Yo era algo reticente a hablar de una de mis últimas lecturas, relectura más bien, ya que, aunque es un cómic que no me ha disgustado, sí que le he encontrado ciertas carencias que ejemplifican a la perfección los problemas que suelo tener con cierta clase de cómic europeo, o más bien con el franco-belga. Pero como, a pesar de todo, he encontrado aquí más elementos que me han gustado que los que no, creo que puedo hablar de La Superviviente de Paul Gillon sin contravenir esa norma mía de hablar solo de cosas que me gustan, ya que, aunque no es un cómic tan redondo como me hubiese gustado, tiene muchos aspectos interesantes que no quiero ignorar.
El azar ha provocado que Aude sea la afortunada, o desafortunada, única superviviente de un apocalipsis nuclear a base de bombas de neutrones que parece haber acabado con todo rastro de vida sobre la Tierra. Un desastre al que solo han sobrevivido las infraestructuras y las máquinas que servían al ser humano, que han seguido funcionando como siempre, incapaces de darse cuenta de lo sucedido. Y en ese mundo silencioso, en ese París desolado, Aude vaga tratando de encontrar sentido a su supervivencia, de aferrarse a su cordura y de sobrellevar una soledad inmensa que, con el tiempo, quizás acabe añorando…
Como indicaba al comienzo, esta no es la primera vez que me leo La Superviviente de Gillon, pero como habían transcurrido casi veinte años desde la última vez, pensé que ya tocaba una relectura y ver cómo cambiaban mis impresiones sobre el mismo. Porque, además de un tenue recuerdo sobre su trama, lo que más recordaba de aquella primera lectura era que el cómic me había sabido a poco, que no había sido una decepción plena, pero que había esperado algo más de esta historia. Una sensación que ahora, a grandes rasgos, se ha repetido en muchos aspectos, pero que ahora, con los años que han pasado, puedo comprender mejor qué es lo que me falla de este cómic y apreciar también sus puntos fuertes.
Este cómic, que Paul Gillon publicó por entregas entre 1985 y 1991 en la revista francesa para adultos L’Echo des Savanes (que tras su relanzamiento unos pocos años antes debido a las bajas ventas se volcó en el erotismo), bebe muchísimo del pánico nuclear que aún seguía muy vivo en aquellos últimos coletazos de la Guerra Fría y de muchas obras de ciencia ficción que especulaban con lo que sería la solitaria existencia del último superviviente de alguna clase de fin del mundo, como el Soy Leyenda de Richard Matheson (y sus varias adaptaciones al cine) o la neozelandesa The Quiet Earth, que se estrenó precisamente el mismo año en el que debutó este cómic y con la que comparte no solo su premisa y el retrato psicológico de la soledad, sino también esa deriva hacia lo metafísico de la historia en su tramo final.
En todos esos aspectos de la obra, Gillon retrata a la perfección el estado de ánimo de Aude, cómo tras el horrible impacto inicial al descubrir lo que ha sucedido se vuelca en el hedonismo, aprovechando al máximo el ser la única persona viva en el mundo (que ella sepa) para hacer lo que quiere sin rendirle cuentas a nadie, saquear las tiendas, instalarse a vivir en el hotel más lujoso de París y vivir como una reina. Algo que no tarda en dar paso a la desesperanza más absoluta, cuando el paso de las semanas sin tener a nadie con quien relacionarse, nadie con quien hablar, la va hundiendo en una depresión que le hace perder las ganas de seguir viviendo, reduciéndola a un cascarón que vaga por ese mundo vacío sin propósito alguno.
Un mundo no tan vacío como parecía a primera vista, ya que, dejando spoilers a un lado, ese mundo aún está poblado por los Cybers, los robots que han seguido realizando las tareas para las que fueron programados y que, en su inmensa mayoría, son poco más que electrodomésticos muy sofisticados. Una excepción a esa regla es Ulises, un robot mayordomo del hotel donde ahora vive Aude, y que, como el robot Héctor del Saturno 3 de Stanley Donen, acaba obsesionado con Aude de una forma tan enfermiza como mortífera, evolucionando, o degenerando más bien, en un monstruo sin compasión que juega con ella como si fuese solo un juguete a su disposición ahora que se han alternado los papeles y son las máquinas quienes dominan la Tierra.
