La semana pasada dijo adiós la serie de televisión de Snowpiercer. Una serie que ha tenido un recorrido en el mundo real casi tan turbulento como el de sus protagonistas en la ficción, pero que finalmente, aunque con algo de retraso, ha llegado a un relativo buen término. Y tratándose de una serie que me lo hizo pasar tan bien en estos últimos años, qué menos que rendirle por aquí un pequeño homenaje y animar a quienes no le dieron una oportunidad en su día a que aprovechen ahora, que pueden verla del tirón, y disfruten de este apasionante viaje.
Pero antes vamos a ponernos en situación. Snowpiercer nació en 1982 como Le Transperceneige (editado como Rompenieves en España por parte de Norma), un cómic franco-belga escrito por Jacques Lob y dibujado por Jean-Marc Rochette, que tuvo varias continuaciones (seis álbumes en total) en las que Lob fue reemplazado por diferentes escritores como Benjamin Legrand, Olivier Bocquet y Matz, pero manteniéndose Rochette al frente del apartado artístico en todos ellos y coescribiendo los dos últimos. Aunque sin duda el público en general conoce mejor esta historia por la adaptación que realizó el director surcoreano Bong Joon-ho en 2013, convirtiéndose en una de esas escasas ocasiones en las que la adaptación supera con mucho al original. Y eso que no hablamos de un mal cómic precisamente, solo que se quedó corto en muchos aspectos que en la película se exploraron en mayor profundidad.
El éxito, moderado en taquilla y excepcional en cuanto a críticas, motivó que se quisiese hacer una serie de televisión, que, debido a los choques entre la cadena (TNT) y los productores de la serie por diferencias creativas, mantuvo el proyecto en el limbo durante varios años, hasta que finalmente se estrenó en 2020. Pero los problemas de la serie no habían terminado, ni muchísimo menos. Por el camino, la serie sufrió un cambio de cadena, de TNT a TBS (de la misma compañía), solo para anunciar antes de su estreno que se volvía al plan original de emitirla en TNT. Tras un par de renovaciones y escapar por los pelos del parón de todo rodaje provocado por la pandemia de Covid, se anunció que la cuarta temporada, que iba a ser la última, no la emitiría TNT y que estaban buscándole una nueva plataforma. Y tras dos años de espera, en los que casi esperaba que la serie acabase por ahí perdida en un cajón, AMC la adquirió y comenzó su emisión en julio de este año.
Pero a todos estos embrollos empresariales que casi nos dejaron sin serie, el mayor hándicap al que se enfrentó la serie fue la larguísima sombra de la película. Se suele decir que las comparaciones son odiosas, y yo añadiría que además, en muchas ocasiones, injustas. Porque sí, efectivamente, la película de Bong Joon-ho es buenísima, eleva la premisa del cómic de una forma increíble y se ha convertido, por méritos más que sobrados, en una de las películas postapocalípticas más interesantes de los últimos años. Y demasiado a menudo he tenido la sensación —cuando no la certeza, debido a comentarios leídos por ahí— de que mucha gente ignoró la serie de televisión o la abandonó al juzgarla no por sí misma, sino por lo que era con respecto a la película, algo muy inmerecido. Porque sí, yo soy el primero en admitir que la película es mejor, pero eso no significa en absoluto que la serie sea mala; es una gran serie, con un reparto enorme y en la que sus responsables han sabido llevar la historia en una dirección algo diferente, pero igualmente interesante.
Y es que esta serie de Snowpiercer tiene la peculiaridad de ser una adaptación un tanto especial, ya que adaptaba tanto elementos del cómic que no aparecían en la película como elementos de esta que son originales de esa versión y ajenos al cómic, siendo una amalgama que toma lo mejor de ambas versiones para construir algo no enteramente nuevo u original, pero sí muy interesante. Alejándose de la atmósfera a veces surrealista, extravagante y pesadillesca de la película, en la serie (de la que, recordemos, el propio Bong Joon-ho es uno de sus productores ejecutivos) optaron por un enfoque y un tono más directo y cercano, pero igualmente dramático. Aquí, combinando elementos del género postapocalíptico, el de aventuras, el thriller policíaco, y con una fortísima carga de crítica político-social, surgió una serie que, pese a partir de la misma premisa, dista mucho de contarnos la misma historia y es un complemento perfecto tanto del cómic como de la película.
