Ayer hablábamos de como por un misterioso error a Jacques-Louis David le dió por pensar que los romanos para saludar necesitaban hacer una demostración de lo bueno que era su desodorante, con lo que buena parte de sus contemporáneos y de los artistas del siglo posterior se creyeron a pies juntillas que así se saludaban los romanos. Y va a ser que no, pero sobacomanía lo empezó a petar tanto que para 1892 en EEUU se empezó a extender lo que se llamaba el Saludo Bellamy, utilizado para jurar la bandera de EEUU en los colegios americanos. El saludo empezaba por juntar ambos pies -a ser posible dando un taconazo- estirarse y levantar el brazo estirado más tieso todavía mientras se juraba lealtad a la bandera de EEUU y su constitución y sus cosas. Pobres niños.
Por aquellos años, y con la guerra civil norteamericana todavía reciente, se alentaba mucho el furor patriótico en el país, no en vano habían pasado de ser una especie de Unión Económica Americana a ser un estado completamente centralizado y sometido al poder presidencial, con lo que todos tenían que sentirse muy yanquis y por eso se reforzó al máximo el sentimiento de pertenencia al nuevo país, tomando los respetabilísimos valores grecorromanos (tamizados por neoclasicismo, eso sí) para construir edificios oficiales y construir monumentos a presidentes. Era la época del excepcionalismo, del destino manifiesto y el dichoso sueño americano, y EEUU corrió un riesgo muy alto de acabar escorado en una dirección tremendamente siniestra gracias, en parte, a sus leyes de apartheid.
Mientras tanto, en Italia un señor llamado Gabriele D’Annunzio estaba flipándose mucho con eso de que era aristócrata, poeta y militar, pero sobre todo italiano. Muy italiano. Lo de Garibaldi y la unificación de Italia también estaba muy fresco, así que cuando se hizo el reparto de media Europa al acabarse la Primera Guerra Mundial y Gabriele se enteró de que había una ciudad italiana -¡una!- que había acabado en garras de lo que sería la futura Yugoslavia y no en manos de italianos, montó un ejército de voluntarios y la invadió, conquistándola y diciendo que ahora esa ciudad era italiana. El gobierno italiano, que había firmado el tratado de paz de París y había renunciado a esa ciudad en la que la mitad de la población era croata, dijo aquello de «esa ciudad de la que usted me habla no me suena de nada» y le dejó solo, con lo que Gabriele decidió montarse un estado independiente con la ciudad y lasszona colindantes, proclamándose «Duce». Cuatro años le duró la tontería y porque Italia y Yugoslavia se pusieron de acuerdo en repartirse el pastel, que si no… Lo importante es que el Gabriele este era poeta sí, flipado por las cosas de Roma como ya he comentado, y era el inventor de nada más y nada menos que de Maciste. Maciste el de los peplums, Maciste el Hércules de marca blanca, Maciste el personaje que crearon Gabriele D’Anunzio y amigos para, entre otras cosas, justificar el genocidio cartaginés durante las guerras púnicas, haciendo una película de cine muda en la que los cartagineses eran muy muy malos y los romanos buenísimos, con la pobre ciudadana romana Cabiria siendo vendida por piratas a los cartagineses y librándose de ser sacrificada a un dios pagano por el valeroso romano Maciste. Y sí, en esa película se hace el saludo que David atribuía a los romanos, y D’Annunzio debió de pensar que quedaba tan bien que decidió emplearlo en su campaña militar absurda, hasta el punto de que era el saludo que utilizaban sus soldados.
Aquí la primera película de Maciste y uno de los primeros Peplums.
