Hoy quiero hablar de un pequeño viaje relámpago a un lugar familiar (pagado por la tarjeta de crédito de Diógenes, cuyo número ya he memorizado) para poder conocer a alguien cuya obra he admirado desde que tengo uso de razón y, de propina, disfrutar casi en primicia de un documental dedicado a su figura. Y es que en el festival Tenerife Noir, entre muchas otras actividades e invitados, han contado con la lujosísima presencia de Frank Miller, un autor tan genial como polémico que, a estas alturas, no necesita presentación alguna.

Cuando comenzaron a surgir los rumores de que Frank Miller visitaría España, y nada menos que la isla de Tenerife, no me lo creía del todo. Pero, teniendo en cuenta cómo en los últimos años los diferentes eventos que se celebran allí habían conseguido llevar a gente como Brian K. Vaughan o Howard Chaykin, tenía bastantes esperanzas de que esos rumores fuesen ciertos. Y para cuando se confirmó el notición, se pusieron a la venta las entradas y se abrió el turno para las limitadísimas sesiones de firma (solo treinta por cada uno de los tres días que Miller estaría allí), ya estaba yo pulsando F5 como si me fuese la vida en ello para conseguir uno de los codiciadísimos turnos.

Y tras algo de ajetreo, decidir qué quería llevarle a Miller para que me dedicase y reencontrarme con algunas caras conocidas de anteriores visitas, llegó el día en cuestión. Un día que, para ir abriendo boca, comenzaría con la proyección del documental «Frank Miller: American Genius», dirigido por la francesa Silenn Thomas. Un documental para el que Miller dio a su creadora carta blanca y que, tras siete largos años de desarrollo, documentación, viajes y entrevistas con admiradores y colaboradores de Miller, se presentó en Estados Unidos el año pasado y ha llegado ahora a España (aunque no sé si se había proyectado antes en algún otro evento patrio antes que en Tenerife).
Esto ha valido bastante la pena
El documental realiza un exhaustivo repaso a la dilatada carrera de Frank Miller: desde que era un crío correteando por Vermont con un disfraz casero de Superman que le había hecho su madre, su sueño de ser uno de los creadores de esos cómics que tanto disfrutaba, su salto al estrellato, sus influencias, su evolución y también los episodios más oscuros de su vida y trayectoria. Un repaso que cuenta con testimonios de primera mano tanto del propio Miller como de aquellos que le dieron sus primeras oportunidades como Neal Adams, la gran mayoría de sus colaboradores más cercanos (aunque con un par de notables ausencias) y de otros grandes del cómic que han sido tanto ídolos del propio Miller como admiradores y amigos de este.
Y de propina el prologo del documental
Aquí nos encontramos a un Miller muy cercano y bastante humilde, que sabe de sobra el lugar que ocupa en la historia del cómic estadounidense y mundial, pero que ahora es un señor mayor casi entrañable que solo quiere seguir haciendo lo que más le gusta mientras sea capaz de ello. Un lugar al que no le resultó nada fácil llegar, como cuenta en una entrevista de archivo el gran Neal Adams, recordando con cariño a aquel joven que le presentó ilusionado muestras de su trabajo que Adams diseccionó con aquella honestidad brutal que le caracterizaba, llegando a decirle a Miller que no servía para hacer cómics y que seguramente no serviría jamás. Algo que, en lugar de desmotivarlo, simplemente lo impulsó a intentarlo con más ganas, corrigiendo todos los fallos que le había señalado Adams e insistiendo una y otra vez en verlo de nuevo para que juzgase su evolución. Y ya fuese por la tenacidad de Miller, o porque Adams vio que realmente tenía potencial, acabó dándole algunos trabajos menores en su agencia y recomendándolo para conseguir poner el pie en la industria del cómic.
Y con ese empujoncito por parte de alguien a quien Miller acabó considerando un segundo padre, comenzó su meteórico ascenso a la fama. En apenas un par de años pasó de dibujar un par de historias cortas para Western Publishing (en 1978), a hacer lo propio en DC Comics y acabar en Marvel, donde se convirtió en un dibujante habitual de números de relleno y portadista. De aquella época cuenta Jim Shooter en el documental que uno de los primeros momentos en los que el trabajo de Miller llamó su atención fue cuando le encargó a este, y a otros dos dibujantes, realizar la portada del primer número de una nueva serie que iban a publicar en 1979. Cuando vio el trabajo de Miller, quedó asombrado y fue la suya la portada escogida. Un momento en el que apareció en pantalla, y a un tamaño mayor del que jamás la había visto, la portada del primer número de ROM, el Caballero del Espacio… snifs.
A partir de ahí, ya conocemos la historia, unos números de relleno en Spider-Man donde aparecía Daredevil desembocaron en que este consiguiese convencer a Shooter para que le dejase encargarse del dibujo de la serie de este último. Un trabajo del que Miller no tardó en encargarse tanto del dibujo (con las tintas de Klaus Janson) como del guion, algo que provocó un aumento de ventas tan espectacular que Daredevil recuperó su periodicidad mensual y, de allí, al estrellato. Miller, poco a poco, fue haciendo suyo el personaje, dejando que su reciente pasión por el manga y las historias de samuráis influyese cada vez más al personaje. Una época en la que vio la luz un personaje legendario como Elektra.
Pero Miller no se durmió en los laureles y siguió experimentando y evolucionando. Su pasión por la cultura japonesa lo llevó a colaborar con Chris Claremont en la primera miniserie de Lobezno, Honor. Una colaboración de la que Claremont recuerda que, al ver las páginas de Miller, se dio cuenta de que la historia podía funcionar perfectamente incluso sin sus textos. Y aunque estos aparecen con la profusión habitual que uno espera de Claremont, es cierto que hay numerosas escenas que prescinden por completo de ellos y que los textos de apoyo tan habituales en la época no son aquí un narrador en tercera persona, sino los monólogos internos de Logan. Un recurso que Miller se apropió para añadirlo a su repertorio.
El documental continúa repasando en detalle la carrera de Miller, con más testimonios de todos los que colaboraron con él y recuerdos de momentos como la publicación de Ronin, donde dio rienda suelta a sus pasiones y afán de experimentar. Su colaboración con otro de los “hijos” artísticos de Neal Adams, Bill Sienkiewicz, para hacer un cómic tan único en su época (Elektra Assassin) que, como recuerdan ellos mismos en el documental, llegaron a pensar que había sido un fracaso debido al silencio de una crítica y un público que no sabían qué decir de ese cómic que terminó siendo algo mítico. Y, por supuesto, cómo en DC revitalizó y transformó a Batman a través de dos historias tan míticas como diferentes: Año Uno y The Dark Knight Returns.
Y como esto ya ha quedado bastante largo (y quiero aprovechar su extensión para partirlo en dos y trabajar menos esta semana), lo dejaremos por hoy aquí para continuar mañana repasando algunos de los trabajos independientes de Miller, su salto al mundo del cine y los episodios más oscuros de su vida.