Gillon maneja esa combinación de ciencia ficción distópica y terror de una forma envidiable, con una historia a la que su limitadísimo reparto de personajes convierte en algo muy intimista que deja de lado las causas del apocalipsis o sus efectos a nivel global, para poner el foco en la tragedia personal de una mujer que ha sobrevivido a un infierno para caer en otro. La dinámica entre Aude y Ulises es terrorífica, como la de una victima con su maltratador, sin tener a dónde escapar o a quién acudir, y tan destrozada psicológicamente por todo lo que le ha sucedido que prácticamente acaba rindiéndose a su destino. Y todo este aspecto del cómic, este demoledor estudio de personajes, es sin duda uno de los mayores puntos fuertes del mismo, y de haberse centrado en ello sin duda tendría este cómic en muchísima mayor estima.
El problema es que La Superviviente no es simplemente un relato de ciencia ficción, es ciencia ficción erótica, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. No es que yo sea un puritano meapilas que se ofende ante la presencia del sexo en la ficción ni mucho menos, pero es que aquí Gillon, pese a que al comienzo sabe integrar muy bien no solo las muy explícitas escenas sexuales en la historia, así como los deseos insatisfechos de Aude, consiguiendo que su inclusión aporte a lo que está contando, llega un punto del cómic, especialmente en su último capítulo, en el que parece que Gillon introduce esas escenas simplemente porque “toca”. Ese último tramo del cómic casi parece de chiste, con escenas tremendamente gratuitas y metidas con calzador que rozan lo grotesco, que no aportan nada más que enseñar la obligada ración de sexo y que Gillon parece incluir casi con desgana, provocando que el ritmo de ese final sea bastante más irregular y lastre un tanto el cómic.
Por suerte, esto lo compensa en parte el otro gran punto fuerte del cómic, el excepcional dibujo de Gillon, que aquí en prácticamente cada página se aprecian las más de tres décadas de experiencia como artista que este poseía en aquel momento. Su estilo detallista y naturalista retrata a la perfección este mundo vacío y desolado en el que transcurre su historia, mostrándonos un París que casi parece tan real como la vida misma, pero envuelta en una atmósfera siniestra y tétrica, en la que aquí y allá se aprecian restos no solo del momento en el que acabó todo, como esos vehículos accidentados al desintegrarse sus ocupantes, o el lento e inexorable deterioro de ese mundo y de las máquinas que ahora lo pueblan al no existir ya nadie que se ocupe de su mantenimiento.
Un estilo que se complementa, por un lado, con su dominio a la hora de dibujar los aspectos más fantásticos de la obra, algo con lo que ya tenía experiencia más que sobrada gracias a su trabajo en series como Los Náufragos del Tiempo. Aquí nos presenta un futuro cercano en el que robots y vehículos muy avanzados aún coexistían con elementos más cercanos a la realidad de la época en la que se publicó el cómic, como si se tratasen de avances recientes que aún no se habían extendido del todo y que tienen un diseño futurista pero sin ser excesivamente fantásticos.
Algo que Gillon combinaba con su exquisita destreza con la anatomía, algo que le permitía dibujar unos personajes que resultaban muy auténticos, con diferentes rasgos y tipos de cuerpo, y tremendamente expresivos. Una pericia que obviamente se extendía a los momentos más eróticos del cómic, que Gillon mostraba de la forma más directa posible, en ocasiones muy crudamente, consiguiendo que muchas de esas escenas no fuesen simplemente un espectáculo para onanistas, sino algo incómodo e incluso aterrador.
Así que, al final, aunque esta segunda lectura de La Superviviente me ha resultado más provechosa que la primera y he podido apreciar mejor sus puntos fuertes, me da algo de pena que no sea todo lo redondo que podría haber sido, que ese último capítulo no se lo hubiese planteado de otra forma para que fuese algo más que un ejercicio de estilo sobre sustancia, que suele ser uno de los mayores problemas que le encuentro a buena parte del cómic franco-belga. Pero en términos generales, el balance ha sido principalmente positivo, e incluso ese sorprendente giro final me ha gustado, aunque surgiese un poco de la nada, por lo que, aunque no me ha gustado tanto como hubiese deseado, he disfrutado de su lectura y animo a quienes no se hayan acercado aún a ella que le den una oportunidad.