Porque, aunque las tres versiones parten del mismo punto —algo ha provocado una glaciación mundial con temperaturas tan bajas que matan en segundos a cualquier ser vivo, y las únicas personas supervivientes se encuentran a bordo de un tren que recorre el mundo sin parar—, en su interior existen unas divisiones sociales tan extremas como explosivas, y el paso de un pasajero de los vagones de cola, la clase más baja de todas, al resto del tren es lo que pone en marcha la historia. Siendo en el cómic un hombre que consigue escapar de la cola por sus propios medios y es llevado al frente para ser interrogado, una revolución en la película, y en la serie es un asesinato el que provoca que se recurra a los servicios de un pasajero de la cola, que fue detective de policía antes de que se congelase el mundo, para que lo investigue. Quizás el mejor ejemplo de que estamos ante historias muy semejantes solo en la superficie.
Durante cuatro temporadas fuimos testigos de una auténtica revolución a bordo de un tren en el que pocas cosas y personas eran lo que parecían, donde la inevitable revolución social, que se venía germinando desde el mismo día en que el tren partió, explotó, y de qué manera, con multitud de sorpresas que no dejaban de surgir cuando menos lo esperábamos. Un aspecto que, combinado con la atmósfera claustrofóbica que proporcionaba el hasta cierto punto limitado escenario (todo lo limitado que puedan ser mil vagones), era el caldo de cultivo perfecto para multitud de dramas muy humanos. Porque, como suele suceder con la ciencia ficción y aledaños, aquí no dejamos de encontrarnos con que, de forma nada sutil, se trataban temas muy poco fantásticos, como las injusticias sociales, la codicia, el egoísmo, la corrupción del poder y cómo la mejor forma de derrotar todo ello es oponiendo un frente común.
Aunque con lo que más he disfrutado de esta serie es con su excelente casting, de quienes me podría explayar muchísimo, desde ese Daveed Diggs, con quien al principio me costó conectar un poco pero que me acabó encantando, un Sean Bean magnífico como villano, y personajes como el de Ruth, interpretado por una genial Alison Wright, que experimentó una de las mejores evoluciones de toda la serie. Pero si tuviese que destacar a alguien aquí por encima del resto, esa sería sin duda Jennifer Connelly. En su papel de “Directora de Hospitalidad” —algo así como las relaciones públicas del tren—, Connelly explotó a gusto las múltiples y complejas capas de su personaje, su frialdad y su vulnerabilidad, cómo a menudo cruzaba líneas que la hacían odiarse a sí misma y lo difícil que resulta a veces hacer lo correcto; en resumidas cuentas, un personaje tremendamente humano.
Un papel en el que demostró con creces que es una actriz excepcional, capaz de transmitir emociones de formas tan sutiles que duele que no haya sido más reconocida por este trabajo. Lamentablemente, debido a problemas de agenda (o eso dicen), a partir de la segunda temporada deja de ser un personaje regular, teniendo que encontrar a cada rato alguna excusa que otra para que dejase de aparecer durante unos cuantos episodios, aunque estando siempre al comienzo y al final de cada temporada, y un poco en medio. Una ausencia triste, pero de la que se agradece al menos que todas las partes encontrasen la forma de que el personaje siguiese ahí hasta el mismísimo final, ya que sin ella esta serie no hubiese sido la misma.
Y aunque aproximadamente hacia la mitad de esta cuarta temporada se aprecia que el anuncio de que esta iba a ser la última llegó algo de improviso —algo que se nota en lo repentinamente que se cierran algunas tramas iniciadas en esta misma temporada o la forma tan súbita en la que se libran de ciertos personajes—, los creadores de la serie y su equipo delante y detrás de las cámaras fueron capaces de darle un final más que digno a Snowpiercer. Una serie que había comenzado de una forma tan siniestra y oscura, mostrándonos la cara más amarga de la humanidad, ha terminado con un mensaje de esperanza que quizás hoy en día sea más necesario que nunca.
Por todo ello, voy a echar muchísimo de menos Snowpiercer y lamentar que no durase un poco más, porque aunque series como estas en ocasiones suelen pecar de estirar su premisa más allá de lo aconsejable, a esta parecía que le quedaba aún energía para una o dos temporadas más. Pero al menos nos queda el consuelo de que la serie ha podido contar con un final cerrado y satisfactorio, que ya es mucho decir en estos tiempos que corren, en los que ya hay series que son canceladas antes de emitirse un solo episodio. Por ello, me reitero en lo que decía al comienzo, animando a quienes aún no se hayan acercado a la serie que lo hagan, porque es un viaje que vale mucho la pena y que afortunadamente fue capaz de llegar a su destino pese a todos los obstáculos que encontró en sus vías.