Otro italiano que empezó a fliparse mucho con el rollo grecorromano y al que le gustó mucho la jugada de Gabriele fue Benito. Tomando como base la República de Platón cruzada con lo que le fue interesando también de otros como Nietzsche, a Benito (supuestamente a él solito) se le ocurrió un modelo de estado de pesadilla en el que el que mandaba era él y todos tenían que besarle el trasero. Aquel señor calvo con ademanes dementes estaba diciendo que el socialismo había fracasado, y que lo que realmente debía de funcionar era un modelo de estado de hace dos milenios y medio, la dictadura de una élite, la creación de una casta guerrera y, por supuesto, negar la igualdad de todos los seres humanos. Para muchos, el fascismo de Benito Mussolini, otro Duce, era en buena parte una regresión al antiguo régimen anterior a la Revolución Francesa, en mi opinión era un «todo para mí» de libro, con un maquillaje filosófico para que la gente crea que esto no es simplemente un jeta quedándose todo el poder y recursos de un país para hacer lo que le venga en gana. Mussolini adopta el saludo de Cabiria y lo aplica a sus militantes mientras Gabriele se cae por una ventana en 1922 y se queda lo suficientemente perjudicado como para no decir «ésta idea es mía». Italia se llenó de gente haciendo demostraciones de su desodorante y sí, hasta los romanos de Roma tenían que hacer ese saludo que no era romano.
Mientras tanto, en Alemania, un señor austriaco al que no le dejaron estudiar Bellas Artes decidió que el saludo ese le gustaba, y lo aplicó a los militantes de su partido, que lo combinaban con gritar algo parecido a «Buenos días Hitler», a lo que el respondía levantando la mano no por encima del hombro, un gesto mucho más descansado. Que seremos fascistas, pero tampoco nos vamos a cansar; aunque en honor a la verdad tengo que reconocer que Adolfo sus buenos Seig Heil también se los echaría, pero no sería muy habitual. Afortunadamente en 1923 la policía alemana metió en la cárcel a semejante mamarracho, pero desafortunadamente acabaron soltándolo porque el estado de derecho patatas y el tipo volvió con un libro infumable debajo del brazo para obligar a todos los niños alemanes a leérselo en el colegio. Nada de nibelungos, las hemorroides de un cabo austriaco son mucho más interesantes que el Sigfrido ese. Y sí, en cuanto pudo empezó a reventar escaparates y hacer desaparecer judíos, homosexuales, gitanos, comunistas y gente que le caía mal, pero entended que principalmente no lo hacía por el placer del genocidio si no para robar, que los milagros económicos alemanes no se hacen solos. El que para 1941 estuviera en guerra con medio planeta fue una consecuencia imprevisible para un estado que basaba su economía en saquear a los demás, pero qué le vamos a hacer, aquellos que se dedicaban a anunciar desodorante empezaron a caer realmente mal y así es como en EEUU, así de sopetón, se dieron cuenta de que su saludo Bellamy era algo así como un poco nazi, ¿no? Porque claro, ellos lo habían empezado antes y no tenían por qué dejar de usarlo, pero si tu símbolo de paz y amor lo usa gente muy muy chunga que quiere matarte, igual lo mejor es mandarlo a la mierda antes de que hagan un manga de niños motoristas sin moto que se pegan mucho pero no se quieren lo suficiente. Y así es como a partir de 1942 sus niños dejaron de hacer el saludo nazi y se pusieron la mano en el pecho para decir lo mucho que les gustaba ser americanos, que quedaba mucho más sentido que manotear el aire y, como bien nos ha enseñado Hitler, mucho más descansado.
«We can’t ignore there’s a threat–«
Después de la merecida paliza que se llevaron todos los adictos a presumir de desodorante, la gente volvió a cuidar sus axilas sin tanto pavoneo absurdos en todo occidente. Hay algunas excepciones concretas de gente que no se da cuenta de la misa la media y, a medida que han ido pasando los años desde que colgaron a Benito de una farola, cada vez han aparecido más desnortados que lo usan jurando y perjurando que no lo usan para luego darse la vuelta y sonreir con cara de canalla, como si no nos diéramos cuenta.
Así que si alguien os dice que un imbécil no ha hecho el saludo nazi si no el saludo romano, desconfiad. O es un completo ignorante, o directamente también es un puto nazi.