. Una marabunta desbocada de cotillas, perdonavidas, chabacanos, inventachismes, chulos, maleducados, indecentes y cosas peores se apoderaba entonces, minuto a minuto, de la programación televisiva.


Nada que no supiéramos, pero a muchos les dolió que alguien lo dijera, porque era la verdad, y es que en este programa se anunciaba a los cuatro vientos algo aparentemente obvio: el Emperador iba desnudo. Y no sé si por este programa, o por saturación, o por agotamiento, o porqué, pero lo cierto es que la marabunta perdió cierto empuje. No lo bastante como para desaparecer, por desgracia, pero sí lo bastante como para no comerse lo poco que quedaba de programación. Pero ya se sabe que mala hierba nunca muere.


¿Que estas críticas le jodieron la carrera a alguien? Visto quiénes eran los «atacados», aunque así fuera, que se jodan. Sería pura justicia, y además muy leve para lo que merecían. Quien basa su carrera en destrozar la intimidad, la reputación y la vida de otros de otros no merece menos. La excusa de «tengo carta blanca, este tío ha vendido exclusivas» es la más hipócrita y rastrera que jamás haya oído. Que ya no estamos en el parvulario, señores. Es como decir que por haberte contratado con un contrato temporal de tres meses, tu jefe te va a tener trabajando toda tu vida. Una soplapollez.

Cierto es que esta mierda de pseudoprensa no existiría si la gente no la consumiera como las vacas el pienso; pero qué le vamos a hacer. El ser humano es como es; este circo sangriento no es más que la sublimación de las ejecuciones en la plaza pública o el circo romano de antaño. Mismo perro, distinto collar. Mismos motivos para prohibirlo. No se pierde nada, señores. El que quiera cotilleo, que baje a la portería.

Después de todo, si nadie hiciera mierda, no habría moscas volando por encima.

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