Son tiempos oscuros para los lectores de mutantes. Aunque los títulos de mutantes se han duplicado, Jim Lee, Rob Liefeld, Whilce Portaccio y demás pìntamonas han conseguido echar a los guionistas que habían hecho grande a la franquicia y ahora campan a sus anchas en todas las series. Ajeno a la nueva realidad de la oficina mutante, John Byrne ha decidido volver a trabajar en ella, esta vez como guionista, pero pronto descubre que su papel es testimonial. El perverso autor estrella de los 80, obsesionado con borrar el legado de Chris Claremont, está dispuesto a llegar hasta donde sea con tal de conseguirlo, pero pronto va a encontrarse con algo mucho peor de lo que podría esperarse…
Porque sí amigos, lo siguiente que tenemos en el número tres de Wizard es una entrevista a un John Byrne que todavía se cree una estrella, que todavía cree que ha firmado para ser guionista de las series de mutantes y, lo que es más gracioso, que le van a dejar escribirlas. Sabiendo lo que pasó después casi podríamos decir que es descacharrante si no fuera por lo triste que es; Byrne no deja de ser uno de los autores más importantes de una de las décadas doradas de la historia de Marvel Comics, y solo un par de años después de iniciarse la década siguiente es tratado sin el menor miramiento, las máquinas de hacer dinero ahora son sus «sucesores», sucesores que no han asimilado ni la cuarta parte de las lecciones que podían aprender de su trabajo pero al que una generación de especuladores y lectores poco avezados -puedo entender que algunos se dejaran llevar y fueran fans de Lee o hasta de Liefeld, ¿pero rechazar el trabajo de Byrne por malo o caduco? ¡Éso jamás!- han encumbrado de forma más que inmerecida. En aquel momento Byrne lleva casi una década lejos de los mutantes y jurando y perjurando que no volvería jamás, pero la oportunidad de pisotear el trabajo de Claremont poner los mutantes «donde deben estar» es para él demasiado grande. Byrne empieza reconociendo que, aunque en un principio quiso tomárselo como un trabajo más, pronto fue consciente de que era un paso importante para él, era una vuelta casa, algo importante para la industria del cómic. Porque John Byrne era sabía que era una estrella y se lo seguía creyendo, sí.
Sigue el taimado canadiense diciendo que «es interesante ver (…) hasta donde han llegado estos personajes desde que dejé de tener nada con ellos. Y, por supuesto (…) calcular como de rapido podré hacer que vuelvan a estar donde estaban antes de que los dejará. Eso tomará un tiempo.» Sí, es lo que os teméis, pero la cosa va a peor. Imagináos un mundo en el que John Byrne consigue que un Jim Lee cegado por la majestuosidad de estar trabajando con su ídolo John Byrne -cosa que no le pasó con Claremont- accede a todos los planes de Byrne para con la serie, y hasta le deja dibujarla mientras él mira como Byrne «crea». O más bien «descrea», ya nos entendemos. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, que lo siguiente que hace Byrne es dejarnos claro que su personaje favorito del grupo es Cíclope -y no Lobezno, remarca- porque todo gira alrededor de él. Que tío más aburrido. Luego vendría Jean Grey, personaje del que dice que ha cargado con mucha basura y se cree autorizado para calificar todo lo de Fénix como tal porque él participo en aquello, pero que a la vez se pregunta «Oh Dios, ¿por qué hicimos éso? Obviamente haremos lo mínimo posible parecido a eso mientras yo esté en X-Men».
Se pregunta si Jean Grey debería tener un nombre código nuevo porque «Marvel Girl» está ya muy pasado y Marvel Woman suena tonto. Respecto a la Bestia dice que es peludo y azul, pero que «habla como él mismo y no como lo que sea en lo que lo convirtió Steve Englehart». Byrne juega duro sí, y sigue repasando a los miembros originales del grupo despreciando al Hombre de Hielo -«ni de crío le vi la gracia, no estoy seguro de qué pasará con él»- y acaba con Arcángel, personaje que quiere deshacer cuanto antes y que quiere que vuelva a ser el Warren Worthington de toda la vida. Eso sí, pìde disculpas a Walter y Louise Simonson por ello -que detalle- pero habla de que en realidad no le gusta la Bestia peluda y azul, pero que podría hacer un compromiso si a cambio pudiera convencer a Bob Harras de que le dejara hacer que el Ángel volviera a su «verdadera forma de ser». «Una de las razones por las que quiero hacerlo es porque conozco al Ángel y no estoy seguro de qué es Arcángel. Llamadme vago si queréis, pero prefiero tener a los personajes en un estado reconocible». Morro tiene, sí.
Pasamos a la chicha, a los personajes claremontianos, empezando por Pícara, que dice que sabe como arreglarla y que el personaje se lo va a pasar bien. Que probablemente perderá sus poderes, pero que no lo tiene decidido, porque todavía no ha tenido que escribirla. Que por el momento ha ido preguntando según han ido apareciendo los personajes en la serie y que lo que hace es llamar a Bob Harras y Jim Lee y preguntarles «Muy bien, ¿en que lugar estamos con este personaje?». Vamos, que admite que no está escribiendo los argumentos, que va escribiendo sobre la marcha y no conoce los personajes que escribe porque ha pasado olímpicamente de Claremont. Sigue con Tormenta y dice que es la líder de uno de los dos grupos, pero que no reconoce al personaje; sabe que es más dura y fría que en sus tiempos, y que tiene muchos cómics que leer para determinar hasta que punto es tan dura y fría. Que le escribio un diálogo demasiado «duro» y que Harras se lo hizo suavizar bastante. Vamos, que era una punki.
Mariposa Mental le parece un personaje duro «pero con corazón de oro», y que le parece muy estético su puñal psíquico. De Coloso cree que no ha cambiado mucho «cuando no está siendo poseído por el Rey Sombra» y que la única diferencia es que ahora dibuja (juraría que ya dibujaba en tiempos de Byrne, pero él lo sabrá mejor). Con quien dice que tendrá más problemas es con Gambito, personaje totalmente nuevo que para colmo de males tiene un acento cajún que para él es totalmente desconocido. Y sí, finalmente llega a Lobezno, que considera redundante tenerlo en el mismo grupo que la Bestia -pues no te queda nada por ver, pajarraco- y que no se corta en repetir que «cuando yo llegué a X-Men, Claremont quería echarlo del grupo y fui yo el que le dije que me negaba a que echara al único personaje canadiense de la serie». Toma una medalla, muchas gracias, pero vamos, que lo siguiente que dice es que en sus tiempos Lobezno era un maniaco homicida y que ahora es un poco más «noble», cosa que le gustaría cambiar pero que no cree que vaya a poder hacer porque claro, ahora Logan tiene serie propia y mecachis la mar, no quiere pisarle la manguera a otro.